TRIBUNA DEL LECTOR

Yolanda Raquel Remy de Pannone: in memoriam

Creo que nunca me resultó tan difícil enfrentarme a la página en blanco. Terrible, enorme, doloroso, triste. Sumida en llanto sin embargo, no puedo dejar de acompañarte en tu partida, prima entrañable. Son momentos aciagos, de infinita desolación por saber que ya no estás, y la contradicción interna de entender que tu vida se truncó con el vuelo de tu hija, apenas un año y medio atrás. 
Faltan las palabras, sobran las lágrimas que se escapan sin consuelo aunque intente detenerlas. Sos merecedora de ellas, por tanta alegría de vida compartida. 
Dicen que la familia no se elige, y gracias al cielo por haber formado parte de ella. 
Con vos se está yendo una parte muy importante de mi niñez, que siempre conservaré entre las manos como el vidrio deformado por el fuego, cuando se incendió el taller de tu papá. Son imágenes que no se fueron nunca de mi mente, porque estábamos tan cercanas, que me parece verte recogiendo de entre las plantitas de nácar florecidas en un costado del patio, cuando te agachaste  a buscarlo. 
Estabas por cumplir tus quince años. Las llamas se veían desde la otra cuadra, y todo el barrio de seguro recordará el siniestro, pero a mí me quedó tu imagen azorada recogiendo esa forma de corazón que se fundió con el vidrio. Igual, festejamos tu cumpleaños, y para mí fue la fiesta más linda e inolvidable que había vivido hasta entonces.
Recuerdo las azucenas rosadas que trajeron de la quinta de los tíos. Había tantas y tan hermosas, que contrastaban con el vestido de gasa con flores azules y el cuello blanco, con una camelia de la misma tela en el centro de tu cuello. Estabas hermosa. Nosotras éramos chicas, no tiramos de las cintitas de la torta buscando regalitos. Pero disfrutamos imaginando lo que viviríamos cuando nos tocara a nosotras cumplir los benditos quince años. Me contabas que cuando nací, yo era el juguete con que se entretenían llevándome a upa en la casa de la Abuela Luisa, o paseándome en el cochecito de ruedas altas y tapizado de cuero. Desde tan pequeña estuvimos juntas, y luego el afecto se hizo raíz y follaje al mismo tiempo.
Recuerdo el tocadiscos de tu casa, un mueble enorme donde escuchábamos a Ray Conniff y su interpretación de Brasil, increíble y pegadizo, pero mucho mejor el de la cara opuesta, Bésame Mucho, que cuando lo escuchábamos me guiñabas el ojo y las dos sabíamos de quién nos estábamos acordando.
Y el buen mozo aquel que conociste en la confitería que estaba en el interior de la galería y te  acompañó hasta el último día de tu vida.
Y el padecimiento de tu madre cuando esa enfermedad tan cruel como la tuya le tronchó la vida a los cuarenta y siete años. Aún suena en mi cabeza lo que escuché esa mañana en que tu padre fue a consolarse en confesiones con mi madre, y yo no entendía la palabra cáncer. Él lloraba con desconsuelo, porque su Tesorito se moría de a poco y con un padecimiento cruento. Y a mí me encargó escribir el obituario, donde pude poner Se durmió en la Paz del Señor. 
Hoy no pude hacerlo por vos.
Hoy no pueden despedirte  como hubieras merecido, con las lágrimas de todo un barrio que te quiere, con el llanto de tanta gente que se cruzó por tu vida y ayudaste, con la tristeza de los que como yo, tuvieron la dicha de estar en tus días.
Pude hablar con vos, recordarte mi cariño,  nos reírnos de los recuerdos y dijimos que nos queríamos mucho, que a la distancia nos acompañamos siempre, que llevarías guardado en tu corazón lo único que pude hacer por vos en el último tiempo. 
Me quedará de vos el afecto y las sonrisas. Te quedará de mi la gratitud y los recuerdos.
Descansa en Paz, Yoly Remy querida.

María Inés Malchiodi

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