Abyi Ahmed se puso al frente de las tropas en combate, las arengó, buscó y encontró apoyos internos y exteriores.
Abyi Ahmed se puso al frente de las tropas en combate, las arengó, buscó y encontró apoyos internos y exteriores.
ANÁLISIS

Etiopía y un constante debate entre la guerra civil étnica y la dura controversia por el río Nilo

Como casi todos los conflictos bélicos en el antiguamente denominado tercer mundo, la guerra civil etíope corre el riesgo de convertirse en una “guerra olvidada”, más aún cuando alguna de las grandes potencias aparece militarmente involucrada en otros escenarios del mundo. Fue el caso de Afganistán. Es el caso de Ucrania.

Olvidada o no, la guerra civil etíope lleva ya casi 18 meses de comenzada y nada permite vislumbrar un pronto final. La raíz del conflicto debe buscarse en la pretensión del primer ministro reelecto Abyi Ahmed -premio Nobel de la Paz en 2019- de liquidar el federalismo político en el país. Ahmed convocó primero a un gobierno de unidad nacional, pero luego pretendió fundir las expresiones políticas étnicas en un partido unificado multiétnico: el Partido de la Prosperidad.

La intencionalidad unitaria del primer ministro Ahmed chocó con la resistencia del Frente de Liberación Popular del Tigray (FLPT), la agrupación dominante en la norteña región homónima que se alzó en armas en noviembre del 2020, y desde entonces, con alzas y bajas, combate al poder central.

A finales de noviembre del 2021, la situación revestía gravedad para Ahmed y el Ejército etíope. Con tres frentes de combate, las Fuerzas Armadas gubernamentales no lograban poner freno a la avanzada de los irregulares del Tigray apoyados ahora por combatientes de la etnia Oromo.

A tal punto fue triunfante la ofensiva rebelde que corrieron los combates de una defensa desesperada de Mekele, la capital del Tigray, a una avanzada militar a solo 200 kilómetros de la capital etíope Addis Abeba. Bien lejos de su región, muy cerca de la sede del poder central.

Todo se desmoronaba, pero Ahmed mostró carácter. Abandonó la capital. Se trasladó a la región Afar, en el nordeste y, desde allí, se lanzó a una contraofensiva victoriosa. Con nuevas armas, nuevos aliados y con un nuevo contexto. Con vestimenta de fajina militar, Abyi Ahmed se puso al frente de las tropas en combate, las arengó, buscó y encontró apoyos internos y exteriores y, sobre todo, modificó la táctica guerrera con la incorporación de un arma decisiva: los drones.

El resultado fue la derrota rebelde en el Afar y la recuperación de los territorios perdidos en la región étnica de Amhara. El FPLT debió replegarse hasta su propio territorio étnico. A la fecha, el gobierno y el ejército etíopes dominan la totalidad del país con excepción del territorio del Tigray.

La recuperación del gobierno central no fue solo obra militar. Fue producto también de los acuerdos políticos que tejió el primer ministro. En primer término, aseguró el apoyo de las restantes etnias que integran la Etiopía actual heredera del Imperio del legendario Haile Selassie quien gobernó el país hasta 1974 cuando fue derrocado por una camarilla de militares marxistas.

Amharas, Afars, Somalíes, Nubios y otras etnias menores aseguraron su apoyo al gobierno central. Los Oromo rebelados quedaron en minoría cuando el grueso de la etnia respaldó al primer ministro que también es Oromo.

Para ello, Abyi recurrió al clásico discurso nacionalista que pondera al pueblo, a la nación, a la historia gloriosa -Etiopía nunca fue colonia pese a los intentos italianos por dotarse de un imperio africano-, al relato épico de una historia que arranca con la reina de Saba y el rey Salomón.

 

 

Derechos humanos
El primer bimestre de guerra civil fue aceptable en términos del derecho humanitario. Limitado inicialmente al Tigray, el conflicto respondía casi exclusivamente a una lógica militar. El propio gobierno de Ahmed afirmaba que la guerra no era contra los tigrenses, sino contra los secesionistas del FPLT.

Duró poco. Las exacciones, violaciones, robos y asesinatos contra la población civil del Tigray por parte de las tropas federales, las milicias amharas y las fuerzas eritreas desembocaron en un profundo sentimiento de una unidad nacional del Tigray para enfrentar al ahora enemigo común.

Los jóvenes de las aldeas tomaban las armas e integraban las fuerzas irregulares del FPLT. La población civil colaboraba a pleno con las autoridades regionales levantadas en armas. Fue tal la determinación que se llevó por delante a las tropas del gobierno y llegó a ocupar varias ciudades en un avance que alcanzó su punto máximo a 200 kilómetros de Addis Abeba.

