LA COLUMNA INTERNACIONAL
No todo está dicho en Venezuela
Todo parece indicar que, mañana, domingo 14 de abril, el chavismo, a través de su candidato Nicolás Maduro, conservará el poder tras la elección presidencial venezolana.
Las encuestas, por un lado, los analistas, por otro, coinciden en la vigencia del régimen que inauguró hace más de quince años el recientemente fallecido teniente coronel Hugo Chávez Frías.
Y dos son los elementos sobre los que se apoya el vaticinio. La cercana desaparición física del ex presidente y la amplitud del resultado electoral de la también reciente -seis meses- última elección presidencial en el país caribeño.
No obstante, algunas dudas carcomen el pronóstico. Así, la fragilidad de Maduro como candidato -algo que su opositor no se cansa de poner de manifiesto- siembra interrogantes. La sentencia del candidato Enrique Capriles: “Nicolás, tú no eres Chávez”, incide sobre el ánimo de los votantes.
Allí, la amplitud del resultado electoral que favoreció a Chávez hace seis meses pierde parte de su potencial. Los poco más de diez puntos que separaron entonces a los contendientes quedan relativizados. Para Capriles, se trata de dar vuelta poco más de la mitad. Con eso le alcanza.
Y es que nadie, absolutamente nadie, augura una fuga de votos de la oposición al oficialismo. Los casi 45 puntos que obtuvo Capriles, nada más ni nada menos que contra Chávez, parecen estar asegurados.
No queda tan claro si ocurrirá lo mismo con los algo más de 55 puntos que favorecieron al militar presidente. No parece ser automático el trasvase de ese volumen electoral de Chávez a Maduro.
Varias son las razones a tener en cuenta, al respecto. Por un lado, lo ya dicho de la diferencia de personalidades. Maduro no posee el carisma de Chávez. A tal punto, que sus excesos verbales no producen un efecto neutro como cuando eran pronunciados por el difunto.
Aquí cabe agregar la disidencia interna dentro del chavismo. Si Chávez era el jefe indiscutido de la parcialidad, Maduro no lo es. Cierto es que goza de la designación de sucesor que el propio Chávez le confirió en vida. Pero, el jefe máximo ya no está. Y no son pocos quienes preferían a Diosdado Cabello, otro ex militar y presidente de la Asamblea Legislativa, en lugar del ex sindicalista Maduro. ¿Votarán a Maduro?
Seguramente, serán pocos quienes darán vuelta su preferencia y optarán por Capriles. Pero, en el medio, quedan las opciones de no votar o votar en blanco. En este caso, aún conservando el mismo caudal de votos que obtuvo en la última presidencial, las posibilidades de Capriles se acrecientan. Si la hipótesis se verifica, tal vez Capriles no acreciente en demasía sus votos, pero Maduro puede reducir sensiblemente los suyos.
Más importante es, en todo caso, la percepción que los propios venezolanos demuestren frente a la realidad del país.
Dos son las asignaturas pendientes que dejó el período chavista. Ambas minimizadas por el carisma del ex presidente y por su populismo distributivo. Una es la inseguridad ciudadana. La otra, la inflación, en particular, y la economía, en general. Cuestiones que suelen repercutir de manera directa sobre el voto popular. Al contrario de otras, lamentablemente más sofisticadas, como la institucionalidad republicana, el estado de derecho, la libertad de expresión o la independencia de los poderes.
La campaña
No dejaron de llamar la atención las actitudes de uno y otro contendiente durante sus actos y sus discursos de campaña.
Como era previsible, el oficialista Nicolás Maduro basó la suya sobre la continuidad del chavismo. Pero fue más allá, hasta desdibujó su propia personalidad en aras de reinventar la opción pasada. Casi no se trató de Maduro o Capriles, sino de Chávez o Capriles.
Al efecto, llegó a extremos tales como “el pajarito”. No está del todo claro si efectivamente durante un acto, una pequeña ave se posó o no sobre su sombrero. En todo caso, su maquinaria propagandística explotó la cuestión y, desde entonces, Maduro apareció con un tosco pájaro de utilería sobre sus sombreros ¿Por qué? Porque en un ridículo símil del espíritu santo, pretendió que “el pajarito” era el espíritu de Chávez que se posaba sobre su cabeza para guiarlo.
