Pelear con el campo, el tiro en el pie que se puede repetir
Aunque insiste en la necesidad de mantener diálogo con todos los sectores, alejado de posiciones extremas impulsadas por el ultrakirchnerismo, al ahora presidente Alberto Fernández parecen perseguirlo como un karma las tensiones con el sector agropecuario.
Era jefe de Gabinete en el 2008, cuando se desató una disputa sin precedentes entre el gobierno de Cristina Kirchner y los productores, que acabó con el "voto no positivo" de Julio Cobos para sepultar el proyecto de aplicar retenciones móviles a las exportaciones del agro.
Ese voto de Cobos como presidente del Senado, pronunciado de madrugada y casi en un medio tono, provocó una crisis política que, sostienen analistas de la época, hasta hizo evaluar a la presidenta de entonces dar un portazo y dejar la Casa Rosada.
Eso no sucedió, pero el cisma acabó en la renuncia de su jefe de Gabinete, a quien, once años después, la propia Cristina erigiría presidente de la Nación.
El campo se convirtió desde entonces en el sector empresarial más detestado por el kirchnerismo de paladar negro, en el marco de una controversia ideológica aún no saldada que, en las últimas semanas, ante las dificultades para poner en caja la inflación, empezó a subir de tono.
El propio Presidente se acaba de poner al frente de esa disputa que venía subiendo de nivel tras la advertencia lanzada por la vicejefa de Gabinete, Cecilia Todesca, sobre la posibilidad de volver a subir retenciones para tratar de frenar la escalada de precios en la carne, el trigo, el maíz y otros commodities clave.
Ahora quedó formalizado que esa idea no habitaba solo la cabeza de la influyente número dos de Jefatura, sino que la impulsa nada menos que el propio Presidente.
"Les estoy diciendo públicamente que no puedo dejar que esto siga pasando, porque el riesgo es que con la pandemia todos estos productos van a seguir creciendo en su precio y no estamos dispuestos a tolerarlo", advirtió el presidente a productores y exportadores.
Y avanzó un paso más: "Si no lo entienden, me obligan a resolver el problema, y no pueden hacerse los desentendidos".
¿Cómo piensa resolverlo? Según Fernández, el Estado solo tiene dos canales para hacerlo: "La suba de retenciones o la implementación de cupos a las exportaciones".
"Para que la gente me entienda: China era un país que solo importaba carne envasada y había un número limitado de frigoríficos que tenían capacidad de exportar. Ahora, decidió importar carne con hueso, medias reses, y el productor de carne tiene la posibilidad de vendérsela al carnicero, o a China a un precio enorme", dijo el Presidente.
Y fue al centro de un asunto que promete dominar la agenda en las próximas semanas: "Yo necesito que ellos exporten porque necesito dólares que entren. Pero lo que no pueden es trasladar a los argentinos los precios internacionales, porque no producen a precios internacionales", advirtió.
Entre tantas advertencias, el jefe de Estado dejó un espacio para intentar conciliar posiciones: "Cuando estoy hablando de estas cosas no estoy contra el campo, estoy a favor de la mesa de los argentinos", garantizó.
El Gobierno tiene un serio problema para contener la inflación, que se disparó a niveles superiores al 4% en los últimos dos meses. A este paso, los precios se proyectan al 50% anual, cuando la pretensión era mantenerlos por debajo del 30%.
Todo mientras esta semana se planea hacer una gran convocatoria a empresarios y sindicalistas para acordar una política de precios y salarios alineada con ese 30% anual.
Para el Presidente, la culpa de la inflación es de la especulación y de las exportaciones agropecuarias.
"Estoy feliz de que podamos exportar, pero no puedo entender cómo puede ser que los argentinos convirtamos una oportunidad en un problema", lamentó.
Y tras ello, buscó aclarar que su administración no está "contra el campo", sino "a favor de la mesa de los argentinos".
La declaración presidencial refleja que habría decisiones inminentes: "El Estado tiene dos herramientas que preferiría no usar: subir las retenciones o poner cupos, decir ´esto no se exporta´. Y no hay mucho más tiempo para que decidan", advirtió.
El problema no es solo la posición oficial: aunque cueste creerlo, anida en sectores agropecuarios el convencimiento de que, a las huestes lideradas por la vicepresidenta y su hijo, Máximo Kirchner, no hay otra forma de tratarlas que haciendo "tronar el escarmiento" como, siente esa dirigencia del agro, lo supieron hacer en el 2008.
Algunos voceros del ultrakirchnerismo, como la diputada Fernanda Vallejos, contribuyen a agrandar ese enfrentamiento.
Vallejos -economista antes de ser diputada- consideró que la condición de país exportador de alimentos de la Argentina era una "desgracia y una maldición".
No es la única que lo piensa en el oficialismo: los referentes económicos que anidan en el Instituto Patria opinan casi todos lo mismo.
De allí proviene la idea -debatida también en los claustros académicos que supieron recorrer Axel Kicillof, Paula Español y otros tantos economistas que alimentan la cantera de funcionarios oficialistas- de utilizar las retenciones para concretar lo que los defensores de esta idea denominan "desacople" entre precios internacionales de commodities y la canasta de alimentos internos.
La forma de "desacoplar" -según esta posición- es subir retenciones o introducir cupos para las exportaciones. Son medidas que se aplicaron durante los gobiernos de Cristina Kirchner y provocaron fuertes caídas en la producción de carne y en la de granos.
De los casi u$s 55.000 millones que la Argentina exportó en el 2020, casi el 70% correspondió a productos primarios y manufacturas de origen agropecuario, sobre todo aceites y harinas de soja.
El complejo agroexportador representó casi u$s 39.000 millones de las divisas que entraron al país el año anterior, cuando el Gobierno debió profundizar el cepo cambiario ante una acelerada pérdida de reservas, que se producía a pesar de que solo se pueden comprar u$s 200 mensuales, y siempre y cuando se cumplan innumerables condiciones.
Las exportaciones de soja están gravadas en 33% y para subirlas se requiere el voto del Congreso. El trigo y el maíz tributan 12% y podrían subirse hasta 15% por decreto.
Para complicar el escenario, el arribo de Joseph Biden a la Casa Blanca también juega en esta ecuación.
El demócrata quiere depreciar el dólar para que Estados Unidos gane competitividad, sobre todo ante China.
Un dólar débil sería sinónimo de mayor aumento de las materias primas, incluidos cereales, granos y manufacturas de origen agropecuario.
Ese dato también influirá en el camino que adopte el Gobierno en las próximas semanas, y que podría derivar en otro conflicto a gran escala con el campo.