A comienzos de 1916, el potencial estado argentino, tenía en su régimen revolucionario una fuerte crisis: cambios de figuras, conspiraciones, golpes de estado, guerras civiles, persecuciones entre facciones, entre otros. Había como una continuidad, del estilo político, del Virreinato por el apogeo de la fuerte Buenos Aires por sobre los múltiples problemas de las demás provincias. Sumado al avance portugués sobre el Río de La Plata, mientras la guerra de independencia seguía su curso en varios frentes. Cualquiera pasaba de héroe a verdugo. Acciones logistas y el debate monarquía o república para un futuro gobierno, mientras la anarquía dominaba con su presencia.
Pese a todo, el Congreso de Tucumán se celebra a partir del 24 de marzo, dando señales de un espíritu federal y querer abandonar el centralismo político. Eran lógicos los recelos de las provincias al gobierno del Directorio, de hecho no estaban las litoraleñas. Tras idas y vueltas, como tensiones constantes, se designó como Director Supremo a don Juan Martín de Pueyrredón casi unánimemente. Allí, entre muchos aspectos tratados, se declara la independencia de las Provincias Unidas de la América del Sud.
Múltiples problemas aquejaban al nuevo Estado frágil y convulsionado por donde se lo viera. Pero el Congreso se determinó a encararlos, era el momento, y en un ideal mayor al de una unidad estatal sino, como diría Vicente Sierra en su Historia Argentina: (…) no se trató de un asamblea puramente interna, es decir, limitada en sus determinaciones a organizar en Estado independiente al antiguo virreinato del Río de La Plata, sino de unan junta de hombres dispuesto a crear el Superestado capaz de reunir en una sola nación a todos los pueblos sudamericanos.
No olvidemos que desde los alzamientos de 1810 la idea de libertad (e igualdad) estaba a flor de piel en todas las clases sociales. En 1811 se suma la proclama de Tiahuanaco en favor de los indígenas; y el gaucho formaba gran parte de las milicias provinciales (con algunas victorias importantes y derechos adquiridos por tal).
Es interesante destacar, el orden de prioridades que el 29 de mayo quedó establecido en una minuta a trabajar. Algunos de esos términos (textuales aquí), hoy son carne en los argentinos: males que han causado las divisiones de los pueblos; necesidad de la más estrecha unión; y circunstancias se estimen necesarias para consolidar dicha unión.
Los hombres del 16, con distinta procedencia y en muchos casos con distintas ideas, tenían algo en común: la decisión. Estaban decididos a generar un cambio. Querían construir las bases de una nueva nación con el temor de saber que los riesgos eran extremos. Había que calmar la situación política interna, estar atentos a las amenazas extranjeras y apaciguar los problemas económicos de gran parte de la población. ¡Cuántas cosas similares a hoy! Había ignorancia en el pueblo y desigualdad en la sociedad. Había ambición política egoísta en parte de la clase dirigente que atentaba contra la unidad y el desarrollo; otra vez un espejo del hoy.
Decisión y liderazgo se necesitó para la trascendental tarea de la independencia. Hoy nuevamente, para romper con el desastre de nuestro presente estancado y con desgobierno, se necesita de ambas características abrazadas de humildad.
Por Lic. Sebastián La Rosa (UBA).
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