Axel Kicillof debió emprender un curso acelerado para hacerse de las dotes de equilibrista. Entendió que lo demandaba la coyuntura política; también, la fisura que exhibe el Frente de Todos que lo obliga a ir y venir sin caminar por los extremos.
El Gobernador transita por el terreno resbaladizo que tapizó el oficialismo en su objetivo de llegar a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. No se asoma a los extremos que sin pudor ensaya La Cámpora para diferenciarse, en este tema central, de la Casa Rosada. Tampoco es una de las espadas del albertismo que sale a defender sin pruritos el formato e implicancias de ese entendimiento. Va, apremiado acaso por el rol de tener una responsabilidad de gobierno, intentando surfear los cruces que sacuden por estos días al oficialismo.
El tenor de su discurso en la apertura de sesiones ordinarias de la Legislatura discurrió por esos andariveles. Dijo que la Provincia no estaba en condiciones de bancarse un nuevo ajuste. Esa definición alumbró en horas posteriores a que Kicillof cerrara una nueva ayuda financiera nacional por 75 mil millones de pesos para robustecer la asistencia de los sectores sociales más vulnerables. El repetido agradecimiento al Presidente en aquella presentación pública no parece ser una hoja lanzada al viento.
Al advertir sobre el ajuste, Kicillof observa el impacto que el cinturón ceñido tendrá sobre su administración y las medidas que deberá adoptar en consecuencia. Una de las más fuertes tiene que ver con un aumento de tarifas que superará aquel lejano techo del 20% del que se habló a instancias del kirchnerismo hace apenas un puñado de semanas.
Con la mirada en el futuro
Los equipos de Gobierno trabajan en determinar qué segmento de bonaerenses perderá la totalidad de los subsidios y tendrá que pagar tarifa plena. Argumentan en la Provincia que no quedó claro qué parámetros se tomarán para abrirle la puerta al tarifazo que tendrán que absorber esos sectores sociales más acomodados. Rumian cierto malestar con el ministro de Economía, Martín Guzmán, no por la medida en sí que filosóficamente comparten, sino por una supuesta falta de información que involucraba, hasta hace algunas horas, a los alcances globales del cierre con el Fondo.
Esos menesteres no ocultan otros asuntos en los que trabajan Kicillof y su equipo cada vez con menor disimulo. El Gobernador ya se muestra lanzado a su proyecto de reelección en el que viene, de a poco, recogiendo adhesiones de algunos intendentes. Ese motor político se puso en marcha. Se lo verá seguido al Gobernador recorriendo el interior bonaerense para mostrarse junto a alcaldes con lo que ha anudado alguna sintonía. Incluso habrá un cambio de lógica de gestión empujado por ese envión: el mandatario empezará a visitar obras en marcha y arranque de distintos trabajos, algo de lo que rehuía hasta que llegaba el momento de la inauguración. Esa gragea explica hasta dónde llega el proceso político para poner a Kicillof en carrera para 2023.
Esa arremetida se cruza con las aspiraciones y los deseos de otros socios del Frente de Todos. Cerca de Kicillof suelen quejarse del “fuego amigo” al que adjudican haber instalado en las últimas semanas la versión de que el destino político del mandatario no sería la reelección sino ser compañero en la boleta de senadores nacionales que supuestamente encabezaría Cristina Kirchner en 2023.
En la Gobernación no quieren saber nada con ese eventual rol electoral. También sospechan que La Cámpora y sus intendentes aliados del Conurbano quizás ensayen alguna arremetida el año que viene para quedarse con el lugar estelar que Kicillof ansía conservar. En todo caso, se refugian en el costo político de la eventual decisión de correr de escena a un gobernador que quiere reelegir. “Nos van a tener que bajar”, se escuchó en algún despacho de la Gobernación en el que se respira kicillofismo puro, sin resquicios para alguna contaminación externa e insidiosa.
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