No lo dijo con todas las letras, porque hubiera provocado un tembladeral interno antes de tiempo. Pero en el acto que protagonizó el último miércoles en Plaza de Mayo, acaso el primero en el que acaparó toda la atención desde que es el presidente, Alberto Fernández, pareció ensayar el lanzamiento de un proyecto político a futuro de impronta propia dentro del PJ, sin la tutela limitante de Cristina Kirchner. Lo que en los albores de su gobierno, en la etapa pre pandemia, algunos de sus socios menores dentro del Frente de Todos soñaron como el “albertismo”.
Sucedió cuando regaló la definición que probablemente haya sido la más osada de su discurso por el Día de la Militancia: el llamado para que en el 2023 todas las candidaturas del actual oficialismo (“Desde el último concejal al Presidente”, según sus palabras) sean definidas a través de elecciones internas. Las Primarias Abiertas, según el mecanismo que rige actualmente.
Más allá de que sonó apresurado, fue un certero mensaje al mundillo peronista que hoy está unificado bajo el sello Frente de Todos, ese experimento electoral que ideó Cristina con gran efectividad hace dos años. Luego de la reciente derrota nacional en las legislativas de medio término, dentro del PJ efectivamente se puso en discusión el monopolio en la toma de decisiones para confeccionar las listas de candidatos que ejerció la vicepresidenta en tándem con su hijo Máximo Kirchner, que además es el jefe del bloque diputados nacionales del justicialismo.
Entre los principales objetores del “dedazo” cristinista se cuentan los sindicatos enrolados en la Confederación General del Trabajo (CGT) y los movimientos sociales más ligados al gobierno, en especial el Evita, la Corriente Clasista Combativa y demás sellos, que hoy están de los dos lados del mostrador: pidiendo planes para apaciguar la pobreza y administrándolos desde el Estado.
Es que, ni gremialistas cegetistas ni piqueteros tuvieron lugares en las nóminas que se armaron a mitad de año, luego compitieron con resultado perdidoso en las PASO de septiembre y repitieron la caída en las generales de hace pocos días. Una saga que sólo dejó para el festejo pírrico la remontada en la provincia de Buenos Aires. En criollo: fueron vetados por la lapicera de la vice.
Con el diario del lunes, además buena parte del PJ criticó intra muros la decisión de no habilitar Primarias en distritos claves. Eso hubiera provocado, se estima ahora, un cierto fervor movilizador militante que, al menos en el test de las PASO, brilló por su ausencia. Varios sectores internos del Frente de Todos, incluso, fueron obligados a bajar sus listas para no chocar con las bendecidas por Máximo y Cristina.
Para colmo, el balance general que hace el peronismo reconoce que Juntos encontró su principal fortaleza justamente en que radicales y macristas pudieron dirimir candidaturas en una interna que sirvió para hacer crecer el espacio y acaparar la atención de la ciudadanía. El paradigma de eso, claro, fue la competencia en Buenos Aires entre Diego Santilli y Facundo Manes.
Antes de lanzar su “gran PASO 2023”, Fernández habló el tema con varios gobernadores del PJ. Como los gremios, también son sus aliados en ese plan de emancipación. Hay que entender la lógica de esos caciques provinciales. Para ellos, el poder electoral de Cristina, esa carta que la ha convertido hasta aquí en la líder del movimiento, se reduce al Conurbano bonaerense. Que por supuesto es muchísimo. Y Alberto representaría, como él mismo lo había prometido al asumir, la posibilidad de hacer partícipe a esa logia del interior de un gobierno de extracción peronista. Algo que nunca tuvieron en las dos gestiones de la actual vicepresidenta en la Casa Rosada.
Sobre su invitación a “democratizar” el PJ, Fernández habló el miércoles a la noche con los intendentes del Conurbano. Fue en una cena en la Quinta de Olivos. La mayoría de ellos también se ve como aliados del Presidente. De hecho, fueron varios alcaldes los que, apenas asumido Alberto, ensayaron la idea del “albertismo” como una forma de fortalecer la figura de un jefe de Estado que, más allá del resultado de las urnas, había llegado porque Cristina quiso que estuviera en ese puesto. Duró lo mismo que un suspiro ese ímpetu inicial que ahora, dos años después, parece reavivarse.
Como contó este diario, Fernández ahora les ha ofrecido a todos ellos respaldo político para la jugada de buscar la caída del tope a sus reelecciones que rige por una ley provincial, algo que los obligaría a dejar las intendencias dentro de dos años. Cristina, hasta ahora, no se pronunció al respecto.
Además, no es un secreto: la cofradía de intendentes del GBA se atribuye el mérito de la remontada en la Provincia que le permitió al Frente de Todos perder sin hacer un papelón y, un poco también por la tibieza post electoral de Juntos, pretender instalar esa idea quimérica de triunfar sin haber triunfado. Porque, en palabras de Alberto en la plaza histórica, “el triunfo no es vencer sino nunca darse por vencido”.
La diferencia de menos de un punto y medio del domingo electoral inyectó en los alcaldes la sensación de que para el peronismo no todo está perdido en la Provincia de cara al 2023. “Seguimos conectados al respirador y en recuperación”, gráfica una fuente de una comuna del sur del Conurbano. Muchos de ellos debieron negociar listas distritales con La Cámpora, la agrupación de Máximo. Otros, en verdad, tuvieron que aceptar imposiciones. Cosas del pasado reciente.
Después de las PASO adversas, los jefes comunales protagonizaron una ofensiva sobre el gabinete provincial. Ocuparon ministerios, se adueñaron de decisiones políticas y de gestión. Ahora sienten que le salvaron la ropa a Axel Kicillof al punto que, aunque no lo digan en público y hasta lo nieguen frente a los micrófonos, ya se habla en ciertas roscas cerradas de la posibilidad de desafiar al gobernador en una Primaria dentro de dos años. Es que Kicillof, se sabe, no tiene trabajo territorial propio, carece de esa red de punteros y dirigentes en los distritos.
Claro que, en este escenario de hipotético desafío albertista al cristinismo, para que el Presidente pueda contar con ellos primero los intendentes deberían superar esa suerte de estado de sumisión histórica que han tenido frente a la vicepresidenta y, por extensión, frente a su hijo. Con Máximo, de hecho, hicieron una alianza para “intervenir” el gabinete provincial.
Es que siempre imperó en ellos el temor a la muy buena prédica que hasta ahora ha tenido Cristina en los sectores humildes y clase medieros del Conurbano profundo, en especial en la zona sur. Que se tradujo en la amenaza constante de tener que enfrentarla en sus distritos -a ella y a sus tropas locales- si se les ocurría desafiarla. Poroteo de los concejos deliberantes.
Ese rol decisivo en la remontada reciente -que se habría evidenciado en un manejo aceitadísimo del llamado aparato estatal y en un trabajo minucioso y en ocasiones prebendario para buscar cada voto nuevo- estaría actuando ahora como un factor interpelador de aquella autoridad indiscutida de la vicepresidenta.
“Los barones no se van a dejar ultrajar una vez más”, ilustra un vocero oficioso de la cofradía. Ver para creer.
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