LA COLUMNA INTERNACIONAL
Chipre, un tal Anastasiades y un tal Dijsselbloem
Que las crisis las pagan todos, suele ser solo una verdad a medias. Hay algunos que son más todos que el resto. Y hasta siempre existen quienes no solo no pagan sino que se benefician.
Obsesionada por un tecnicismo que algunos -con intereses contrarios- califican arbitrariamente de ortodoxia, la Unión Europea -en particular, su versión más restringida del Eurogrupo- propuso y dispuso que la crisis chipriota fuese pagada por todos.
Y se equivocó feo y mal. Porque como se dijo más arriba, cuando la pagan todos se genera una desproporción siempre desfavorable a los que menos tienen. Ya sea porque, aún de manera proporcional, el impacto individual sobre las economías familiares es mucho más dramático. Ya sea porque los ciudadanos de a pie no disponen de ningún poder de control sobre cuanto ocurre. Ni siquiera disponen de un poder de información que les permita tomar decisiones para cubrirse de las eventualidades.
Fue así que el Eurogrupo debió dar marcha atrás. Ya no pretendió que la crisis la paguen todos por igual, sino que la paguen de manera desigual. Quienes tienen más y, por ende, mayor capacidad de conocimiento sobre cuanto ocurre, deben cargar con el peso mayor. Es justo.
Pero, no solo es justo. Sienta un precedente frente al aventurerismo banquero que somete periódicamente a distintas regiones del mundo -globalizado- a crisis recurrentes. De aquí, en más, cada depositante o cliente de envergadura de un banco deberá tomar recaudo de su deber de cuidado. Su dinero corre riesgos que ya no van a salvar los contribuyentes de su país o del extranjero.
El caso chipriota
Alguna vez, un funcionario europeo calificó a la economía chipriota como casino. Y no se equivocaba. Lamentablemente, uno de los tantos casinos que pululan por el mundo.
La pequeña isla del Mediterráneo vivía del turismo y, sobre todo, de su hiperdimensionado sector bancario. Si de lo primero son responsables su clima, su historia y sus playas, de lo segundo es responsable su estado -y como se trata de una democracia, sus ciudadanos- representado por gobiernos que hicieron -u omitieron hacer- todo lo posible para la llegada de capitales especulativos de dudoso origen.
Así, oligarcas y mafiosos rusos, fundamentalmente, optaron por el paraíso fiscal chipriota en razón de su bajísima tasación sobre las sociedades -5% otrora y 12,5% desde que comenzó la crisis-, algo que redundó en la sobredimensión del sector bancario que llegó a acumular hasta ocho veces el total del Producto Bruto Interno anual del país.
Por supuesto, los bancos chipriotas -en particular, y como consecuencia, los dos más grandes el Bank of Cyprus y el Laiki- ofrecían tasas altísimas. Así, mafiosos, oligarcas y banqueros vivían en la felicidad permanente.
Claro que los bancos debían recolocar los dineros captados y, obviamente, a tasas mayores que las que pagaban a sus clientes. Los títulos públicos de la deuda griega parecían la colocación ideal.
El estado griego que se financiaba con empréstitos externos y falsificaba estadísticas para respaldar su solvencia, era un tomador voraz. Pero, la perdiz saltó. La verdad sobre la economía griega se abrió paso y la bancarrota se abatió sobre el país de Pericles y Aristóteles. Y los bancos chipriotas, empapelados de papelitos helenos, quedaron mirando pa’l norte.
Ahora, era el turno de la bancarrota chipriota. Ni aún queriéndolo, el gobierno insular tenía capacidad de afrontar el problema de la quiebra masiva del sector bancario. Fue necesario hacer el, conocido nuestro, “corralito” para impedir la fuga de depósitos y recurrir a Europa, dado que la moneda chipriota es el euro.
Se necesitaban 12.000 millones de euros. Una bagatela para las cuentas europeas. Pero, un nuevo antecedente imposible de sortear por parte de la canciller alemana, Angela Merkel, de cara a las próximas elecciones nacionales en su país.
Sencillo, si Merkel daba luz verde para salvar los bancos chipriotas, la oposición socialdemócrata la iba a acusar de utilizar el dinero de los contribuyentes alemanes para salvar al “casino” chipriota.
Entonces, el Eurogrupo decidió -junto con el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional- que el grueso del financiamiento -más del 75%- saliera de los bolsillos de los propios chipriotas.
