En la Argentina, ocurre un accidente cerebrovascular cada 4 minutos, son unos 130.000 casos anuales. En los países desarrollados, la falla en el riego sanguíneo cerebral, accidente cerebrovascular, stroke o ataque cerebral ocupa el primer lugar como causa de discapacidad y el tercero como causal de muerte.
Cuatro son las arterias que irrigan el cerebro, el cerebelo y el tronco encefálico. El sistema está dispuesto de manera tal que estos vasos se unen debajo del cerebro en un anillo y de allí parten 6 arterias más grandes y un sinnúmero de otras más pequeñas. Por lo tanto, si falla una de las 4 mencionadas, las otras suplen su disminución.
El organismo tiene 86.000 millones de neuronas y 350 trillones de sinapsis (conexiones neuronales). El cerebro recibe el 15% de toda la circulación sanguínea y consume el 25% del oxígeno de la sangre.
Para comprender el tema, hay que saber que existen 2 categorías de ACV: cuando se obstruye una arteria y se impide la circulación sanguínea -isquémico-, y aquellos en donde se rompen las paredes de una arteria, la sangre escapa del sistema circulatorio y se produce una hemorragia cerebral -hemorrágico-.
Un ACV significa una lesión cerebral con efectos devastadores para el individuo y su familia.
Una arteria puede taparse debido a su desgaste y endurecimiento por placas de colesterol, es decir, su superficie interna es rugosa y áspera. Esto favorecerá la formación local de un cúmulo de partículas sanguíneas y fibras -trombo-, que terminará por ocluirla y generar una trombosis. A veces, los trombos se desprenden arrastrados por la corriente sanguínea y llegan a las pequeñas arterias cerebrales, en donde se enclavan bruscamente y obstruyen la circulación para generar una embolia.
Mas del 80% de los casos en occidente corresponden a ACV isquémicos, trombóticos o embólicos, mientras que menos del 20% restante son hemorrágicos.
Generalmente, el ACV es el resultado de una enfermedad progresiva que se desarrolla a lo largo del tiempo y sucede cuando las células cerebrales mueren por falta de oxígeno y glucosa debido a un flujo sanguíneo insuficiente. En algunos casos, no dan síntomas, pero, en otros, provocan la muerte. Habitualmente, no son fatales, se caracterizan por una porción de tejido cerebral muerto denominado infarto, que conducirá a una discapacidad.
La lesión puede ser una parálisis y/o trastorno sensitivo de una mitad del cuerpo, del lenguaje (afasia), en la coordinación y el equilibrio, en la visión de un ojo o ambos, o un deterioro intelectual. Pueden ser leves, severos y combinados.
Frente a alguno de estos síntomas, hay que consultar con el médico: súbita debilidad o entumecimiento de brazo, pierna o cara, repentino trastorno visual de uno o ambos ojos, imprevisto trastorno en el habla o lenguaje, inesperado dolor de cabeza no habitual o súbita pérdida del equilibrio o la coordinación.
Alejandro Andersson, Médico neurólogo, (MN. 65.836) director del Instituto de Neurología de Buenos Aires.
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