ARTEBA cerró el domingo con un clima de euforia por parte de los artistas, galeristas, curadores y el campo artístico en general. Las galerías que apostaron a sus artistas y al pago del stand estaban más que conformes ya que las ventas superaron lo previsto.
La feria, que ya cuenta con 36 años, tuvo sus altibajos a lo largo del tiempo, no es de extrañar entonces la satisfacción y optimismo de que, a pesar de la profunda crisis económica, los resultados superaron ampliamente las expectativas.
Atrás de todo evento exitoso hay mucho trabajo, los galeristas consultados acomodaron precios para que sean posibles, se podía comprar arte contemporáneo en promedio desde 500 dólares -pequeño- a 15.000 dólares en formato grande.
Otra a favor es que el público más joven, acostumbrado a resolver las compras por la pantalla, ya estaba al tanto de las obras y sus precios por la facilidad que hoy ofrecen las redes en la circulación de imágenes y reservas online.
El Malba adquirió, gracias al Comité de Adquisiciones del museo, cinco obras nuevas para su colección: “Lo suficiente” de Alfredo Londaibere (1955-2017), artista que también fue llevado al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Londaibere es un artista clave de los 90, vinculado al Centro Cultural Rojas.
Verónica Gómez (1978), con la obra “El hogar de las niñas mueble”, obra figurativa de gran encanto que muestra niñas con cuerpos como muebles antiguos, recreando espacios de comienzos de siglo de interiores burgueses, se suman a la sección dedicada a las surrealistas latinoamericanas, Leonora Carrington y Remedios Varo.
De Manuel Brandazza (1975, Rosario) ingresa a la colección “Niño Soldadito”, realizada con barro del río Paraná, muy a tono con el uso de materiales no tradicionales tan caro a los artistas actuales. La cuarta es “La campaña” de Florencia Böhtlingk (1966); y, por último, una obra de Anselmo Piccoli(Rosario 1915- 1992), “Tapial naranja”(1967), de otra época, de la de Berni, Gambartes y Grela.
El Museo Nacional de Bellas Artes sumó piezas de Graciela Sacco (1956-2017).
El Museo de Arte Moderno va de punta con 15 obras. La artista Trinidad Metz Brea (1994), que causó sensación con “Simbiogénesis”, un friso con relieve de color blanco, con apariencia de aquellos realizados por las civilizaciones antiguas, como la grecorromana o las asiáticas, pero realizado en tecnología 3D y modelado digitalmente. Otras adquisiciones del Moderno: las jóvenes artistas Juana Padilla (1991), Amanda Tejo Viviani (1994).
Por donaciones, el Moderno recibe seis obras de Sandro Pereira (Tucumán, 1974) de la serie “Sandro devorando a sí mismo”, de Sofía Böhtlingk (1966) y Florencia Levy (1979) y otra de Metz Brea. Se da, por un lado, una articulación del mercado y del campo artístico que está funcionando y, por otro, un aggiornamiento de los museos que vuelcan su interés en lo inmediato, en lo que está sucediendo y en artistas de corta carrera, en el arte actual.
La excepción es la donación de la obra “The Grate” del bielorruso Nikolai Kasak (1946-1994) que no vivía en Sudamérica pero que estuvo en contacto con el movimiento Madi argentino, considerado el más disruptivo y vanguardista de nuestra historia del arte, allá por los años 50. Gracias al estudio del archivo de Gyula Kosice (1924-2016), nuestro artista madi, nacido en la actual Eslovaquia y hoy con una gran exposición en Malba, la investigadora Cristina Rossi encuentra la correspondencia que mantenía con Kasak, donde el bieloruso le expresaba el deseo de donar una obra al Museo de Arte Moderno de Buenos Aires en una carta fechada en 1967, anhelo que se hizo realidad este año.
En cuanto a adquisiciones de instituciones internacionales, acaso las más aspiracionales, el Guggenheim compró “Los mártires del Ocean” del fallecido Santiago García Sáenz (1955-2006); El Museo Reina Sofía, “Yo cuando no te veo”, de Alfredo Londaibere; el Museo de Arte de Lima,“Felicidad”, de Fernanda Laguna; el Centro de Arte 2 de Mayo de Madrid compró un mural de la serie “Dibujos”, de fuerza de Verónica Meloni. El Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, Macba, seleccionó una instalación de Rosario Zorroaquin. Y a Estados Unidos viaja una obra de la serie de fotografías “Territorios”, una pieza de gran formato de Marcelo Brodsky (1954).
Los museos de arte contemporáneo constituyen el punto más alto para la validación del arte. Contribuyen tanto al valor del mercado como a crear uno.La venta de una obra a museos internacionales constituye, además de un valor económico, un valor simbólico para el artista y es un trampolín para posicionar al arte argentino en el mercado internacional, coyuntura deseable y tan demorada desde los años 60, época del Di Tella y del gestor cultural Romero Brest, fecha en que los especialistas, historiadores, críticos y curadores se han puesto de acuerdo en situar el nacimiento del arte contemporáneo.
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