¿De los más o menos responsables? No. De todos, a través de un impuesto o quita sobre la totalidad de los depósitos bancarios. Sean o no de los bancos al borde de la bancarrota. No debe olvidarse que, en Europa, la casi totalidad de la economía está bancarizada.
Si bien es cierto que aplicaba una tasa mayor a los depósitos de más de 100.000 euros, abarcaba hasta las cuentas de particulares que solo contaban con algunos cientos o miles de euros.
Todo Chipre, como correspondía, reaccionó. La gente se movilizó. El Parlamento no votó las leyes correspondientes. Y el presidente recientemente electo, el centro derechista, Nicos Anastasiades, se puso al frente de la resistencia con un plan B que, a la postre, fue el decidido.
¿Que cómo lo hizo Anastasiades? Pues se fue a Bruselas, se reunió con la troika del Eurogrupo, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional y no tuvo empacho en decirles que, si insistían, lo estaban obligando a renunciar.
La amenaza del chipriota surtió efecto. Nadie quería sumar una crisis política en un país de la Unión Europea que, pese a su pequeño tamaño, arrastraba la credibilidad del euro. Es que con la renuncia de Anastasiades no quedaba otra solución que retornar a la vieja libra chipriota como moneda nacional.
Dicho sea de paso, el antecesor de Anastasiades en la presidencia era un comunista y con él se produjo la crisis especulativa.
El Plan B
Anastasiades dio muestras de coraje pero también dio muestras de responsabilidad. No pretendió que otros paguen la crisis chipriota. Pretendió y logró la justicia de que la paguen, en mayor medida, quienes la generaron.
En primer lugar, los dos bancos principalmente involucrados. En segundo término, los clientes y los depositantes de más de 100.000 euros en dichos bancos.
Así, se resolvió que el Bank of Cyprus seguirá operando, mientras que el Laiki deberá cerrar sus puertas. Y que los clientes y depositantes de ambos bancos con depósitos superiores a 100.000 euros solo recuperarán el porcentaje de dichos depósitos que quede tras juntar la mayor parte de los 12.000 millones de euros que Chipre necesita para no caer en la bancarrota.
No cabe duda que toda la sociedad de la isla pagará el desaguisado. La previsión es de una caída de la actividad económica del 15% para el presente año y de no menos de otro 5% adicional para el siguiente. Al gobierno no le queda otra que privatizar servicios públicos para mejorar su situación fiscal. Ni que hablar de los empleados de los bancos para quienes sería justo encontrar un mecanismo de reparación.
Pero, más deberán pagar, si todo se hace de manera transparente, quienes depositaron en dichos bancos con capacidad de conocimiento de cuanto ocurría o cuanto podía ocurrir.
Y es este el efecto bisagra que debería ser consagrado para las crisis futuras. No es lo mismo un simple depositante -asalariado, agricultor o pequeño comerciante o industrial- que una sofisticada sociedad financiera dedicada a la especulación.
Para los primeros, un banco es un lugar seguro donde depositar sus ahorros o un lugar obligatorio para sus cobros. Para los segundos, es una elección especulativa en aras de una mayor ganancia. Los primeros no tienen ninguna capacidad de dirimir que ocurre en el complejo y sofisticado negocio bancario. Los segundos cuentan con asesores financieros e información privilegiada que les posibilita merituar los riesgos.
Así, quienes se rasgan las vestiduras -y no son pocos en Europa y el mundo- porque la solución encontrada conspira contra la confianza en el negocio bancario, quedan fuera de lugar.
De aquí en más, los depósitos garantizados serán solo para los pequeños ahorristas. Los que no tienen capacidad de información. El resto, los especuladores, a correr riesgos, sin que los salve ningún contribuyente de ninguna parte del mundo. Como corresponde.
Conviene retener dos nombres para el futuro. Uno el del ya mencionado Anastasiades. El otro, el de un tal Jeroen Dijsselbloem, un holandés, ministro de Finanzas de su país y presidente del Eurogrupo que se atrevió a decir que la solución chipriota podría aplicarsa a otros países. Obviamente, los muchachos del gran capital le saltaron a la yugular con caídas en todas las bolsas europeas y debió relativizar lo dicho. Pero, lo dicho, dicho está.
¿Qué si todos entendieron el mensaje? Veremos. Pero, los chipriotas, los principales interesados, sí. Después de 12 días, el jueves, los bancos abrieron sus puertas y no hubo puebladas, ni ataques, ni roturas de vidrios, ni precipitaciones. ¿El mensaje? Ajuste, porque las responsabilidades hay que asumirlas, pero con justicia para que paguen menos los más indefensos y los menos culpables.