“El pajarito” no surtió efecto. Lejos, de aumentar o al menos retener votos, la ridiculez lo llevó a la pérdida. El disparate fue continuador de dos anteriores que también apuntaban a mantener con vida política a Chávez. Uno ocurrió cuando pretendió que la muerte de Chávez se debió a la inoculación de un inoculable cáncer. El otro, fue cuando pretendió embalsamar el cadáver. Advertido del crecimiento a último momento de Capriles en las encuestas, Maduro varió la táctica: inventó un complot internacional para asesinarlo e invocó una maldición indígena para quienes no lo voten.
En el complot para el asesinato incluyó a dos ex embajadores norteamericanos en Venezuela, Roger Noriega y Otto Reich como instigadores y a la “derecha” de El Salvador como brazo ejecutor. Olvidó decir que Noriega y Reich -dos halcones, sin duda- fueron funcionarios de George Bush hijo y que Barack Obama los pasó a retiro sin miramientos. Tampoco recordó que hace rato terminó la actividad armada en El Salvador y que la derecha de ese país acató el triunfo electoral de la izquierda guerrillera del Frente Farabundo Martí que, dicho sea de paso, lleva a cabo políticas diametralmente opuestas a las que desarrolla el chavismo venezolano.
En cuanto a la maldición indígena, se trató de la denominada “maldición de Macarapana”, cuyo origen se remonta a una batalla perdida por los aborígenes amazónicos frente a los conquistadores españoles en el siglo XVI. Desde entonces, y por eso se habla de maldición, los aborígenes no recuperaron sus tierras.
El cambio de táctica no varió la estrategia que consiste en conservar la totalidad de los votos chavistas. Pero revela, cuando menos, cierto grado de preocupación. Un candidato triunfante, seguro de sí mismo, suele no incurrir en semejantes disparates.
Por el contrario, Capriles fue de menor a mayor. Primero, como quedó dicho, se encargó de diferenciar a Maduro de Chávez. Segundo, ofreció seguridades sobre la cuestión social, algo que no le resulta difícil dada su ideología social-demócrata y que es creíble en función de su accionar de gobierno en el Estado más populoso de Venezuela, el de Miranda, donde resultó reelecto como gobernador.
Tercero, hizo hincapié en los problemas reales de la sociedad venezolana: la inseguridad y la economía. Al respecto, sobre este último punto no vaticinó un ajuste -siempre impopular algo que, de hecho, lleva a cabo el propio chavismo- sino que auguró como solución el fin de la “generosidad” chavista con los regímenes que le son afines en América, tales como Cuba, Nicaragua, Bolivia, algunas islas del Caribe y la Argentina, sobre la que reveló que debe a Venezuela, 13.000 millones de dólares.
Por último, con una no menor muestra de confianza, en su discurso de cierre dedicó largo espacio a la modalidad de voto y de control sobre la elección para evitar que el oficialismo le arrebate el triunfo.
Veremos el resultado. Pero, al final de la campaña, Capriles muestra un crecimiento que contrasta con el descenso de Maduro.
La realidad
Venezuela es hoy el segundo país del mundo en cuanto a tasa de criminalidad. Registra 16.000 muertes por año como producto de la violencia. La delincuencia opera con creciente impunidad. La actividad del narcotráfico se amplifica. Tanto en lo que se refiere a la distribución interna de drogas como al empleo del territorio como tránsito hacia el África, en particular la ex colonia portuguesa de Guinea Bissau, desde donde la cocaína es remitida a Estados Unidos y a Europa
Por el lado de la economía, el país presenció el cierre de 200.000 empresas, una inflación que supera el 20 por ciento anual, un déficit fiscal que llegó hasta el 15 por ciento del Producto Bruto Interno, por lo que fue necesario devaluar el bolívar en un 30 por ciento de manera oficial y otro 50 por ciento adicional a través de licitaciones estatales de dólares destinados a la importación.
Y es que el país depende exclusivamente -en mayor medida desde la vigencia del populismo chavista- de la renta petrolera. Ahora bien, el precio del barril del petróleo hace rato que está clavado en cien dólares, mientras que continúan en alza los precios internacionales de casi todos los alimentos que Venezuela debe importar porque no produce.
Como era de esperar, el control de cambios como política pública, fracasó y trajo como consecuencia la desaparición de inversiones. Resultado, el país muestra un deterioro de la infraestructura que, como síntoma más notorio, queda reflejado en los permanentes cortes de suministro eléctrico.
En la última elección presidencial, un 45 por ciento de los venezolanos mostraron su enojo. Seguramente, lo volverán a mostrar en esta oportunidad. La incógnita es cuantos, entre quienes estaban conformes, ahora se enojaron. De eso depende el triunfo del “sucesor” Maduro o la sorpresa electoral del “empinado” Capriles.
