Los intendentes peronistas del Conurbano recibieron un llamado telefónico del presidente Alberto Fernández en la noche del viernes. Recién empezaban a regir las restricciones a la circulación y estaba preocupado por el nivel de acatamiento de la sociedad, ante algunas muestras de desobediencia que se veían por televisión. En la ronda con los jefes comunales, el mandatario pidió un esfuerzo para ajustar los controles que hicieran posible la implementación de la medida.
Ese era uno de los temores que el propio Presidente blanqueó en la conferencia de prensa que dio en la quinta de Olivos tras la fallida cumbre con el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta. “A mí con la rebelión no”, advirtió Alberto F. ante los anuncios de que gastronómicos y escuelas privadas podrían resistir el “toque de queda” nocturno y la suspensión de la presencialidad escolar. En términos políticos, lo que se pone en juego es la autoridad presidencial, que en el oficialismo consideran que los gobernadores desairaron.
Dentro del Frente de Todos, la coalición gobernante, crecieron las dudas de que la jefatura política sobre el Presidente la ejerce Cristina Kirchner. La Vicepresidenta habló con Alberto F. en la tarde previa al anuncio de las nuevas medidas. Otro interlocutor fue Axel Kicillof, el gobernador bonaerense que venía reclamando internamente un nuevo cierre para hacerle frente a la segunda ola del Covid, que se detonó en el Conurbano, donde el control es mucho más difícil.
Tanto a Cristina como a Kicillof y a Máximo Kirchner, que tiene la mirada política posada sobre el Gran Buenos Aires, les quedó un “sabor a poco” con las medidas que había decretado el Presidente sólo una semana antes. También a los gremios docentes vinculados a la CTERA que llamaron a un paro en la CABA pero no en territorio bonaerense. Tal vez, el ánimo de los sindicatos fue atemperado con información privilegiada sobre la suspensión de las clases presenciales.
Un ministro en problemas
El abrupto cambio de postura fue muy costoso para el Presidente entre sus propios funcionarios. El ministro de Educación, Nicolás Trotta, llegó a presentar la renuncia y por ahora solo la intervención de su jefe político directo, el sindicalista Víctor Santa María, logró que siga en el cargo para no desairar a Alberto F. en medio de la suspensión de clases en el AMBA. Tampoco quedó bien parada la ministra de Salud, Carla Vizzotti, quien no recomendó la controversial medida.
El Gabinete padece en carne propia lo que fue bautizado como “el efecto Losardo”: se trata de una actitud presidencial que provoca desconfianza aun entre sus más leales, porque a la hora de la verdad no los defiende de los cuestionamientos de otros sectores de la coalición gobernante. Ya le había sucedido a quien fuera ministra de Justicia y desde hace un par de semanas, el blanco del “fuego amigo” es Martín Guzmán. Hasta llegaron a alentar versiones de una pronta salida.
Pese a su amateurismo político, el ministro de Economía también mueve sus fichas: la foto de su reunión con el Papa Francisco en el Vaticano fue muy comentada en el oficialismo, con referencias irónicas que aludieron a un “escudo anti-misiles kirchneristas”. Aun así, el joven funcionario fue criticado por su gira europea –vital para la negociación con el FMI y el Club de París- mientras aquí se conocía el índice de inflación de marzo, que trepó al 4,8% promedio y al 5,2% en el Conurbano.
Guzmán no fue el único que jugó a la alta diplomacia global. También lo hizo Sergio Massa, que recibió en su casa de Tigre a Juan González, un alfil de la administración de Joe Biden para la relación de Estados Unidos con Latinoamérica. El presidente de la Cámara de Diputados fue directo al punto: planteó una variante para que el FMI extienda el plazo de pago –ahora el tope es de 10 años- y baje las tasas de interés “sin violar el estatuto” del organismo internacional.
González ya había visitado la quinta de Olivos, aunque como Alberto F. todavía estaba aislado por el Covid, mantuvieron un extraño almuerzo en formato de videoconferencia.
Bronca presidencial
En su encierro en la casa de huéspedes de la residencia, el Presidente había mascullado bronca con los gobernadores –incluido Kicillof, deslizaron en la Rosada- que no imponían controles a la circulación nocturna. Aunque el principal destinatario del malhumor presidencial fue Horacio Rodríguez Larreta. “Se deja conducir por Macri y Bullrich. Cada vez que acordamos algo con él salen del PRO a boicotearlo”, afirmaron en el Gobierno sobre el alcalde porteño.
Esa misma reflexión, prácticamente calcada, hicieron Kicillof en la conferencia que dio en la Gobernación y Máximo en una entrevista radial. A su vez, el propio Alberto F. dijo sentirse “decepcionado” con Larreta. Macri abonó esa tesis mediante una activa participación en las redes sociales en la búsqueda de protagonismo.
Hubo otro hecho en el que el oficialismo rastreó la mano política de Macri: la presentación de un amparo colectivo contra el impuesto a las grandes fortunas, que pergeñó Máximo, con Carlos Tevez a la cabeza.
El jefe de La Cámpora repite como un mantra que los “medios de oposición” contribuyen a encolerizar el humor colectivo, pero al mismo tiempo reconoce que “los estados de ánimo son muy delgados producto de las restricciones”. En especial, la suspensión de las clases presenciales no fue argumentada correctamente por Alberto F.: habló de intercambio de barbijos entre alumnos en lugar de precisar que elevan la utilización de los medios de transporte.
Otra confusa referencia del Presidente sobre el “relajamiento” del sistema sanitario provocó indignación entre médicos y enfermeros, que se sintieron injustamente destratados. El equipo de comunicación gubernamental sugirió al mandatario volver a grabar el mensaje, pero lo desechó. El hecho de que Alberto F. sea el vocero del Gobierno lo expone a errores discursivos que, en situaciones de crisis como la actual, pueden jugarle en contra y alimentar el descontento.
Las manifestaciones que se concentraron en el Obelisco porteño y en las puertas de la quinta de Olivos dieron cuenta de ese malestar, si bien estuvieron compuestas por ciudadanos que no adhieren a la línea política del Gobierno más allá de las medidas que toma ahora para enfrentar la segunda ola de la pandemia. Entre ese público gana terreno Patricia Bullrich, que había estado el jueves por la noche en Olivos, actitud que no comparten los radicales y los moderados del PRO.
La exgobernadora María Eugenia Vidal, que acaba de presentar su libro “Mi Camino”, levantó la voz esta semana tras largos meses de silencio y reivindicó el diálogo con dirigentes del oficialismo, incluido Máximo Kirchner. También Larreta persiste en la relación institucional con Alberto F., pero en esta ocasión actuó con pragmatismo y se aseguró que la demanda llegara a la Corte en el mismo momento en que se abría el portón verde para su ingreso a la quinta de Olivos.
La grieta se profundiza y a ello contribuyen actitudes y definiciones temerarias que proliferan en una Argentina de pensamientos extremos.
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