Obsesionada por un tecnicismo que algunos -con intereses contrarios- califican arbitrariamente de ortodoxia, la Unión Europea -en particular, su versión más restringida del Eurogrupo- propuso y dispuso que la crisis chipriota fuese pagada por todos.
Y se equivocó feo y mal. Porque como se dijo más arriba, cuando la pagan todos se genera una desproporción siempre desfavorable a los que menos tienen. Ya sea porque, aún de manera proporcional, el impacto individual sobre las economías familiares es mucho más dramático. Ya sea porque los ciudadanos de a pie no disponen de ningún poder de control sobre cuanto ocurre. Ni siquiera disponen de un poder de información que les permita tomar decisiones para cubrirse de las eventualidades.
Fue así que el Eurogrupo debió dar marcha atrás. Ya no pretendió que la crisis la paguen todos por igual, sino que la paguen de manera desigual. Quienes tienen más y, por ende, mayor capacidad de conocimiento sobre cuanto ocurre, deben cargar con el peso mayor. Es justo.
Pero, no solo es justo. Sienta un precedente frente al aventurerismo banquero que somete periódicamente a distintas regiones del mundo -globalizado- a crisis recurrentes. De aquí, en más, cada depositante o cliente de envergadura de un banco deberá tomar recaudo de su deber de cuidado. Su dinero corre riesgos que ya no van a salvar los contribuyentes de su país o del extranjero.
El caso chipriota
Alguna vez, un funcionario europeo calificó a la economía chipriota como casino. Y no se equivocaba. Lamentablemente, uno de los tantos casinos que pululan por el mundo.
La pequeña isla del Mediterráneo vivía del turismo y, sobre todo, de su hiperdimensionado sector bancario. Si de lo primero son responsables su clima, su historia y sus playas, de lo segundo es responsable su estado -y como se trata de una democracia, sus ciudadanos- representado por gobiernos que hicieron -u omitieron hacer- todo lo posible para la llegada de capitales especulativos de dudoso origen.
Así, oligarcas y mafiosos rusos, fundamentalmente, optaron por el paraíso fiscal chipriota en razón de su bajísima tasación sobre las sociedades -5% otrora y 12,5% desde que comenzó la crisis-, algo que redundó en la sobredimensión del sector bancario que llegó a acumular hasta ocho veces el total del Producto Bruto Interno anual del país.
Por supuesto, los bancos chipriotas -en particular, y como consecuencia, los dos más grandes el Bank of Cyprus y el Laiki- ofrecían tasas altísimas. Así, mafiosos, oligarcas y banqueros vivían en la felicidad permanente.
Claro que los bancos debían recolocar los dineros captados y, obviamente, a tasas mayores que las que pagaban a sus clientes. Los títulos públicos de la deuda griega parecían la colocación ideal.
El estado griego que se financiaba con empréstitos externos y falsificaba estadísticas para respaldar su solvencia, era un tomador voraz. Pero, la perdiz saltó. La verdad sobre la economía griega se abrió paso y la bancarrota se abatió sobre el país de Pericles y Aristóteles. Y los bancos chipriotas, empapelados de papelitos helenos, quedaron mirando pa’l norte.
Ahora, era el turno de la bancarrota chipriota. Ni aún queriéndolo, el gobierno insular tenía capacidad de afrontar el problema de la quiebra masiva del sector bancario. Fue necesario hacer el, conocido nuestro, “corralito” para impedir la fuga de depósitos y recurrir a Europa, dado que la moneda chipriota es el euro.
Se necesitaban 12.000 millones de euros. Una bagatela para las cuentas europeas. Pero, un nuevo antecedente imposible de sortear por parte de la canciller alemana, Angela Merkel, de cara a las próximas elecciones nacionales en su país.
Sencillo, si Merkel daba luz verde para salvar los bancos chipriotas, la oposición socialdemócrata la iba a acusar de utilizar el dinero de los contribuyentes alemanes para salvar al “casino” chipriota.
Entonces, el Eurogrupo decidió -junto con el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional- que el grueso del financiamiento -más del 75%- saliera de los bolsillos de los propios chipriotas.
¿De los más o menos responsables? No. De todos, a través de un impuesto o quita sobre la totalidad de los depósitos bancarios. Sean o no de los bancos al borde de la bancarrota. No debe olvidarse que, en Europa, la casi totalidad de la economía está bancarizada.
