El salto del dólar informal intensificó el debate sobre la dolarización de la economía, instalado por Javier Milei.

Dolarización, el debate que se instaló en la campaña electoral

Javier Milei empezó hace un par de años, pero ahora el ministro de Economía, Sergio Massa, hizo su parte, aunque involuntariamente: la disparada del dólar “blue” de las últimas semanas terminó instalando nuevamente el debate de la dolarización en la opinión pública argentina. Los programas periodísticos lo empezaron a debatir, y la gente, muy frustrada con la marcha de las cosas en la Argentina, se sumó al debate: ¿no convendría dejar de lado el peso y dolarizar la economía argentina de una buena vez para terminar definitivamente con la inflación crónica?

No es un debate “cómodo” para los rivales del economista despeinado, y hasta ahora venían esquivando el bulto: una dolarización les pondría límites: al no emitirse el dólar en la Argentina, la única forma de financiar el déficit fiscal sería tomando deuda que los mercados estén dispuestos a prestar. 

Además, sin un poco de inflación, desaparecería ese “maná del cielo” que significa desde hace décadas el cálculo de inflación asentado en el presupuesto que se supera año a año, generando esos apetecibles “recursos extraordinarios” que los gobiernos pueden gastar “a piacere” y sin necesidad de pedirle permiso a nadie.

Pero los debates a veces adquieren una dinámica propia, y la semana pasada la dolarización levantó vuelo. Una nueva encuesta de FGA, la consultora de Federico González, preguntó por la dolarización en medio de ese debate como solución definitiva a la inestabilidad crónica argentina y obtuvo un empate técnico: 41,1 % a favor y 43,5% en contra.

Ese sería el resultado, en caso de que el tema dolarización se plebiscite.

Técnicamente es un empate, si se considera un margen de error de 3 a 4 puntos porcentuales. Pero el debate recién empieza, y quien presente los argumentos más contundentes puede inclinar la balanza hacia un lado u otro en pocas semanas.

Hoy parecen también empatados los economistas de los distintos partidos: los que están a favor de dolarizar creen que para un país que sólo consiguió tener diez de los últimos 80 años sin alta inflación, la única solución es una dolarización. La convertibilidad del peso con el dólar de los 90 murió después de una década: fue una terapia que sólo logró alivio pasajero, pero no consiguió la cura definitiva del mal argentino.

Lo que quedaría sería la cirugía mayor de la dolarización total o generar la paciencia suficiente en la opinión pública -y la política- que requeriría un plan de estabilización que mantenga el peso: puede demorar varios años en exterminar la inflación.

Pero la otra biblioteca económica adhiere a que un país con moneda propia tiene más “herramientas” para gestionar los shocks externos -como la sequía que afecta hoy a la economía argentina, tan dependiente del agro- sin tener que recurrir a medidas políticamente dolorosas, como bajar fuertemente el gasto público de un año a otro.

En el rincón de los pesificadores, el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, viajó el año pasado a Israel, considerado el “niño prodigio” en la lucha contra la inflación, para interiorizarse sobre cómo logró el entonces presidente laborista Shimon Peres bajar en un par de años una hiperinflación a un dígito en los ‘80.

Los dolarizadores destacan que el caso de la Unión Europea es el mejor ejemplo de países que sacrificaron su signo monetario para adoptar el euro, como moneda común, como lo hicieron casi todos los países europeos. 

Los griegos, que bajo un gobierno de izquierda sufrieron una grave crisis económica en 2009 y se plantearon abandonar la moneda europea para volver al viejo dracma y así financiar su déficit fiscal, hoy están contentos de no haber cedido a la tentación: están creciendo más que el promedio de sus vecinos.

Todas las comparaciones son relativas: Israel cuenta con una sociedad muy disciplinada y acostumbrada a que en cualquier momento tenga que ponerse el casco para ir a la guerra. Grecia tiene vecinos poderosos, como los alemanes, que la ayudaron a levantarse para que su caída no se contagiara a toda la Europa mediterránea.

Los antidolarizadores apelan como ejemplo a que en la región solo tres países dolarizaron: Ecuador y El Salvador, 20 años atrás, y Panamá, hace más de un siglo.

El debate es apasionante: los pesificadores argumentan que en todos estos años, ni Ecuador ni El Salvador consiguieron un nivel de vida ni remotamente comparable al de Estados Unidos por usar la moneda estadounidense. 

Quizás el pequeño Panamá se le acerque más al país del norte: con un PBI per cápita de 16.000 dólares, los panameños superan en 50 por ciento a los argentinos, habiendo partido en el año 2000 de la mitad del ingreso argentino por habitante de ese momento, que alcanzaba casi 8.000 dólares y era el más alto de la región. Todavía regía la convertibilidad.

El debate por la dolarización se va a llenar de estos ejemplos y comparaciones a favor y en contra. Los pesificadores argumentan que en todos estos casos se trata de países chicos sin grandes industrias, que no podrían competir con importaciones de países industriales. La prueba sería la convertibilidad del peso con el dólar de los 90 en la que sufrieron varios sectores expuestos a la competencia, como el textil. 

Los dolarizadores retrucan que el problema no fue la convertibilidad, sino la corrupción en la aduana, por la que entraban las importaciones sistemáticamente subfacturadas para pagar aranceles ficticiamente bajos: la aduana siempre fue un “colador” desde los años de la colonia. Contra ese mal incorregible, argumentan, solo una pesificación puede defender a una industria nacional que requiere protección.

El debate durante la campaña electoral puede llegar a ser muy interesante: queda un 15 por ciento sin definirse, pero los partidarios de uno u otro bando pueden ir pasándose a la “otra biblioteca” en la medida en que las expectativas de que no se produzcan nuevas corridas cambiarias antes de las elecciones hoy lucen bastante bajas. El “blue” volverá muchas veces a la tapa de los diarios hasta el cambio de gobierno el próximo 10 de diciembre.