Xi Jinping, solo dos días después de la asunción de Joe Biden a la presidencia norteamericana, sancionó a funcionarios de la administración Trump.
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China: un dilema para el mundo entre la desconfianza, las inversiones y el mercado

El penúltimo día del 2020, la República Popular China y la Comisión Europea anunciaron un acuerdo político sobre inversiones. Es algo, pero está muy lejos de alcanzar un todo. La razón: la desconfianza creciente que el régimen comunista chino genera en el mundo.
Violación de los derechos humanos; avasallamiento de las minorías –uigures, tibetanos; dictadura; destrucción del estado de derecho en Hongkong; reivindicaciones y acciones militares sobre el Mar de China; agresividad contra Taiwán; conforman elementos que generalizan una desconfianza creciente en el seno de la opinión pública mundial.
Se trata de argumentos cada día más difíciles de dejar de lado. Más aún si se agrega la nebulosa que se extiende sobre los orígenes de la pandemia del COVID-19, a cuya dilucidación el gobierno chino antepone dilaciones y distracciones para evitar un dictamen que puede llegar a serle muy desfavorable.
No obstante, el comunismo chino en el gobierno cuenta con un aliado de enorme peso a la hora de equilibrar semejante balance negativo. Ese aliado es su peso demográfico que hace del país un mercado por demás atractivo para todos quienes posean algo para vender al gigante asiático.
Desde esa lectura, la Comisión Europea busca adhesión al acuerdo con China. En particular, porque, con sus más y sus menos, el compromiso apunta a “equilibrar” las inversiones bilaterales, muy numerosas las chinas en Europa, casi con cuentagotas las europeas en China.
A la fecha, en la Europa de los 27 países que integran la Unión Europea (UE) las inversiones chinas no sufren casi ninguna restricción. Todo lo contrario, para las inversiones europeas en China. El nacionalismo económico del gigante asiático multiplica las barreras para el ingreso de capitales y establece prácticas discriminatorias para las empresas instaladas en su territorio.
El acuerdo sino-europeo de 69 páginas de extensión abarca rubros como el automotor, el equipamiento en transporte y salud, y el sector químico dentro de la manufactura; y el renglón financiero, el numérico y los transportes aéreo y marítimo, por el lado de los servicios.
Sobre estas cuestiones, el acuerdo prevé las buenas intenciones chinas… tales como levantar –según el caso y a considerar por el propio gobierno chino- la obligación para los europeos de integrar “joint ventures” –asociaciones con empresas chinas- o de transferir tecnología. Otra buena intención, por ejemplo, consiste en que las empresas públicas chinas traten a las empresas europeas de manera no discriminatoria (sic).
La Comisión Europea de la UE deberá, de aquí en más, desarrollar pedagogía para convencer a los gobiernos sobre las ventajas de acordar con su similar chino. En el Parlamento europeo la izquierda, los verdes y los liberales, plantean oposiciones. Entre los gobiernos, Austria, Francia, Hungría, Italia y los Países Bajos expresan sus reservas.
Las negociaciones entre la UE y China duraron siete años. Al menos un año más –principios del 2022- tardarán los 27 en acordar su aprobación o su rechazo al acuerdo alcanzado.