Si bien es cierto que aplicaba una tasa mayor a los depósitos de más de 100.000 euros, abarcaba hasta las cuentas de particulares que solo contaban con algunos cientos o miles de euros.
Todo Chipre, como correspondía, reaccionó. La gente se movilizó. El Parlamento no votó las leyes correspondientes. Y el presidente recientemente electo, el centro derechista, Nicos Anastasiades, se puso al frente de la resistencia con un plan B que, a la postre, fue el decidido.
¿Que cómo lo hizo Anastasiades? Pues se fue a Bruselas, se reunió con la troika del Eurogrupo, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional y no tuvo empacho en decirles que, si insistían, lo estaban obligando a renunciar.
La amenaza del chipriota surtió efecto. Nadie quería sumar una crisis política en un país de la Unión Europea que, pese a su pequeño tamaño, arrastraba la credibilidad del euro. Es que con la renuncia de Anastasiades no quedaba otra solución que retornar a la vieja libra chipriota como moneda nacional.
Dicho sea de paso, el antecesor de Anastasiades en la presidencia era un comunista y con él se produjo la crisis especulativa.
El Plan B
Anastasiades dio muestras de coraje pero también dio muestras de responsabilidad. No pretendió que otros paguen la crisis chipriota. Pretendió y logró la justicia de que la paguen, en mayor medida, quienes la generaron.
En primer lugar, los dos bancos principalmente involucrados. En segundo término, los clientes y los depositantes de más de 100.000 euros en dichos bancos.
Así, se resolvió que el Bank of Cyprus seguirá operando, mientras que el Laiki deberá cerrar sus puertas. Y que los clientes y depositantes de ambos bancos con depósitos superiores a 100.000 euros solo recuperarán el porcentaje de dichos depósitos que quede tras juntar la mayor parte de los 12.000 millones de euros que Chipre necesita para no caer en la bancarrota.
No cabe duda que toda la sociedad de la isla pagará el desaguisado. La previsión es de una caída de la actividad económica del 15% para el presente año y de no menos de otro 5% adicional para el siguiente. Al gobierno no le queda otra que privatizar servicios públicos para mejorar su situación fiscal. Ni que hablar de los empleados de los bancos para quienes sería justo encontrar un mecanismo de reparación.
Pero, más deberán pagar, si todo se hace de manera transparente, quienes depositaron en dichos bancos con capacidad de conocimiento de cuanto ocurría o cuanto podía ocurrir.
Y es este el efecto bisagra que debería ser consagrado para las crisis futuras. No es lo mismo un simple depositante -asalariado, agricultor o pequeño comerciante o industrial- que una sofisticada sociedad financiera dedicada a la especulación.
Para los primeros, un banco es un lugar seguro donde depositar sus ahorros o un lugar obligatorio para sus cobros. Para los segundos, es una elección especulativa en aras de una mayor ganancia. Los primeros no tienen ninguna capacidad de dirimir que ocurre en el complejo y sofisticado negocio bancario. Los segundos cuentan con asesores financieros e información privilegiada que les posibilita merituar los riesgos.
Así, quienes se rasgan las vestiduras -y no son pocos en Europa y el mundo- porque la solución encontrada conspira contra la confianza en el negocio bancario, quedan fuera de lugar.
De aquí en más, los depósitos garantizados serán solo para los pequeños ahorristas. Los que no tienen capacidad de información. El resto, los especuladores, a correr riesgos, sin que los salve ningún contribuyente de ninguna parte del mundo. Como corresponde.
Conviene retener dos nombres para el futuro. Uno el del ya mencionado Anastasiades. El otro, el de un tal Jeroen Dijsselbloem, un holandés, ministro de Finanzas de su país y presidente del Eurogrupo que se atrevió a decir que la solución chipriota podría aplicarsa a otros países. Obviamente, los muchachos del gran capital le saltaron a la yugular con caídas en todas las bolsas europeas y debió relativizar lo dicho. Pero, lo dicho, dicho está.
¿Qué si todos entendieron el mensaje? Veremos. Pero, los chipriotas, los principales interesados, sí. Después de 12 días, el jueves, los bancos abrieron sus puertas y no hubo puebladas, ni ataques, ni roturas de vidrios, ni precipitaciones. ¿El mensaje? Ajuste, porque las responsabilidades hay que asumirlas, pero con justicia para que paguen menos los más indefensos y los menos culpables.