A mediados de noviembre de 1876, llegó a Junín una familia proveniente de Lagonegro Potenza (Italia): Cayetano Andriola y su esposa María Nicodemo, con su pequeño hijo Nicolás, de dos años.
Cayetano, un hombre altivo, trabajador, generoso, vio la posibilidad de progresar económicamente, compró una fracción de tierra frente al paso a nivel “General San Martín”, en el Cuartel Segundo, a dos leguas del pueblo.
Cayetano comenzó a construir su vivienda, con la firme intención de instalar un boliche. Llegó a levantar, frente a su vivienda, un salón y, con el correr del tiempo, logró lo que deseaba, comenzando con un despacho de bebidas y, al año siguiente, lo fue surtiendo de mercaderías (en esa época lo llamaban “vicios”).
En aquel tiempo fue popular la concurrencia al lugar, ya que se daba cita la gente del pueblo y del campo, y también aquellos que andaban de paso, quienes lo bautizaron como el “Boliche Amarillo”, por el color de sus paredes.
A la izquierda estaba el despacho: salón abierto, amueblado con dos bancos largos de madera, un mostrador cubierto de rejas de hierro grueso, que al bolichero lo “enjaulaba” (protegiéndolo de los entreveros), las estanterías cubiertas de botellas, latas de sardinas, frascos y tarros de toda laya.
El suelo estaba cubierto de damajuanas de vino, barriles de diversas formas, matras, lazos, bastos, y otros artículos. Y a medida que va transcurriendo el tiempo, don Cayetano coloca un molino, en el cual encuentra el agua fresca y cristalina, y decide hacer grandes bebederos, para que cuando pasaban los reseros arreando la tropa pudieran descansar y comprar sus “vicios”, como así también cargar agua y dar de beber a los animales que recorren legua tras legua para llegar a su destino.
Siendo un paso obligatorio el tránsito por esos polvorientos caminos en época de sequía, y cuando la lluvia azotaba eran caminos barrosos, difíciles de transitar. Capataz, puesteros, peones y parroquianos de cuatro leguas a la redonda llegaban a caballo, en volantas, en sulki o en otros carruajes, y con una yunta de caballos buenos en pocas horas llegaban al boliche.
Era un lugar de encuentro para reunirse y beber o llevar yerba, sal y tabaco para el rancho, se jugaba a la taba o a los naipes, se apostaba mucha plata y defendiendo su juego se armaban peleas, porque eran hombres de muchas agallas.
En el boliche nunca faltaban las peleas de gallos de riña, que provocaban admiración a todos. Se solía también en las fechas patrias realizar carreras cuadreras y domas, y hasta los caminantes se acercaban al boliche a pedir un poco de yerba y agua, que nunca se les negaba. Los peones “golondrinas”, aquellos que pasaban cuando era la temporada de cosecha de trigo y de maíz, o para hacer las parvas de alfalfa, le pedían al “bolichero” la guitarra que estaba colgada en la pared, a la derecha del mostrador, y con su canto deleitaban a la paisanada y, al encontrarse con otros payadores, empezaban el “contrapunto” de canto improvisado.
También en el patio se organizaban bailes los domingos por la tarde, con el fonógrafo, para reunir a los campesinos de distintos lugares, pasando momentos de diversión y donde las mozas mostraban su gracia y donaire.
A metros del boliche también se encontraba una cancha de bochas y, más retirado, había una cancha de fútbol, para reunir los a jóvenes del lugar.
Don Cayetano, en 1892, hace levantar una pared medianera para construir una pieza grande, a fin de instalar allí una escuela, haciéndose al poco tiempo realidad. Años más tarde instala un surtidor de nafta y kerosene para los vehículos de esa época. A través de su larga existencia fue creciendo y transformándose continuamente, hasta llegar a ser un magnífico boliche.
Fueron transcurriendo los años y a los esposos Cayetano y María se les había cumplido el sueño: tener el Boliche Amarillo, la Escuela 17 “Doctor Francisco Javier Muñiz” y una numerosa familia bendecida con ocho hijos.
En 1933, ya anciano, decide darle el poder del Boliche a su hijo menor, Cayetano, llamado como su padre, quien continuó trabajando hasta llegar a cumplir los setenta y cuatro años. Y, tras obtener su jubilación, decide vender el tradicional boliche.
Hoy, después de 140 años, se encuentra aún el edificio pintado de amarillo y todavía conserva su aspecto de antaño. A pesar del progreso en los alrededores, su actividad comercial y cultural aún está vigente, con su nuevo dueño.
A veces me acerco y paso largo tiempo contemplando ese lugar, donde mis ancestros llegaron como uno de tantos otros inmigrantes y dejaron, junto con su vida, un aporte cultural en ese trozo de patria que hicieron suya. Y me dejaron como legado el amor a esta tierra, que los cobijó bajo su cielo azul y blanco.
María Isabel Andriola: Bisnieta de Cayetano Andriola, fundador del boliche.
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