Más de lo mismo, pero con un futuro cada vez más incierto y peligroso
Luego de conocerse el índice de inflación de febrero, el gobierno terminó de entender que la situación inflacionaria está fuera de control, al menos para la opinión pública.
Esa era la sensación cuando el propio presidente de la Nación, Alberto Fernández, en una frase alejada del buen gusto, proclamó su guerra contra la inflación.
Por un lado, resulta sorprendente que después de 27 meses de gobierno el jefe de Estado anuncie que da comienzo al combate contra la suba de precios (luego de acumular en su gobierno un 132 por ciento de inflación) aceptando con ello la inexplicable inacción de la que fue responsable desde el 10 de diciembre de 2019 en materia inflacionaria.
Por otro lado, resultan interesantes las armas que eligió el primer mandatario para encarar su "guerra": todas las medidas que el Gobierno se apronta a aplicar son medidas que ya han fracasado en el pasado.
Asignarle la responsabilidad de todos los males a Mauricio Macri ya no es posible: el tiempo ha pasado y la sociedad entiende que ya es momento que se hagan cargo de cada uno de los males que está dejando la actual política económica.
Responsabilizar por todo a la pandemia también ha quedado en el pasado: el coronavirus poco a poco se va yendo de nuestra cotidianeidad y las restricciones que aún subsisten son prácticamente nulas.
Hoy los nuevos responsables de los males argentinos son por un lado la guerra entre Rusia y Ucrania y por el otro, "los especuladores".
Al episodio bélico el gobierno lo responsabiliza por la inflación de los alimentos y a los especuladores por todo lo que pasa en el país.
Según el Presidente la Argentina volvió a crecer, a exportar y a generar empleo, pero parece ser que por un puñado de personas que se aprovechan de momentos de inestabilidad es que en Argentina estamos como estamos.
Es increíble el nivel de irrealidad que muestra el presidente Alberto Fernández cada vez que expresa su preocupación por la situación de la economía. Incluso aparenta más alejado de lo que ocurre cuando anuncia sus revolucionarias medidas.
El Presidente no ha tomado nota de cada uno de los errores que ha cometido (que fueron muchos y muy dañinos).
Mientras Alberto Fernández y muchos de sus funcionarios decían tiempo atrás que la emisión de dinero que estaban generando no iba a impactar en la inflación, todo se empezaba descontrolar de manera silenciosa.
Cuando el Presidente tomó el poder había en los bolsillos de los argentinos un total de 255 millones de billetes de 1.000 pesos: hoy ese número se ha multiplicado por seis.
En la actualidad hay en circulación más de 1.650 millones de billetes de 1.000 pesos y empezamos a ver las consecuencias.
Creer que la riqueza no se produce, sino que se imprime fue uno de los grandes errores del populismo que vivimos (y que se agravó con el paso de la cuarentena eterna).
La necesidad de no ver la realidad es lo que impactará cada vez más fuerte en la degradación de las variables argentinas.
Sabemos que se acaba de anunciar el "Fondo de estabilización del precio del trigo" que funcionará de esta manera: intentarán vender más barato el trigo a la cadena que termina produciendo el pan y la diferencia en el precio se cubrirá con un aumento a las retenciones del aceite de soja y la harina de soja.
Hasta acá un cálculo estrictamente contable que solo desincentivará cada vez más a los productores de trigo. Pero siguiendo la línea de pensamiento oficial, ellos creen fehacientemente que con este delirio lograran frenar los aumentos en el pan.
Vamos al análisis: solo el 13 por ciento del valor final del pan está explicado por el valor del trigo.
Luego el pan tiene incorporados costos del molino, la producción, costos de panadería e impuestos. Lo interesante es que del precio final del pan el 25% corresponde a impuestos: en el precio de pan es más la incidencia del Estado que la del precio del trigo.
Sin embargo, el gobierno parece estar empecinado en terminar de destruir la producción.
Mientras se siga haciendo lo mismo de siempre, los resultados serán los mismos: más inflación, menos empleo, menor futuro y más decadencia por delante.
(*) Economista