El predominio mundial
Si Europa, como potencia de segundo orden puede darse el lujo de presentar actitudes contradictorias frente a China, la determinación y la firmeza deberían encuadrar las decisiones de los Estados Unidos respecto del gigante asiático.
La política norteamericana sobre China será posiblemente uno de las pocas muestras de continuidad entre la administración finalizada del presidente Donald Trump y la recién comenzada del presidente Joseph “Joe” Biden.
Es que lo contrario representaría una “abdicación” del liderazgo norteamericano. De todas formas, con el exmandatario era posible imaginar un Estados Unidos volcado a su interior. Con el actual y reciente, imposible. 
Pandemia, economía y unidad nacional son los temas predominantes para el presidente Biden. Pero, la política exterior no dormirá el sueño de los justos en algún cajón de escritorio. Y China ocupará –casi con certeza- el lugar predominante. Hace a la seguridad nacional de los Estados Unidos.
El presidente Xi Jinping (67 años) no se anduvo con vueltas. Solo dos días después de la asunción del nuevo mandatario norteamericano, sancionó a funcionarios de la administración Trump. 
No lo hizo por la invasión del Congreso, ni nada que se le parezca. Fue una “mojadura de oreja” para el presidente Biden que reaccionó rápido con una condena por parte de su flamante Consejo de Seguridad Nacional a la decisión china. En el lenguaje de los símbolos, un “vamos a pelear”.
Claro que la batalla no se juega allí. Se juega en Taiwán. La isla que, tras la Segunda Guerra Mundial, China recuperó en detrimento de la ocupación japonesa y que en 1949 ocupó el derrotado, en el continente, Ejército Nacionalista del mariscal Chang Kaishek tras el triunfo y la toma de Pekín por parte del Ejército Popular Chino del comunista Mao Zedong.
Pruebas al canto: el sábado 23 de enero -3 días después del recambio norteamericano- al menos seis bombarderos estratégicos chinos Xian H-6K, actualización del otrora famoso avión soviético Tupolev TU-16 sobrevolaron la “zona de identificación y defensa” taiwanesa, al sur de la isla.
Un día después, hicieron lo propio doce aviones de combate chinos –dos Sukhoi-30, cuatro J-16 y seis J-10- y tres aviones de patrulla marítima Y-8. En el 2020, las incursiones chinas sobre Taiwán totalizaron 380 y superaron todos los valores anteriores desde 1996.
Para algunos fue la respuesta del presidente Xi a la presencia, por invitación, de la embajadora de hecho –no existe reconocimiento oficial- de Taiwán en Washington a la asunción del presidente Biden.
Pero no es todo. El viernes 22 de enero, la Asamblea Popular china votó por unanimidad una ley que autoriza a los guardacostas a abrir fuego contra navíos extranjeros y a destruir instalaciones foráneas sobre las islas en disputa en el Mar de la China. La agresividad china y sus pretensiones de liderazgo mundial llevan aparejado un peligro de guerra, de momento, latente. Y el primer terreno de batalla, si ocurre, será Taiwán.

Baches en la Ruta de la Seda
Dicho está, China e India son potencias militares nucleares. Pero, también lo es Pakistán, el tercero de los cuatro asiáticos que dominan el átomo con fines bélicos. El cuarto es otro vecino de China: Corea del Norte.
Si Corea del Norte puede ser catalogada como próxima a China, Pakistán es directamente su gran aliado. Un aliado que, para chinos y pakistaníes, responde al viejo adagio de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo.
Con la iniciativa de la Ruta de la Seda, consistente en inversiones y préstamos chinos para infraestructura de transporte y de comercio del gigante asiático a través de “corredores” que alcancen al África y a Europa, el acercamiento superó lo militar y adquirió un mayor contenido geopolítico.
En abril de 2015, el presidente Xi se desplazó a Islamabad –la capital paquistaní- para lanzar oficialmente los trabajos del “corredor” de la Ruta de la Seda que atraviesa Pakistán. Tras firmar 51 acuerdos vinculados, el entonces primer ministro pakistaní Nawaz Sharif declaró que “nuestra amistad es más alta que las montañas y más profunda que los océanos”.
Pero el cariño tiene límites. Cinco años después las relaciones entre ambos amigos se enfrían. La excusa, un desacuerdo sobre la construcción de una línea férrea que comunica tres grandes ciudades pakistaníes: Peshawar, Lahore y Karachi.
La razón, aun a tasa conveniente, debe buscarse en que los préstamos chinos pueden llegar a no ser reembolsados en tiempo y forma en función de la crisis de pago de deuda que planea sobre los estados por donde pasan los corredores, crisis agravadas por la pandemia del COVID-19.
Si puentes y autopistas son caros y contribuyen a la polución, ante la incertidumbre para recuperar lo invertido, China reorienta su estrategia hacia lo “numérico”, mucho más barato y de resultados casi inmediatos, acorde con su intención de primacía en el campo de las nuevas tecnologías y los servicios.
Lejos de concluida, la Ruta de la Seda presenta baches de importancia que hacen a la decisión de su continuidad o no. Baches que se complementan con los agujeros negros que muestran las primeras investigaciones sobre el origen de la pandemia en Wuhan. A la hora de la confianza, el régimen del Partido Comunista chino y su presidente Xi dejan mucho que desear.