Cuando el último viernes María Eugenia Vidal escuchó en Mar del Plata la dura crítica de la cúpula eclesiástica sobre la cuestión social, asistió a algo más que un diagnóstico: fue prácticamente la notificación formal del nuevo alineamiento de la Iglesia argentina frente al gobierno de Mauricio Macri, al que le restan dieciocho meses de mandato y aspira a cuatro años más.
Eso es lo que sienten hoy en el entorno de la gobernadora, una dirigente de muy buena llegada al papa Francisco. Sabe Vidal que detrás de los discursos de los obispos Oscar Ojea, presidente del Episcopado, y Jorge Lugones, titular de la Comisión de Pastoral Social, subyace la orden papal.
Vidal estuvo acompañada en el tenso encuentro -la apertura de la llamada Semana Social de la Iglesia- por la ministra de Desarrollo Social de la Nación, Carolina Stanley, también de diálogo con el Pontífice. Justamente fueron las cuestiones vinculadas a la pobreza, el desempleo y la asistencia en el ámbito de la Capital Federal lo que afianzó la relación de estas dos mujeres con Jorge Bergoglio, en épocas en que éste vivía en Argentina y era arzobispo porteño: ambas manejaron ese área sensible cuando Macri comandaba los destinos de la Ciudad de Buenos Aires.
La gobernadora y Stanley resultaron ser, en los hechos, las embajadoras del Presidente en aquel encuentro marplatense. En sus propias caras recibieron las críticas que apuntaban, sobre todo, a la Casa Rosada. Si la hubo, políticala estrategia de enviar dos rostros que fueran “amigables” para la Iglesia no surtió efecto. Fuentes cercanas a Vidal aseguran que anida en la mandataria cierta sensación de que fue injusto que ella quedara en el centro del ring. “Le pegan a quien no le tienen que pegar”, expresó ante este diario una fuente del gabinete provincial.
Sin embargo, Vidal sabía perfectamente lo que se venía. Hace un par de semanas, junto con Stanley, estuvieron reunidas con el Papa en Roma. Una hermética conversación de la que no volvió contenta. Según fuentes vidalistas, y más allá de los temas puntuales de una charla que duró una hora y veinte minutos, la gobernadora habría comprobado allí que la relación entre Francisco y Macri no tiene retorno.
Tres cuestiones derrumbaron un vínculo que nunca fue bueno. Una: los informes preocupantes sobre la situación social actual que recibe el Papa de sus terminales en Argentina, clericales y laicas. Eso, a pesar de que el macrismo viene realizando enormes erogaciones para atender esa vulnerabilidad, justamente a través del ministerio de Stanley. Dos: la decisión gubernamental de recurrir al FMI para pedir plata. Bergoglio, que tuvo un papel central para articular acuerdos de reconstrucción luego de la crisis de 2001, descree de esas recetas que conllevan ajustes. Tres: el impulso tácito que le dio Macri a la ley que legaliza el aborto y que ya tiene media sanción de Diputados.
Este último, dicen, fue el punto de quiebre definitivo, aún cuando la mayoría de los representantes de Cambiemos se ha manifestado en contra. Es que Francisco habría recibido un detallado informe de cómo fue la jugada –supuestamente pergeñada por el gobierno- para dar vuelta en forma inesperada el voto de un par de diputados nacionales pampeanos y uno fueguino que terminaron garantizando la aprobación.
Según fuentes confiables, aquella ruptura también supone cierta luz verde vaticana para la formación de una masa crítica política, opositora, que reúna elementos del peronismo no kirchnerista y de ciertos gremios. Eso para Vidal es todo un tema porque el epicentro de ese armado sería el Conurbano. De hecho, por Roma también pasaron varios dirigentes del PJ provincial.
Como sus máximas autoridades, el intendente de Merlo, Gustavo Menéndez, y su par de Esteban Echeverría y titular del Congreso Justicialista, Fernando Gray, que próximamente intercambiarán sillones.
Vidal y su mano derecha, Federico Salvai, saben perfectamente que Francisco cultiva esa relación con sus opositores más frecuentemente de lo que se hace público a través de un emisario sigiloso: el dirigente Mariano Mera Figueroa, muy cercano a Menéndez. De hecho, siempre según fuentes provinciales, en la reciente reunión con el Papa la gobernadora escuchó la sugerencia de mantener un vínculo civilizado, cercano, a ese grupo de jefes comunales.
En Mar del Plata, el obispo Lugones le dio un guiño explícito al paro general que realizaría la CGT 48 horas después, el lunes pasado. También, apuntó contra la paritaria del gobierno bonaerense con los estatales, haciendo una comparación con el cierre que logró Camioneros.
Dijo: “No puede ser que a algunos trabajadores se les dé un 25% de aumento y a los docentes un 15% en tres cuotas”: Hasta ahora, ese tipo de incursiones desprovistas de lenguaje diplomático no era algo habitual y marca la extrema firmeza con la que se han empezado a manejar los obispos.
Lugones, por cierto, tiene vínculos estrechos con varios sindicatos fuertes enrolados en la CGT. En Cambiemos entienden que, desde el estratégico lugar que ocupa (la Pastoral Social es el órgano más político de la Iglesia), podría transformarse en la cara eclesiástica que le dé sustento a la dureza político-sindical que, intuyen, podría signar al resto del mandato de Macri. Otro amigo del Papa trabaja para solidificar esa confluencia: el ex candidato a gobernador del peronismo, Julián Domínguez, que desde hace meses es abogado del gremio metalúrgico SMATA.
Pero lo que más parece perturbar a la gobernadora en la intimidad es otra de las impresiones que se habría llevado de Roma: la presión para que, aún sin irse de Cambiemos, se vaya alejando políticamente del Presidente. Ya no bastaría con gestos de diferenciación, como sucedió con el aborto. Las fuentes oficiales consultadas definen ese escenario como algo imposible. Vidal, dicen, se mantendrá fiel a Macri.
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