Los trabajadores de la salud pusieron el pecho desde el primer momento y lo siguen haciendo a pesar de las bajas.
Los trabajadores de la salud pusieron el pecho desde el primer momento y lo siguen haciendo a pesar de las bajas.
CORONA III/MISCELÁNEA

La grieta existe, la esperanza también

Empecemos con un concepto hoy muy corriente en nuestro país: la grieta. Por definición una grieta es “una abertura alargada y estrecha producida por la separación de dos partes de una misma cosa” (María Moliner). 
Su enunciación es simple, hasta inofensiva, pero su persistencia, cosmopolitismo y capacidad de daño es altamente perturbadora: norteños y sureños en Estados Unidos, franquistas y republicanos, ETA y el Estado español, unitarios y federales, River y Boca, verdes y celestes, etc. 
Sería difícil enumerar la cantidad de grietas posibles y sus motivaciones. Su jerarquía y resonancia están dadas por sus protagonistas, su ruido social, sus víctimas, sus ganadores. Se producen casi siempre por defectos de las emociones humanas, que al persistir, las profundizan: el poder, el dinero, la política, la venganza o, lo más frecuente, por varias de ellas a la vez. 
En Biología, en los seres vivos, automáticamente, hay mecanismos de defensa y reparación para las grietas, pero cuando son antiguos y reiterados los intentos de cicatrización, se crea un muro que hace imposible su curación y cierre. Ahí tienen que intervenir otros mecanismos novedosos y creativos. 
En las otras grietas que mencionamos, algo digno de probar sería el diálogo y si falla, más diálogo, persuasión, seducción, ceder algo. El perdón es también algo a considerar. 
A nuestro país ya golpeado y con altibajos desde hace años, se le agrega el Covid, de por sí suficiente para matar, enfermar, destruir y empobrecer. Y le agregamos el condimento de nuestra propia grieta criolla y sub-grietas, además. La hacemos intervenir con gran ingenio de repertorio en economía, educación, cuarentenas sí/cuarentenas no, vacunas orientales, occidentales, muy frías (¡¡¡y no tanto!!!) 
Para amenizar, dos pequeños relatos de grietas, uno de pago chico y otro nacional con ribetes trágicos. 
En un lugar de la Mancha… Año 1946, recién triunfante el peronismo, se produce un encontronazo entre los bandos festejantes del triunfo y simpatizantes radicales. Todo termina en el hospital. El grupo ganador exige a los médicos, bajo amenazas físicas, atención prioritaria para sus partidarios. Los profesionales intervinientes, muy radicales ambos y muy prominentes a futuro, decidieron, a pesar de las presiones, atender primero (jerarquizando su estado), al radical. El ambiente estaba muy agresivo. Y hasta podía ser invadido el quirófano. En la sala de operaciones el médico mayor había acondicionado en sus dos tambores de gasa, sendas pistolas. Por si las moscas… La sangre, finalmente, no llegó al río y fue una anécdota más de boliche y comité. 
La otra es histórica y su protagonista es uno de los más valerosos soldados del ejército libertador, al que se incorporó cuando tenía 15 años. Hablamos de Juan Galo de Lavalle.  Su valentía fue legendaria. Se lo conocía como el “León de Río Bamba” y, ante un destrato verbal de Simón Bolívar, que estaba en el pináculo de su poder, lo silenció poniendo la mano sobre la empuñadura de su espada. 
Relacionado con el porteñismo y siendo unitario ferviente, e influenciado por los políticos de Buenos Aires, toma una decisión apresurada, vengativa y equivocada que le trajo pesar y arrepentimiento hasta el final de sus días. Manuel Dorrego había sido apresado en los campos de Navarro y Lavalle lo fusila rápidamente, sin juicio y sin siquiera escucharlo, el 13 de julio de 1828. 
Su vida continúa con altibajos, entre sinsabores y desengaños políticos hasta que una última derrota en Famaillá lo obliga a escapar (él, ¡¡¡escapar!!!) hacia Jujuy.  Pero el oriental Manuel Oribe había jurado exponer su cabeza en la plaza de Tucumán. 
Ya no era el orgulloso general de atildado uniforme. Ahora parecía un paisano más. Lo único que lo distinguía era un legendario pañuelo de cuello, azul y blanco. Asilado en una casona jujeña debido a su quebrantada salud, en la alta noche, es despertado por una partida federal. Se produce un disparo al azar y Lavalle cae con una herida en el cuello.  Muere poco después. 
Los federales no sabían a quién habían matado. Pero los que quedaban de aquella legión tenían un solo objetivo: llegar a Bolivia y poner a salvo el cadáver del general tan querido. Pasando Humahuaca hay que tomar una terrible decisión. El estado de los restos no permite seguir la marcha y en las márgenes del arroyo Huancalera decidieron descarnar el cuerpo, infausta tarea que efectuó el coronel Alejandro Danel. El 22 de octubre, ya en Potosí, depositaron la urna que contenía sus restos en la Catedral. Fue repatriado en 1861, con honores. 
Dramática historia que evoca una sentencia de Confucio: “Antes de emprender el viaje de la venganza, cava dos tumbas”. 

