Cuáles serán las derivaciones del atentado con bombas llevado a cabo a la llegada de la tradicional maratón atlética de la ciudad de Boston, Estados Unidos? La respuesta a esta pregunta determinará el curso de la política internacional en los próximos meses.
Es que tras los atentados de Al Qaeda que derrumbaron las Torres Gemelas en Nueva York, en 2001, la seguridad de los Estados Unidos contituye el elemento central de la política exterior de ese país, la única superpotencia que resta tras el derrumbe de la Unión Soviética.
De momento, se desconoce quién es el móvil del atentado, dado que ninguna organización, ni ninguna persona se lo auto-adjudicó. Algo que, por otra parte, agrega una cuota de dramatismo al de por sí terrible hecho.
No se trata, desde ya, de valorizar la pérdida de tres vidas humanas y las lesiones de más de cien heridos por encima de los muertos y heridos en Siria o en Irak o en Israel, o en Palestina, o en Malí, o en Egipto, o en Venezuela. Son igualmente absurdas y repudiables sus autores.
Pero, las consecuencias políticas serán, seguramente, distintas. El atentado contra las Torres Gemelas motivó la invasión de Afganistán -con mandato de Naciones Unidas- y un sinnúmero de acuerdos y tratados de lucha contra el terrorismo internacional, encarnado principalmente por Al Qaeda.
Motivó también la persecución y muerte de Osama Bin Laden en Pakistán, a manos de un comando norteamericano que actuó en violación de la soberanía de aquel país, más allá del juicio de valor sobre el hecho en sí.
Si las dos bombas de Boston fueron ubicadas y detonadas por personas vinculadas al terrorismo islámico, otro será el encuadre de la política exterior del presidente Barack Obama.
Su relativo multilateralismo dejará, probablemente, de ser tal, para abrir paso a unilateralismo con rasgos intervencionistas. Con sus diferencias, y sin sus exageraciones y mentiras como la cuestión de las armas de destrucción masiva en Irak, el gobierno de Obama comenzará a tener cierta similitud, en la materia, con el de George Bush hijo.
¿Fue Al Qaeda?
Es la pregunta del millón. De ninguna manera está descartada como hipótesis. Todo lo contrario. Algunos elementos permiten avanzar en esa dirección. Otros, en cambio, la ponen en duda.
Al Qaeda ha perdido consistencia. Su expulsión de Afganistán con la caída del régimen talibán tras la invasión militar bajo mandato de Naciones Unidas, la privó de una base de operaciones y de santuarios para refugio.
Las sucesivas muertes de sus responsables, en primer lugar Bin Laden, pero además sus jefes en Irak, Yemen, Arabia Saudita y Argelia, le quitaron capacidad operativa y focalizaron su accionar solo en algunas regiones del globo terráqueo.
Es más, quedó dividida en ramas, cuyos lazos entre sí y con la dirección central que ejerce el médico egipcio Aymán al-Zawahirí, son de escasa concentración.
La regionalización de Al Qaeda motivó su concentración en escenarios tales como el Norte de África como ramificaciones en el Sahara y el Sahel; Siria con la reciente adhesión de las Brigadas Al Nosra -combatientes contra la dictadura de Hafez al Assad- e Irak; y Pakistán.
De allí, que resulta al menos discutible su eventual autoría sobre el atentado de Boston.
El otro elemento que pone en duda la hipótesis es el silencio. Golpeada como está, a Al Qaeda le es conveniente, para recuperar prestigio que le permita mejorar su reclutamiento y su financiamiento, reivindicar el atentado en territorio norteamericano. Aún puede hacerlo, pero todavía no lo hizo.
Desde el análisis contrario, también se acumulan indicios, en este caso, para presumir la eventual participación.
Por un lado, y quizás el más revelador, la elección de la tecnología. Las dos bombas fueron sencillas ollas a presión repletas de pólvora mezclada con clavos y bolitas de metal que estallaron mediante un detonador pegado o atado a la tapa y activado mediante un simple reloj digital de cocina o micro onda.
Pues bien, esta bomba es un invento de Al Qaeda. De muy bajo coste, menos de doscientos dólares, fue utilizada en diversos lugares del mundo, como la India, Pakistán y, recientemente, en febrero pasado, para volar un restaurant en el Norte de Afganistán.
La otra cuestión consiste en los eventuales autores del atentado. Los sospechosos -uno de los cuales murió en circunstancias que resta por aclarar- son dos jóvenes de origen checheno que vivían legalmente en los Estados Unidos.
