¿Por qué ha tenido tanto éxito una película sobre el pasado bastante inmediato? ¿Quizá porque expresa un aspiracional, además de un estado de ánimo de parte de la sociedad?
Es posible. También hubo polémica y grieta alrededor del film: que le falta a, que le sobra b, etc. No podemos vivir sin debate y sin que creamos que la historia siempre está incompleta. Y sí… la historia nunca está completa porque es de una complejidad fenomenal. Mucho menos pedirle que lo contemple un producto comercial de 140 minutos.
Pero hay otra Argentina 1985 que vuelve sobre la mesa y que pudiese ser un programa de estabilización económica como el Plan Austral, exitoso en sus primeros tiempos, con impacto electoral indiscutible en el comicio legislativo de aquel año.
Dada la escalada inflacionaria y el desbarajuste de variables recibidos por Massa, una opción al súper shock que preferirían los halcones opositores podría ser algo como aquel experimento. Si uno lee la bitácora de Juan Carlos Torre en “Una temporada en el quinto piso”, se podrá dar cuenta de las dificultades que atravesó aquel plan más allá de su impacto inicial.
Como es una operación política compleja, requiere por lo menos de tres cuestiones: 1) liderazgo unificado, 2) solidez técnica, y 3) apoyo internacional. Por ahora se podría decir que el ministro de economía cuenta seguro con el tercer factor, sobre todo si se ven los gestos favorables de los organismos internacionales.
Hasta un vocero oficioso de los mercados como The Economist se animó a decir que Massa “es lo único que se interpone entre Argentina y el caos” (Perón diría jocosamente: “tenemos compañeros hasta en la redacción de The Economist”).
El factor solidez técnica está más complejo por lo que costó completar el equipo sorteando vetos políticos e ideológicos, pero con asesoramiento adecuado puede salir adelante. El problema central es el factor 1, la madre de todos los borregos en este gobierno. Supongo que Alberto Fernández, un admirador del socialdemócrata Alfonsín, no se opondría a una solución tipo Sourrouille. Pero incluso el líder radical tuvo problemas para que se imponga aquel plan, tanto que al final naufragó porque los cuadros de su propio partido no lo digerían, como cuenta con lujo de detalles Torre.
Algo semejante le podría pasar a Massa. Está claro que Cristina decretó zona liberada para las críticas al ministro a partir de su tuit de dos semanas atrás, con sus argumentos clásicos: las advertencias de beneficios al capital concentrado, la puja distributiva como lógica de poder, etc. El ministro tiene un presidente sin poder, un jefe de gabinete con aspiraciones y una socia política con poder de veto fatal. ¿Cómo haría para que la política no meta la cola en una operación tan delicada? Hoy luce casi imposible.
Salvo que…
Massa es un gran pragmático que busca salirse con la suya, a la corta o a la larga. No es que le gusten las declaraciones de sus socios, pero siempre y cuando no le compliquen la toma de decisiones, deja pasar. La cuestión es si no lo empezaron a esmerilar para condicionarle tanto el contexto que termine como Guzmán. Ya se sabe que el personaje es de la política, tiene otra madera, otra cintura y capacidad de respuesta.
Imaginemos que esta hipótesis negativa sea la real. En ese caso Massa podría: 1) resistir palmo a palmo, 2) entregarse, 3) renunciar, o 4) quemar las naves. Para ahorrar tiempo, por personalidad las opciones 2 y 3 no corren por ahora. Está en opción 1. Pero si lo presionan mucho ¿no pasará a la opción 4? ¿Qué significaría quemar las naves? Significaría atarse a un plan de estabilización con los socios internacionales de tal modo de llevar al cristinismo a un “no options”.
Jugar al límite para obligar a “la jefa” a hacer lo que no quiere: ordenar la macro pagando costos y atarse a la buena suerte del ministro. “¡Pero no lo van a dejar!”. Puede ser. En ese caso entraría la opción 3. Si no les gusta, pongan a alguien de Kicillof. Nos vemos en las elecciones.
¿Él es capaz de hacer eso? Una de las personas con más ambición de poder de la Argentina es capaz de muchas cosas. Lo dijimos en esta columna cuando llegó Batakis y se cayó la opción Massa: “el tigrense seguro se despidió pensando ´nos vemos en la próxima crisis´. Porque lo más probable es que haya otra instancia de crisis”. Resultados a la vista.
Pero la historia no empezó ahí. En 2013 CFK hasta último momento creyó que el creador del Frente Renovador jugaba al límite para negociar adentro, y produjo el gran boom que fue el principio del final de esa etapa kirchnerista. De modo que, si yo fuese Ella, tendría cuidado que por impericia política el socio no me deje la casa incendiada y además reciba halagos del poder económico.
Volvamos a ejercer la imaginación: Massa renuncia, obviamente porque no le dejarían hacer lo que quiere; estallan los mercados; el FMI dirá que ojalá Argentina cumpla con el camino comprometido (amenaza velada); crisis política total (¿Alberto se reirá?); el cristinismo furioso; los gobernadores, la CGT y etc. corriendo a hablar con Cristina para que entre en sus cabales; la oposición pensando “gracias Massa por los servicios prestados a la Patria”. Creo que ya con eso tenemos suficiente para una temporada de Netflix.
Ultimo comentario sobre la semana. Todas estas reflexiones se dan en un marco en donde la principal fuerza de oposición sigue lavando trapos sucios en público. La semana pasada analizamos la situación de Manes. Esta vez la protagonista fue Bullrich contradiciendo a su propio bloque.
Y probablemente por efecto torpeza de los pre candidatos presidenciales de JxC, el libertario Milei se está acomodando en los 20 puntos de intención de voto, con un agravante: como todo fenómeno sociopolítico, a medida que va pasando el tiempo una tendencia sedimenta y se consolida, de modo que hará más difícil correrlo del centro de la escena.
Los políticos y políticas argentinos no serán de la talla de Darín y Lanzani, pero nos entretienen bastante.
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