Hasta no hace mucho, el optimismo era el signo distintivo para el continente africano. Ya casi no había guerras y el crecimiento económico se palpaba por doquier. Ahora, ya no. Primero fue Mali, como episodio de guerra interna. Ahora, es la República Centroafricana y el Sudán del Sur. Egipto acaba de votar una constitución que esconde la legitimación del retorno de los militares al poder. Todo cambió. Nos ocupamos de estos tres últimos casos.
Centroafricana
Referíamos en la columna internacional 093 el peligro de guerra civil que se abatía sobre la República Centroafricana entre las milicias Seleka que respondían al presidente de facto Michel Djotodia y los grupos de autodefensa denominados “anti balaka”.
Desde el derrocamiento del presidente Francois Bozizé, no hace aún un año, el 24 de marzo de 2013, la República Centroafricana no cuenta más con fuerzas armadas, gendarmería y policía, auto disueltas cuando las milicias Seleka tomaron, en aquella fecha, la capital del país, Bangui.
Pero Djotodia y los Seleka nunca lograron dominar el país. Las milicias no se convirtieron en el embrión de un nuevo ejército, sino que continuaron operando como milicias.
En otras palabras, en los algo más de ocho meses de poder de Djotodia no hubo estado, ni instituciones gubernamentales. Solo un grupo faccioso armado, cuyos comandantes imponían sus arbitrarias decisiones sobre la vida, la libertad y la hacienda de los habitantes del país.
Tal como estaban las cosas, la República Centroafricana transitaba el mismo camino de disolución del que aún trata de salir la no muy lejana Somalia.
Para agravar la situación, un embrión de violencia confesional comenzó a adquirir relevancia. Si hasta ese momento, en Bangui, los musulmanes y los cristianos convivían sin problemas, el componente islámico predominante en la milicia Seleka comenzó a focalizar sus exacciones en los barrios cristianos de la capital y dio origen a la inevitable respuesta de los citados grupos de autodefensa.
El cariz confesional preocupó sobremanera a la ex potencia colonial: Francia. Es que el fundamentalismo islámico –incluida Al Qaeda- aprovecha las situaciones de caos y anarquía, como lo atestiguan los casos de Siria y, recientemente, Irak.
Pese a tener tropas comprometidas en Mali, Francia triplicó su contingente habitual estacionado en Bangui, operación que bautizó Sangaris, con la misión de colaborar, para intentar mantener la tranquilidad pública, con los 1.300 soldados cameruneses, chadianos, gaboneses y congoleños en misión en la República Centroafricana (MISCA). Francia buscó y logró que su intervención fuese aprobada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Finalmente, con Francia a la cabeza, pero con un actor mayor africano, el presidente del vecino Chad, Idriss Déby, un avión chadiano fue enviado a Bangui para llevar a N’Djamena, la capital del Chad, a los 135 miembros del Consejo Nacional de Transición centroafricano y al presidente Michel Djotodia y su primer ministro.
A Djotodia le hicieron presentar la renuncia –se exilió en Benín- y al Consejo Nacional de Transición aceptarla. En Bangui, escenas de alegría, sobre todo en los barrios cristianos. De momento, asegura el gobiernoel presidente del Consejo Nacional de Transición, Alexandre-Ferdinand N’Guedet. En quince días, deberá asumir un presidente que prepare al país para elecciones generales en el primer semestre de 2015.
Egipto
Y la primavera árabe se terminó casi en todas partes, salvo en Tunisia. En Egipto, la votación popular acaba de legitimar el retorno de los militares al poder. Votó poca gente -36 por ciento- y aprobó un 97 por ciento.
Allí, todo comenzó con una pequeña movilización popular el 25 de enero de 2011 en El Cairo. Luego se generalizaron en todo el país y la plaza Tahrir, en la capital, se convirtió en el centro de la contestación al régimen militar que gobernó el país desde 1952.
Estaban todos, los modernistas, los democráticos, los religiosos, las mujeres, los ancianos y, sobre todo, los jóvenes. El 11 de febrero siguiente, cuando el ejército se desentiende de él, el autoritario general Hosni Mubarak cae tras treinta años de gobierno.
Y comienza el juego geopolítico que mezcla los intereses de las potencias, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, de un lado, y Rusia, y en menor medida, China, del otro. Pero también, los intereses regionales básicamente los contrapuestos de Arabia Saudita, Turquía e Irán, con una intervención no prevista del Emirato de Qatar y la presencia de Israel.