No son árabes pero son chechenos. Es decir, musulmanes. Su condición religiosa no alcanza para vincularlos al terrorismo internacional de Al Qaeda. Pero, junto con su nacionalidad, da pie para no descartar la hipótesis.
Es que Al Qaeda estuvo representada en Chechenia durante las dos guerras de liberación que nacionalistas e islámicos de esa república inserta en la Federación Rusa llevaron a cabo. Fue la razón que siempre esgrimió Vladimir Putin para presentar ante el mundo a los nacionalistas chechenos como terroristas.
Por otra parte, Al Qaeda persigue como objetivo el establecimiento de un único califato islámico en el mundo para gobernar a todos los musulmanes. Por cierto, dicho pretendido califato abarca a Chechenia.
Si los eventuales autores pertenecen o tienen lazos con Al Qaeda aún debe determinarse. Si es así, las agencias de inteligencia de Estados Unidos volvieron a fracasar en la prevención del terrorismo. Y, en ese caso, habrá consecuencias.
Venezuela
¿Es posible que Nicolás Maduro haya ganado las elecciones presidenciales venezolanas por la escasa diferencia de un punto y medio porcentual? Es tan posible como lo contrario. Es decir que no las haya ganado y haya sido proclamado vencedor a través de un fraude electoral.
Diferenciemos. En países con extensa tradición democrática y con gobiernos que no persiguen la división de sus sociedades, un triunfo electoral del oficialismo de turno por escaso margen suele no ser contestado. Hoy gobiernan unos, mañana otros, en un natural proceso de alternancia.
¿Es este el caso de Venezuela? No. Desde la irrupción del “chavismo” hace más de quince años, Venezuela es una sociedad dividida donde el apego a la ley no es un valor en sí mismo, sino una supeditación a los intereses del oficialismo.
Cierto es que Hugo Chávez ganó la presidencial previa a su fallecimiento por algo más de diez puntos de diferencia. Tan cierto como que Enrique Capriles, su contrincante inmediatamente reconoció su derrota.
Pero, ahora la cuestión es distinta. En esta oportunidad, el gobierno no permitió la presencia de veedores internacionales de prestigio. En esta oportunidad, se registraron y acumularon más de tres mil denuncias de irregularidades. En esta oportunidad, la diferencia fue un exiguo un punto y medio.
Maduro puede haber ganado pero su triunfo siempre será sospechoso salvo que... el gobierno, el tribunal electoral y la Corte Suprema accedan a un recuento transparente de la totalidad de los votos emitidos. Exactamente, cuanto pide Capriles. Algo que a última hora del jueves fue resuelto a medias con la auditoría de la totalidad de las actas electorales.
Como sea, Venezuela ingresó en una etapa de crisis política y el gobierno de Maduro, dure mucho o dure poco, está salpicado de ilegitimidad.
La Unasur -Unión de Naciones Sudamericanas- se reunió en Lima para tratar el caso venezolano. Allí, increíblemente, fue decidido reconocer el triunfo de Maduro. Grotesco: mientras el Tribunal Electoral venezolano -dominado por el chavismo- decide la revisión, los presidentes de América del Sur la ignoran.
El precedente es terrible. Ya no hace falta ganar incontestablemente una elección, para ganarla. La Unasur se convirtió en un órgano internacional para la defensa corporativa de los oficialismos.
Es más, como para forzar la mano, varios presidentes llegaron a Caracas para la asunción de Maduro, sin que la verificación de las actas se haya llevado a cabo.
Un subcontinente bananero.
Paraguay
El domingo próximo, el Paraguay elige nuevo presidente, tras la destitución constitucional del ex presidente y ex obispo Fernando Lugo y la finalización de su mandato por su vicepresidente y rival político Federico Franco.
Dos son los candidatos con mayores posibilidades. Uno es Efraín Alegre del partido liberal-radical, el candidato oficialista. El otro es Horacio Cartes, del Partido Colorado.
Alegre es un moderado de centro-izquierda, Cartes un moderado de centro-derecha. Ninguno goza de antecedentes intachables. Acusaciones de corrupción vuelan contra Alegre, de vinculación con el narcotráfico contra Cartes.
Según las encuestas, cualquiera de los dos puede ganar y lo hará por escaso margen. Como en el caso venezolando, si el triunfo es del opositor Cartes nada se podrá decir. Si es del oficialista Alegre, el margen de diferencia será fundamental.
Claro que, a diferencia del caso venezolano, en Paraguay fueron invitados observadores internacionales que darán su veredicto sobre la limpieza y transparencia del comicio.
LA COLUMNA INTERNACIONAL
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