mitología sarmientista
CUENTOS VERDES: ENTRE LA FICCIÓN Y LA REALIDAD, RELATOS DE LA MITOLOGÍA SARMIENTISTA

Barriletes: la estrella verde

Hubo un tiempo sin computadoras, sin celulares, sin plataformas digitales. Hubo un tiempo donde las cosas transcurrían lentamente. Hubo un tiempo marcado por los cambios de estación que traían el frío y el calor, las hojas secas y los retoños; las fiestas de fin de año, la laguna o la pileta, la escuela, las vacaciones de invierno y otra vez las fiestas de fin de año, para que todo volviera a empezar.

Y uno transcurría sus días con la llegada del Patoruzú de Oro, la malla y las ojotas, cuadernos y libros de un nuevo año, cine y revistas al lado de la estufa y otra vez la llegada del Patoruzú de Oro, y la rueda seguía girando.

Muchos de los juegos de aquel tiempo, exceptuando el fútbol que era de todo el año y el denominador común de toda la pibada, los más disfrutados llegaban sin que hubiera un momento predeterminado o una fecha estipulada. Llegaban porque sí, sin que nadie supiera y se iban de la misma forma.

Así en cualquier momento aparecía el tiempo de la bolita, la payana, los carritos bolilleros, las carreras de autitos, el yo-yo, los barriletes, las figuritas...

Las figuritas tampoco tenían una fecha de aparición determinada, pero llegaban generalmente a mitad de año. El primer contacto por lo general era a la salida de la escuela cuando varios muchachones haciendo la changa se ubicaban estratégicamente en las esquinas repartiendo los “paquetes” de figuritas y hasta, en algunos casos los “álbumes” para pegar las mismas. 

Al otro día los entusiastas pibes irrumpían en los kioscos en búsqueda de los redondos cartoncitos, alguna vez hasta fueron de lata, que pondrían en sus manos los rostros de los más queridos cracks de su equipo favorito. Aquel que podía compraba el álbum convirtiéndose en el foco de atracción por que todos querían ver que equipos, que temas, que personajes había que “llenar”.

La alegría era completa si en una de las páginas del álbum estaba “Sarmiento de Junín”.

Con la llegada de los vientos un buen día, sin fecha prevista, sin previo aviso ni decreto aparecía por alguna calle de tierra del barrio un pibe acompañado de dos o tres con un barrilete. En menos de una semana eran cuatro, cinco o diez barriletes con decenas de pibes rumbo al Campito o el Anexo.

Mariposas de papel multicolores, casi siempre respondiendo, esos colores, a una lógica futbolera, y de formas geométricas diversas que ponían de manifiesto las habilidades del armador.

Así podía ser con forma de estrella, bomba, que era un octógono, rombo y por último los extremos: el humilde cuadrado y el ostentoso cajón.

La aparición de ese primer barrilete desataba un entusiasmo general en los pibes del barrio que varias veces se contagiaba a hermanos grandulones y padres con alguna vieja deuda de la infancia que se ponían a la par de los hijos a construirlos.

 ***
Una tarde de mayo, sentado en la vereda de casa, vi pasar rumbo al Campito a unos pibes que alegremente llevaban a remontar sus barriletes azules con la franja amarilla, blancos con una banda roja, celestes con rayas blancas y rojos.

La mayoría al pasar me invitaba: “dale Colorado vení así me lo tenés”. Pero no fui con ninguno y me quedé pensativo sentado en la vereda bajo el solcito.

 -¿Qué pasa que tenés esa carucha?, me dijo mi hermano que volvía de trabajar.
- ¿Me haces un barrilete?, pregunté, sabiendo la respuesta.
- Dale le aviso a mamá que llegué y vamos a buscar las cañas ahí cerca del rancho de doña María.
***
Para hacer un barrilete, lo primero era conseguir el material. Las cañas para el esqueleto, la común, esa que se usa para sostener las plantas de tomates. No así las de la India, utilizada para hacer las cañas de pesca que se descartaban por su peso.

Después el peregrinaje se desplazaba al kioscos o almacén que agotaban sus stocks de hilos “loneros”, “choricero” y el “papel de barrilete”.

Los otros elementos necesarios estaban en el hogar, algo de harina y agua para hacer el engrudo y trapos para la “cola”. Con todos esos materiales ya se podía comenzar la tarea creativa. 

Primero, el esqueleto: se cortaban lonjas de caña a las que se afinaba con un chuchillo filoso. Los más exquisitos hasta las lijaban.

El segundo paso era atar fuertemente las mismas. Por ejemplo, si era un cuadrado se hacía una cruz, una bomba eran dos cruces, con lo cual quedaban ocho puntas a través de las cuales se desplazaría el hilo, para una estrella dos cruces una grande y otra más pequeña. Los más osados hacían el cajón que llevaba más trabajo, conocimiento y paciencia.

El paso siguiente consistía en pasar los hilos por las puntas de las cañas, a las que se les hacía una muesca para que el cordel no se desplazara. Terminada esta parte se procedía a pegar el papel doblado por encima de los hilos con el engrudo. En este proceso había que tener cuidado ya que si el constructor se pasaba se corría el riesgo de que el barrilete se “empachara”. En este caso por exceso de peso tendría dificultad para elevarse. 

Después había que hacer los “tiros” con extremo cuidado de que los hilos de los mismos estuvieran iguales. Finalmente, cuando el barrilete estaba terminado se ponía la cola que eran tiras de trapos viejos atadas unas a otras.

Por lo general estos trabajos se terminaban a la noche generando en los pibes una gran expectativa, ya que recién al otro día, después de la escuela podrían remontarlo.

Remontar un barrilete exigía una serie de técnicas y habilidades que no todos tenían. El dueño del barrilete elegía un lugar donde no hubiera árboles o cables cercanos. Allí se paraba sosteniendo el extremo del hilo donde estaba el ovillo que por practicidad se hacía con un palito. En el otro extremo, el del barrilete, se colocaba un hermanito menor o un amiguito y lo sostenía, elevando los brazos lo más alto que podía, hasta que el remontador gritaba “¡soltalo!”. 
A partir de ahí se vería su habilidad. Si era bueno lo podía elevar atrayendo el hilo hacia él y aflojándolo enseguida. Repitiendo estos movimientos, si el barrilete estaba bien construido y había un mínimo de viento se elevaba lentamente.

Otra forma menos exquisita y a la que se recurría cuando la anterior fallaba, consistía en que después del “soltalo” el remontador comenzaba a correr llevando el hilo en alto, mientras el barrilete subía.

***
Al final, una tarde de sol mi hermano hizo subir más alto que todos los otros barriletes, la estrella que habíamos hecho de color verde, con flecos blancos. Entonces cuando me ofreció el hilo y lo sentí tirante, miré al cielo y recordé el final de aquel diálogo: 
- ¿Estas triste? ¿por qué querés un barrilete?
-Si y porque no había ninguno con los colores del Verde.

Ahora, orgulloso miraba en lo más alto el barrilete de Sarmiento.

(*) Profesor en Letras e Historia y periodista. Se desempeñó como Jefe de Redacción en el Diario de la República de San Luis y como periodista en Semanario y La Verdad de Junín. En San Luis fue profesor en la Universidad Católica de Cuyo, el Nacional Juan Pascual Pringles y la Escuela Secundaria de El Trapiche. En Junín, fue director de la Escuela Secundaria N°19 y profesor en varias escuelas de nivel medio.

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