Existe un dato duro que arroja la elección interna del radicalismo y que resulta insoslayable. Lejos de darle la espalda a la contienda y en medio de la pandemia, cerca de 100 mil afiliados radicales peregrinaron a los centros de votación para participar de los comicios.
La altísima participación dibujaba amplias sonrisas en la dirigencia del partido centenario. No era para menos. Los más optimistas se estiraban hasta unos 60 mil concurrentes y ese número resultó superado ampliamente.
Ese dato aporta otro costado para el análisis: demuestra que, a la hora de organizar una interna convocante, los afiliados radicales se sienten motivados a participar. La que se celebró ayer fue una de ellas. La disputa por el Comité Provincia entre Maxi Abad y Gustavo Posse se nacionalizó y adquirió una gravitación inusual. Se metieron en ella Martín Lousteau y Facundo Manes, dos dirigentes con buena imagen y proyección futura.
También, otros pesos pesados con Mario Negri, Gerardo Morales o Ernesto Sanz. El aspecto que tiene que ver con la participación supone no sólo una bocanada de aire fresco para un partido al que, muchas veces en forma injusta, se lo ha acusado de vivir “de interna en interna”.
Una revitalización, justamente, a pocos meses de la definición de las candidaturas en la alianza opositora. La UCR es uno de los pocos partidos que hace culto a ese saludable ejercicio democrático de convocar a su gente para definir autoridades y ayer esa gimnasia volvió a plasmarse. El resto de los socios de Juntos por el Cambio debería ahora tomar nota del abigarrado desfile de boinas blancas por las urnas diseminadas en toda la Provincia. Acaso de esta cita electoral surja una UCR, al menos en la Provincia, con otras ínfulas, mucho más decidida a disputar espacios de poder con el PRO. Es lo que prometieron dirigentes de las dos listas que compitieron y es lo que esperan muchos de los afiliados que votaron entre distanciamiento y barbijos.
Por eso es que, más allá del resultado final de la interna, la concurrencia se transformó en un hecho político en sí mismo. Los radicales bonaerenses se expusieron al desafío de que les contaran las costillas en elecciones que otros partidos prefieren gambetear. Y aportaron al partido un marcado signo de vitalidad.
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