Sobrevino entonces la aparición de los drones que dio vuelta la suerte de la guerra. Y con el cambio, también sobrevino un recrudecimiento de las violaciones a los derechos humanos como lo afirman diversos informes de las Naciones Unidas al respecto. 

El primer ministro Ahmed fue lo suficientemente perspicaz para no invadir el Tigray. La cohesión nacional alcanzada por los rebeldes implicaba una guerra total que no podía ser ganada por el poder central sin recurrir a un genocidio bélico. Ahmed actuó entonces en dos frentes tras estabilizar la “guerra de posiciones”. El político y el de la ayuda humanitaria.

El Tigray, en manos rebeldes, sufre desde entonces un bloqueo virtual que impide el arribo de la ayuda humanitaria que coordina Naciones Unidas (ONU). El Programa Alimentario Mundial, dependiente de la ONU, estima en 83 por ciento de la población del Tigray -unos 4,6 millones de personas- en situación de “inseguridad alimentaria“.
Al bloqueo se suma una persistente sequía que hace, siempre según la ONU, que dos de esos 4,6 millones estén al borde de la hambruna. Tampoco la energía, ni las comunicaciones fueron restablecidas. En síntesis, según los dirigentes del FPLT se trata de un genocidio por estrangulamiento. Con un único campo de concentración: la totalidad del Tigray.

Más allá del conflicto interno, la guerra civil deja una enseñanza terrible para cualquier gobierno que deba enfrentar una rebelión interior. Con drones, inseguridad alimentaria y algunos gestos políticos, es posible enfrentar con cierto éxito a un enemigo interno… a bajo costo. Solo una veintena de drones fueron suficientes para cambiar el curso de una guerra que no está ganada, pero dejó de estar perdida.

 

La controversia eléctrica
El 20 de febrero de 2022, luego de más de diez años de contencioso con su vecino Sudán y con Egipto, Etiopía inició la producción de electricidad desde la represa del Renacimiento que forma un espejo de agua sobre el río Nilo.
Financiada con donaciones obligatorias de sueldos de funcionarios y con empréstitos locales, la presa del Renacimiento vio su costo de obra incrementado en función de los retrasos en su construcción. La oscura contabilidad etíope no permite precisar a cuánto asciende dicha pérdida, aunque algunos expertos estiman su costo total en 4.200 millones de dólares.

La inauguración generó críticas no solo en los países costeros río abajo. También los rebeldes del FPLT dijeron lo suyo. Para su portavoz, Ahmed se atribuye un éxito que no le corresponde dado que la obra comenzó cuando los tigrenses dirigían Etiopía. Recordó que el ahora primer ministro, en tiempos pasados, calificaba al proyecto de golpe publicitario sin importancia.

Pero la controversia principal es, como se dijo, con los ribereños Sudán y Egipto que temen que el llenado de la represa limite los caudales de agua río abajo. Como se sabe, ambos países son particularmente dependientes del río desde siempre.
En 1929, un tratado suscripto entre Egipto y Sudán, entonces representado por el Reino Unido como potencia colonial, otorgaba al primero un derecho de veto sobre cualquier proyecto con emplazamiento aguas arriba.

Tres décadas después, en 1959, un nuevo tratado acordaba una cuota de utilización del 66 por ciento para Egipto y del 22 por ciento para Sudán. El 12 por ciento restante debería, en teoría, ser repartido entre Etiopía y Uganda, los otros ribereños.

Pero ni Uganda, ni Etiopía firmaron el tratado que además estipulaba la supresión del derecho a veto egipcio y la posibilidad de la construcción de represas. Etiopía no se sintió obligada por un tratado que no firmó, ni fue convocada a prestar su acuerdo.
En 2015, cuando la obra ya estaba comenzada, los tres países -Etiopía, Sudán y Egipto- firmaron un acuerdo para interconsultas sobre el proyecto y un marco regulatorio que debía ser acordado. Por ejemplo, sobre el nivel del llenado. 

Falta de acuerdo y pese a la recomendación de las Naciones Unidas para que los tres países prosiguiesen sus negociaciones, Etiopía comenzó el llenado que culminó con la inauguración de la primera turbina -13 están previstas- que produce 370 megavatios. Con las 13 turbinas, la central alcanzará 5.000 megavatios, el doble de la producción actual etíope.

De aquí en más, dos posibilidades. O las seguridades del primer ministro Ahmed sobre el caudal río abajo del Nilo se verifican y la cuestión queda limitada a una discusión de procedimiento. O lo contrario y se abre un frente de conflicto que bien puede llegar hasta la guerra. Una más, y no menor, en el turbulento Cuerno de África.

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