OPINIÓN

La matriz productiva no existe

Hay muchas preguntas sin contestar. Los industriales piden desde hace bastante tiempo que el Gobierno elabore un plan económico, aunque sea en líneas generales. Los funcionarios que quizás trabajen en ello no hablan. Y el presidente calla. En su círculo dicen que falta porque no se sabe qué pedirá el Fondo Monetario Internacional (FMI) como estrategia para que Argentina pague su cuenta y trace su futuro productivo. El máximo ajuste está cantado de antemano.

Pero, ¿sabe Argentina lo que es su matriz productiva más allá de las estadísticas de las entidades agropecuarias y las instituciones que representan a la industria?

Sin matriz productiva no se sabe cómo ha quedado jibarizado el aparato nacional, que registra cuánto se produce, para qué, para quién y cuántos empleados y obreros se necesitan. Cuándo se forjarán sustituciones de importaciones y cuál será el nivel de las exportaciones y quiénes le comprarán al país.

Cada área de la producción que se conoce defiende su territorio. Para la gente del agro la matriz productiva es la pampa húmeda, no sólo en ganadería sino también en cereales. Suman colocaciones externas de peras, manzanas, cítricos, algodón y cooperativas de distintas provincias. Si esto es así, sobrarían trabajadores y sólo podrían cumplir las necesidades de una población de 20 millones y un poquito más y no mucho más del doble, como en la actualidad.

¿Aportan dólares? Sí, pero no podemos vivir sólo de ese universo de productos. Los especialistas en crear una nueva matriz distributiva usan otros anteojos. La ironía es que mientras Argentina y el resto de América Latina pegó un viraje desde los años ‘80, limitando sus industrias (se salva Brasil) los países del este asiático del Pacífico le dieron apoyo, relevancia y jerarquía. Cuando en 1885-1890 en la provincia de Santa Fe ya se fabricaba maquinaria en manos de italianos recién arribados para el agro de avanzada y se habían instalado pequeñas y grandes compañías en Buenos Aires, en China, Corea y Vietnam sólo les importaba el alimento diario, para que no haya hambrunas.

La política industrial, aunque derrumbada por la paralización de la pandemia, el desarrollo y el cumplimiento de algunas leyes, es lo único que sirve para elaborar un proyecto de país real. Desde hace décadas la industria viene a los tumbos. Cada gobierno borra la anterior gestión y hace lo que le viene en ganas. Argentina ha pasado por desnacionalizaciones industriales que arrastraron a la quiebra a millares. Otros prometieron cambios con buenos augurios y no cumplieron. Hoy la presión impositiva es agobiante y aplasta a los que tienen iniciativas.

La matriz productiva, si alguien se ocupa de actualizarla, tiene que venir acompañada de una reforma impositiva indispensable. Seguimos con el IVA que fijó Domingo Cavallo, los empresarios y la sociedad en general se ahogan en compromisos con la AFIP. Y en algún momento de la historia hubo hasta campañas publicitarias oficiales para denigrar la producción nacional.

¿Alguien se acuerda de ese aviso televisivo donde un personaje quería sentarse pero la silla se rompía? El personaje decía a boca de jarro: “Es que se trata de industria nacional”. Eran los tiempos de la Dictadura Militar y la gestión de José A. Martínez de Hoz que pretendió abrirse al mundo, facilitar la especulación financiera y volver al mismo plan de Adalbert Krieger Vasena que consistía en una regresión al pasado, al país del ganado y las cosechas y con eso ya era suficiente.

Esto es poca cosa. Las importaciones, algunas indispensables están frenadas ahora en la Aduana. Los reclamos se amontonan en el escritorio de alguno de sus jerarcas. La respuesta es el silencio. Explicaciones no existen. Todo ocurre mientras el ministro de Economía vive sólo para los tironeos con la deuda externa y otros ministros invierten su tiempo para cubrir los grandes baches que está dejando la peste. Pero que no dan a conocer ningún horizonte futuro. Otros epidemiólogos, los que no asesoran al Presidente dicen que entramos demasiado rápido al encierro y estamos abriendo el esparcimiento en medio del pico de la pandemia, un proceso que no tiene gracia, que se está llevando un montón de víctimas.

En medio de un descreimiento casi total de la Justicia (donde se pone en evidencia que los jueces o se enriquecen o se ubican de acuerdo a los vaivenes de la política) Alberto Fernández, centro de los dardos que tiran seguidores de Cristina Fernández, se inauguran nuevas “grietas”.

La reforma judicial se hará. En el Congreso habrá polémicas subidas de tono sin duda porque el cambio se hace para que la Presidenta pegue el saltito y se aleje de los procedimientos donde está implicada por corrupción. Ese paso está iluminado, y así lo percibe con enojo una parte importante de la población. Y como si fuera poco se viene la moratoria. No faltarán algunos amigos del poder, que en su momento fueron arrinconados por la eficiencia profesional de Alberto Abad, que aprovecharán el momento para conseguir amplísimas y cómodas cuotas para saldar sus deudas millonarias. Como siempre, los que con esfuerzo pagaron sus obligaciones con la AFIP se sentirán usados como idiotas.

 (*) Opinión publicada eneleconomista.com.ar