Las encuestas, por un lado, los analistas, por otro, coinciden en la vigencia del régimen que inauguró hace más de quince años el recientemente fallecido teniente coronel Hugo Chávez Frías.
Y dos son los elementos sobre los que se apoya el vaticinio. La cercana desaparición física del ex presidente y la amplitud del resultado electoral de la también reciente -seis meses- última elección presidencial en el país caribeño.
No obstante, algunas dudas carcomen el pronóstico. Así, la fragilidad de Maduro como candidato -algo que su opositor no se cansa de poner de manifiesto- siembra interrogantes. La sentencia del candidato Enrique Capriles: “Nicolás, tú no eres Chávez”, incide sobre el ánimo de los votantes.
Allí, la amplitud del resultado electoral que favoreció a Chávez hace seis meses pierde parte de su potencial. Los poco más de diez puntos que separaron entonces a los contendientes quedan relativizados. Para Capriles, se trata de dar vuelta poco más de la mitad. Con eso le alcanza.
Y es que nadie, absolutamente nadie, augura una fuga de votos de la oposición al oficialismo. Los casi 45 puntos que obtuvo Capriles, nada más ni nada menos que contra Chávez, parecen estar asegurados.
No queda tan claro si ocurrirá lo mismo con los algo más de 55 puntos que favorecieron al militar presidente. No parece ser automático el trasvase de ese volumen electoral de Chávez a Maduro.
Varias son las razones a tener en cuenta, al respecto. Por un lado, lo ya dicho de la diferencia de personalidades. Maduro no posee el carisma de Chávez. A tal punto, que sus excesos verbales no producen un efecto neutro como cuando eran pronunciados por el difunto.
Aquí cabe agregar la disidencia interna dentro del chavismo. Si Chávez era el jefe indiscutido de la parcialidad, Maduro no lo es. Cierto es que goza de la designación de sucesor que el propio Chávez le confirió en vida. Pero, el jefe máximo ya no está. Y no son pocos quienes preferían a Diosdado Cabello, otro ex militar y presidente de la Asamblea Legislativa, en lugar del ex sindicalista Maduro. ¿Votarán a Maduro?
Seguramente, serán pocos quienes darán vuelta su preferencia y optarán por Capriles. Pero, en el medio, quedan las opciones de no votar o votar en blanco. En este caso, aún conservando el mismo caudal de votos que obtuvo en la última presidencial, las posibilidades de Capriles se acrecientan. Si la hipótesis se verifica, tal vez Capriles no acreciente en demasía sus votos, pero Maduro puede reducir sensiblemente los suyos.
Más importante es, en todo caso, la percepción que los propios venezolanos demuestren frente a la realidad del país.
Dos son las asignaturas pendientes que dejó el período chavista. Ambas minimizadas por el carisma del ex presidente y por su populismo distributivo. Una es la inseguridad ciudadana. La otra, la inflación, en particular, y la economía, en general. Cuestiones que suelen repercutir de manera directa sobre el voto popular. Al contrario de otras, lamentablemente más sofisticadas, como la institucionalidad republicana, el estado de derecho, la libertad de expresión o la independencia de los poderes.
La campaña
No dejaron de llamar la atención las actitudes de uno y otro contendiente durante sus actos y sus discursos de campaña.
Como era previsible, el oficialista Nicolás Maduro basó la suya sobre la continuidad del chavismo. Pero fue más allá, hasta desdibujó su propia personalidad en aras de reinventar la opción pasada. Casi no se trató de Maduro o Capriles, sino de Chávez o Capriles.
Al efecto, llegó a extremos tales como “el pajarito”. No está del todo claro si efectivamente durante un acto, una pequeña ave se posó o no sobre su sombrero. En todo caso, su maquinaria propagandística explotó la cuestión y, desde entonces, Maduro apareció con un tosco pájaro de utilería sobre sus sombreros ¿Por qué? Porque en un ridículo símil del espíritu santo, pretendió que “el pajarito” era el espíritu de Chávez que se posaba sobre su cabeza para guiarlo.
“El pajarito” no surtió efecto. Lejos, de aumentar o al menos retener votos, la ridiculez lo llevó a la pérdida. El disparate fue continuador de dos anteriores que también apuntaban a mantener con vida política a Chávez. Uno ocurrió cuando pretendió que la muerte de Chávez se debió a la inoculación de un inoculable cáncer. El otro, fue cuando pretendió embalsamar el cadáver. Advertido del crecimiento a último momento de Capriles en las encuestas, Maduro varió la táctica: inventó un complot internacional para asesinarlo e invocó una maldición indígena para quienes no lo voten.
