Hay que priorizar las organizaciones humanas, inculcar el espíritu preventivo e instaurar la convivencia vial como un eje fundamental de un cambio cultural en beneficio de la vida. Lo que no se debe hacer es, a través de distintas acciones, generar riesgos o daños a los demás.
La vida moderna se ha hecho cada vez más compleja, tanto en las interrelaciones humanas como con el medio ambiente y su contenido. La vida cotidiana necesita del uso intensivo de todos los medios y soportes técnicos que la ciencia ha creado. La normalización que conlleva el uso de estas herramientas ha llegado a visualizarse como natural, no pudiendo realizarse las actividades productivas y de servicios sin estas nuevas tecnologías.
La adaptación a nuevas situaciones de vida es tan veloz, que cuesta percibirlas. La movilidad en la vía pública también requiere de conocimientos, dominio de técnicas, códigos y sistemas cada día más complejos y extensos. Transitar por la vía pública implica el conocimiento y respeto de las complejas normativas que regulan y ordenan nuestro andar. Las disposiciones que aumentan en cantidad y complejidad, lo hacen para ordenar el tránsito, no solo vehicular, sino de pasajeros y peatones. Manejar un vehículo en la calle requiere de información cada vez más extensa. Los riesgos que trae aparejado este progreso (efectos no deseados de la movilidad) paradójicamente, son los accidentes de tránsito, el desequilibrio psíquico, la polución, la contaminación, etc. que ponen en peligro la existencia y la integridad de las personas.
A mayor crecimiento poblacional, mayor es el aumento potencial de riesgo. En Argentina en el año 2019 más de 150 mil personas se vieron afectados por accidentes viales entre fallecidos y accidentados traumatológicos. Estos efectos no deseados de la movilidad en gran parte se pueden prevenir con más educación, formación, y capacitación permanente. En Argentina hay habilitadas unas 400 escuelas de conducción y se supone que otras 400 escuelas sin habilitar. Lo que arroja, de acuerdo a la cantidad de habitantes que existen en Argentina (44 millones), 1 escuela de conductores cada 110 mil habitantes. Por ejemplo, a modo de comparación, Brasil tiene unas 15 mil escuelas de manejo, promedio, una cada 13.000 habitantes con una densidad poblacional de aproximadamente 200 millones.
Generalmente, aprendemos a conducir en situaciones de riesgo, muchas personas aprenden con un familiar o alguien cercano, y algunas de esas experiencias son muchas veces bajo presión. El capacitador debe estar preparado, debe ser un profesional, sino solo aprenderemos a dominar una máquina. La mayoría de los conductores carecen de capacidad operativa y este conocimiento solo se puede adquirir de un profesional.
Los estados provinciales y locales deberían reconocer la imposibilidad de capacitar o, en su defecto, deberían promover la creación de escuelas públicas o generar acuerdos/convenios con escuelas privadas para que todos los que deseen ser habilitados para manejar un vehículo puedan acceder a una formación de calidad antes de obtener su licencia de conducir.
La concientización de la comunidad con respecto al cumplimiento de las normas de tránsito es el principal objetivo que se debe perseguir para combatir el problema de la inseguridad vial. En ese sentido, resulta de gran importancia la capacitación de los conductores, para lograr una mayor profesionalización que implicaría mayor bienestar general de la población y disminución de los índices de accidentes viales.
El conductor ha de ser capaz de percibir (recoger e identificar) la información más relevante del entorno a través de sus sentidos, prever su evolución y valorar los posibles riesgos que pueden aparecer para poder decidir en fracciones de segundos, y actuar sobre los mandos del vehículo. Para poder llevar a cabo estas operaciones aparentemente tan sencillas, es necesario obtener conocimiento acerca de la normativa vigente, las acciones que generan distracciones que, a veces, terminan generando un accidente, la ingeniería del tránsito, técnicas de conducción seguras y el conocimiento del vehículo, ya que la adquisición de estos conocimientos garantiza una formación integral y profesional, aportándole las herramientas que requiere para su actuación.<
(*) Técnico Universitario en Prevención Vial y Transporte, oriundo de Junín.
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