Es que la caída de Mubarak fue un golpe para Arabia Saudita –junto con la caída de Ben Alí en Tunisia- que la monarquía reprocha a Estados Unidos por no haber defendido su aliado.
Y allí entra a jugar Qatar, porque Qatar es el único país que apoya a las formaciones de los, relativamente moderados, Hermanos Musulmanes, quienes ganan la presidencia en una elecciones libres. Mohamed Morsi asume, entonces, 30 de julio del 2012, el gobierno del país de los faraones y los Hermanos se quedan con más de la mitad de las bancas del parlamento.
Los qataríes juegan también sus cartas, y no les va nada mal al principio, en Libia y en Siria. Hasta que los sauditas deciden reaccionar. Primero, lo primero. Nombrar a un zorro a cargo de los servicios secretos, el ex embajador en Estados Unidos, príncipe Bandar bin Sultan. Fue quien intermedió entre Estados Unidos, los combatientes islámicos afganos, la triangulación israelí y los servicios pakistaníes para expulsar a los soviéticos de Afganistán.
La taba se da vuelta. En Egipto, Morsi que comenzaba a ganar prestigio internacional, comete la imprudencia. Confiado, promulga en noviembre de 2012 un decreto constitucional que lo exime de cualquier procedimiento judicial. Y, a la vez, hace votar una Constitución ambigua en lo religioso, pero que preanuncia un giro islámico. Todo ello en el marco de una economía que tambalea.
El país estalló. La plaza Tahrir volvió a sus mejores días de movilización. Los militares ven la hora de la revancha. Y Arabia Saudita corta el financiamiento. El 30 de junio pasado, la suerte está echada cuando un helicóptero militar sobrevuela la plaza para saludar a los manifestantes. Tres días después, Morsi cae.
El nuevo hombre fuerte es el general Abdel Al-Sisi, quien será, casi con certeza, el futuro presidente electo. Desde entonces, los Hermanos Musulmanes son objeto de persecución política y la violencia irrumpe con bombas que sacuden a la comunidad cristiana copta de Egipto. Morsi está preso, acusado por varios delitos.
Sudán Sur
A mediados de diciembre, la capital, Juba, del país más recientemente independizado del mundo -9 de julio de 2011- se vio sacudida por combates entre militares que respondían al ex vicepresidente Riek Machar y los que se mantienen leales al presidente Salva Kiir.
Sudán Sur se separó de Sudán luego de dos guerras civiles que comenzaron en 1959. Extremadamente pobre es potencialmente rico y viable en función de las reservas petroleras. De un agricultura de subsistencia vive la casi totalidad de la población de 10 millones de habitantes. Con su vecino norteño, Sudán, subsisten muchos problemas. El principal es la necesidad de utilizar los oleoductos sudaneses para enviar el petróleo a puerto.
El conflicto entre Kiir y Machar es un conflicto de poder, pero puede degenerar en un conflicto étnico. Kiir pertenece a la etnia Dinka y Machar a la Nuer. Por ahora, es político. Kiir, en dificultades para ganar la elección del año próximo, habría iniciado una cacería de oponentes con la excusa del supuesto golpe de Estado de Machar.
Ocurre que Kiir arregló con el dictador de Sudán, Omar al-Bashir un precio exorbitante para la utilización de los oleoductos y cesó el apoyo de los rebeldes negros de Sudán que luchan contra la dictadura de al-Bashir, quién fue el enemigo histórico en la lucha por la independencia de Sudán del Sur.
En el fondo, un mero asunto de corrupción. Kiir recibía “los vueltos” de sus pagos extraordinarios a Sudan y con eso contaba para comprar voluntades a fin de ganar la elección del 2015. Quienes se le oponen, levantaron la bandera de la democracia. Anunciaron una gran concentración popular para el 14 de diciembre. Un día antes, estaban todos presos.
Presionados por Estados Unidos, ambos campos negocian en la capital etíope, Addis Abeba. Los supuestos “rebeldes” reclaman la liberación de los presos, entre ellos, ocho ex ministros. Mientras tanto, los desplazados suman más de 200 mil y los muertos alcanzan el millar.
LA COLUMNA INTERNACIONAL
COMENTARIOS