Dos padres de familia exponen su odio en Facebook. Al parecer, no se ponen de acuerdo en una cuestión ideológica propinándose insultos y golpes bajos. Al instante, en su verborragia temática, uno de ellos se indigna por lo que sucede en las escuelas y comparte un caso de “Bullyng”.
Un futbolista sale de noche, se emborracha, choca con su auto y escapa. Al día siguiente, el técnico le indica que sus actos ya no responden a su persona sino al club que representa. El jugador se peina, sigue pensando que la imagen es la gomina que lleva puesta en la cabeza y le impide pensar.
Un político es detenido en un control de alcoholemia y “chapea” con su nombre: “¿Sabés quién soy yo?”. Claro, quiere sus privilegios; esos que alguien alguna vez le entregó, no se quién, no se cuándo.
Una empresa quiere sumar clientes, ganar credibilidad, construir certezas, crecer, abrir nuevas sucursales, incorporar recursos y proyectarse al futuro. En redes, su comunicación es un compendio de situaciones particulares: grandes comilonas, salidas de pesca y varios “jajajajajaja”.
La directora de una institución responde a las consultas públicas poniendo su ideología por delante de todo, ella y su ego por encima del cargo que ocupa: ¿El rol corporativo? Bien, gracias.
¿Te preguntaste alguna vez cuál es la imagen que proyectás de acuerdo a los diferentes roles que desarrollás a diario?
Cuando hablamos de imagen, muchos se peinan. La concepción social descansa en eso: la imagen como impostura publicitaria o de seducción.
No es a esa comprensión superficial a la que me refiero sino a la construcción conciente de sentido. Eso es la imagen. Todos y cada uno de nosotros en los diferentes roles que nos toca desarrollar, político, empresa, institución, deportista, profesional o padre. Cada rol o función con su convención y demanda de actitud o aptitud. Mirate al espejo, reconocé tus actos para entender las consecuencias.
Peinate, en esta foto salimos todos.
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