En el complot para el asesinato incluyó a dos ex embajadores norteamericanos en Venezuela, Roger Noriega y Otto Reich como instigadores y a la “derecha” de El Salvador como brazo ejecutor. Olvidó decir que Noriega y Reich -dos halcones, sin duda- fueron funcionarios de George Bush hijo y que Barack Obama los pasó a retiro sin miramientos. Tampoco recordó que hace rato terminó la actividad armada en El Salvador y que la derecha de ese país acató el triunfo electoral de la izquierda guerrillera del Frente Farabundo Martí que, dicho sea de paso, lleva a cabo políticas diametralmente opuestas a las que desarrolla el chavismo venezolano.
En cuanto a la maldición indígena, se trató de la denominada “maldición de Macarapana”, cuyo origen se remonta a una batalla perdida por los aborígenes amazónicos frente a los conquistadores españoles en el siglo XVI. Desde entonces, y por eso se habla de maldición, los aborígenes no recuperaron sus tierras.
El cambio de táctica no varió la estrategia que consiste en conservar la totalidad de los votos chavistas. Pero revela, cuando menos, cierto grado de preocupación. Un candidato triunfante, seguro de sí mismo, suele no incurrir en semejantes disparates.
Por el contrario, Capriles fue de menor a mayor. Primero, como quedó dicho, se encargó de diferenciar a Maduro de Chávez. Segundo, ofreció seguridades sobre la cuestión social, algo que no le resulta difícil dada su ideología social-demócrata y que es creíble en función de su accionar de gobierno en el Estado más populoso de Venezuela, el de Miranda, donde resultó reelecto como gobernador.
Tercero, hizo hincapié en los problemas reales de la sociedad venezolana: la inseguridad y la economía. Al respecto, sobre este último punto no vaticinó un ajuste -siempre impopular algo que, de hecho, lleva a cabo el propio chavismo- sino que auguró como solución el fin de la “generosidad” chavista con los regímenes que le son afines en América, tales como Cuba, Nicaragua, Bolivia, algunas islas del Caribe y la Argentina, sobre la que reveló que debe a Venezuela, 13.000 millones de dólares.
Por último, con una no menor muestra de confianza, en su discurso de cierre dedicó largo espacio a la modalidad de voto y de control sobre la elección para evitar que el oficialismo le arrebate el triunfo.
Veremos el resultado. Pero, al final de la campaña, Capriles muestra un crecimiento que contrasta con el descenso de Maduro.
La realidad
Venezuela es hoy el segundo país del mundo en cuanto a tasa de criminalidad. Registra 16.000 muertes por año como producto de la violencia. La delincuencia opera con creciente impunidad. La actividad del narcotráfico se amplifica. Tanto en lo que se refiere a la distribución interna de drogas como al empleo del territorio como tránsito hacia el África, en particular la ex colonia portuguesa de Guinea Bissau, desde donde la cocaína es remitida a Estados Unidos y a Europa
Por el lado de la economía, el país presenció el cierre de 200.000 empresas, una inflación que supera el 20 por ciento anual, un déficit fiscal que llegó hasta el 15 por ciento del Producto Bruto Interno, por lo que fue necesario devaluar el bolívar en un 30 por ciento de manera oficial y otro 50 por ciento adicional a través de licitaciones estatales de dólares destinados a la importación.
Y es que el país depende exclusivamente -en mayor medida desde la vigencia del populismo chavista- de la renta petrolera. Ahora bien, el precio del barril del petróleo hace rato que está clavado en cien dólares, mientras que continúan en alza los precios internacionales de casi todos los alimentos que Venezuela debe importar porque no produce.
Como era de esperar, el control de cambios como política pública, fracasó y trajo como consecuencia la desaparición de inversiones. Resultado, el país muestra un deterioro de la infraestructura que, como síntoma más notorio, queda reflejado en los permanentes cortes de suministro eléctrico.
En la última elección presidencial, un 45 por ciento de los venezolanos mostraron su enojo. Seguramente, lo volverán a mostrar en esta oportunidad. La incógnita es cuantos, entre quienes estaban conformes, ahora se enojaron. De eso depende el triunfo del “sucesor” Maduro o la sorpresa electoral del “empinado” Capriles.