Un tema hoy de primera plana es el de las vacunas 
Las vacunas conllevan su cuota de desconfianza, búsqueda de prestigio político y todo eso inmerso en cantidades de dinero colosales para la industria. A su vez, el apresuramiento para posicionarse “primeros en el marcador”, trae aparejado saltear protocolos y aparecen inconvenientes que ocasionan desprestigio y retardos. 
Como un producto de alta cocina, necesita la cocción suficiente. Y no menos. 
Jonas Salk (descubridor de la vacuna intramuscular contra la poliomielitis) y Albert Sabin (halló una vacuna oral para la misma enfermedad) no eran precisamente amigos. Pero si en algo se pusieron de acuerdo fue en no patentar sus respectivas vacunas para favorecer su accesibilidad: decían que hacerlo sería como “patentar el sol”. Altri Tempi.  
Retornando a la realidad, bienvenida la vacuna. Ojalá elijan la mejor y aunque no sería obligatoria, hay que recibirla. Los mayores, principalmente, somos muy caros en terapia intensiva, con internaciones prolongadas y ocupando lugares que serían útiles en otras patologías. 
Como positivo en otra época excepcional y cuando se escriba esta historia, se reconocerá a todos los trabajadores que cumplen silenciosa y anónimamente su tarea. No aflojaron nunca, nos ayudan a vivir y llenaron necesidades que, de cotidianas y reiteradas, no las vimos: limpieza de calles, recolección de residuos, transportes de insumos… No quiero puntualizar más por temor a ser injusto. 
Dejo para el final a los de la trinchera: los trabajadores de la salud que pusieron el pecho desde el primer momento y lo siguen haciendo a pesar de las bajas. Este reconocimiento es sin distinción de jerarquías, pues en el magnífico oficio de cuidar la salud, no hay trabajo chico.  
Tenemos una sobre información de los medios que es lógica sobre contagios, fallecidos, rebrotes y de todo el planeta, situación que no contribuye a la tranquilidad y el optimismo. Hace años un periodista muy conocido decía, y con razón, que la noticia es el avión que cae y no el que llega (Bernardo Neustadt). 
Creo que para ayudarnos a resistir en lo que aún nos falta, debemos aferrarnos a las pequeñas cosas cotidianas. Se ve la luz en el túnel, la vacuna está cerca, hay que valorizar el avión que siempre llega y buscar la buena noticia, que siempre está. 
Hace pocos días este medio publicó una nota maravillosa. Creo útil y sanador recordarla. Copio el título: “El hospital de pediatría Garrahan efectuó 101 trasplantes de órganos, tejidos y células a niños y adolescentes en plena pandemia”. Que esto sea el colofón de todo lo anterior, pues es un canto al futuro y con ello a la esperanza.

(*) Médico.

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