La crisis que cruza al oficialismo encontró a Axel Kicillof en una suerte de realineamiento político. El Gobernador venía evitando una confrontación directa con la administración de Alberto Fernández, pero en las últimas horas se terminó plegando al coro de dirigentes del kirchnerismo que reniegan de las medidas económicas de la Casa Rosada.
Ese corrimiento tiene, más allá de una coincidencia natural con Cristina Kirchner a quien reconoce como su única jefa política, el convencimiento de que los anuncios oficiales tras el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional quedaron bajo un pesado halo de tibieza.
Kicillof sería partidario de medidas más duras, entre ellas, un aumento generalizado de retenciones al campo. Se trata de una decisión que encuentra fuerte resistencia en el ministro de Agricultura, Julián Domínguez.
El duro mensaje del mandatario bonaerense pronunciado junto a Hebe de Bonafini al cuestionar a aquellos que no parecen dispuestos a pagar costos políticos en el Gobierno, habría tenido como destinatario a Domínguez. “Al que no le interese pelearse con nadie, que sepa que no lo necesitamos”, disparó Kicillof en el anochecer del jueves 24 durante el homenaje por el Día de la Memoria.
El Gobernador concretó otro gesto fuerte: apareció en un scrum político de voces críticas a la gestión del presidente Alberto Fernández junto a Máximo Kirchner y varios intendentes del Conurbano asociados a La Cámpora. Esa presencia tiene el valor de lo simbólico, pero no despeja el escenario de tensiones que suelen aparecer entre Kicillof y el camporismo.
Aquella tensión oficial derrama sobre la oposición. La dirigencia bonaerense de Juntos por el Cambio observa con una enorme dosis de preocupación la virulencia que despliegan los popes nacionales del espacio. No existe una única mirada respecto de esas rispideces que tienen como principales protagonistas a Mauricio Macri y líderes del radicalismo, pero sí el convencimiento de que esa escalada dialéctica termina, de alguna manera, equiparando las cargas con el desbarajuste político que sobrelleva el Frente de Todos.
Auscultan un humor social que se ha puesto, a fuerza de desencanto y privaciones, mucho menos tolerante. En el que, para colmo, parecería comenzar a germinar cierta semilla de la antipolítica que estaría siendo capitalizada ya no por el impersonal “que se vayan todos” como ocurriera en 2001, sino por expresiones de sectores libertarios que vienen ganando terreno.
Se trata de una pelea que retumba en la Provincia y que, de alguna forma, impide a la oposición hacer diagnósticos comunes. Incluso, mucho menos que eso: salir con posiciones más o menos unificadas en el debate público. Sectores opositores que buscan construir saltando la grieta, encuentran al expresidente enarbolando posiciones muy duras en temas sensibles. “Macri está convencido de que la crisis del Gobierno lo potencia y nos termina arrastrando a todos”, señalan desde el PRO dialoguista.
Sin embargo, empieza a ganar la certeza de que la pelea que se libra a cielo abierto en el Frente de Todos comienza a reducir los espacios de maniobra para aquellos sectores refractarios a las posiciones más duras. El desgaste oficial, como contraste, envalentona a aquellos que enarbolan posiciones combativas. El expresidente olfatea que, acaso, esté cerca un tiempo de reivindicación propia. Para desvelo de no pocos dirigentes bonaerenses de la oposición que muestran números de Macri con alta imagen negativa.
LA PROVINCIA
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