Si no ocurre nada extraordinario, en setiembre de 2021, el mundo en general, y Europa muy en particular, comenzarán a extrañar a la canciller de la República Federal Alemana, la nacida en Hamburgo hace 65 años, doctora en física, Ángela Dorothea Merkel. Para esa fecha, Merkel cumplirá su cuarto mandato –comenzó en 2005- al frente de la cancillería, el gobierno alemán. Habrán sido 16 años, ya lleva casi 15, de conducir a la primera economía de la Unión Europea.
No resulta exagerado decir que, hoy por hoy, en cualquier encuesta, la aprobación hacia la conservadora canciller Merkel muestra niveles que alentarían la envidia de cualquier político del mundo que encabece su país.
La canciller Merkel genera consenso dentro de un marco de libertad y tolerancia acompañado por una eficaz administración. Desde hace 6 años y medio gobierna en coalición con los socialdemócratas. Nadie lo nota. El gobierno alemán es ella. La canciller gobierna a través de acuerdos. Sabe escuchar y toma su tiempo, nunca mucho, jamás poco, antes de decidir.
La canciller Merkel evidencia, siempre, una preferencia por la discreción. Una discreción que no solo no la coloca en el olvido, ni en el menosprecio, sino que, por el contrario, la catapulta al grado de “mujer más poderosa del mundo” en 2019, según la revista Forbes. Calificación que logra por decimotercera vez.
Unión Europea
La canciller Merkel preside desde el 01 de julio 2020 y hasta el 31 de diciembre próximo el Consejo Europeo, conformado por los jefes de gobierno de los 27 países que forman la Unión Europea (UE).
Tras la pandemia del coronavirus, Merkel buscará conducir la reconstrucción económica del Viejo Continente a través de un esquema de solidaridad entre sus integrantes. Dicho esquema de solidaridad comenzó con una propuesta de lanzamiento de bonos de deuda denominados periodísticamente “coronabonos”.
Su principio rector consistía en una emisión nacional y un rescate posterior comunitario. Obvio que cada país debía obtener una autorización por el monto de bonos a emitir pero soslayaba la obligación futura de pago que quedaba en manos del Banco Central Europeo (BCE).
No pasó. La iniciativa fue del presidente francés Emannuel Macron (42 años), contó con el apoyo de los llamados países del sur europeo –activa militancia del primer ministro italiano Giuseppe Conte (55 años) y del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez (48 años)-; con la expectativa de los del este y con el rechazo de los “austeros”, Austria, Dinamarca, Países Bajos y Suecia, los que siempre presentan sus cuentas en orden. Ganaron los “austeros” dado que las decisiones deben ser tomadas por unanimidad.
En Alemania, los coronabonos no cayeron bien. La canciller Merkel los rechazó, no de manera tajante para evitar un choque con sus defensores, pero con algún guiño de ojo hacia los austeros. Es que Alemania, como no podía ser de otra manera, siempre integró el bando de los ordenados. Es más, siempre lo presidió y fue su voz cantante.
Pero esta vez, las circunstancias son otras. Al menos, así lo entiende la canciller federal. Es que, como fue dicho más arriba, ella debe presidir la UE hasta diciembre. Una presidencia cuyo sino será la recuperación económica donde a la necesidad de muchos se suma el deseo de la jefe del gobierno alemán.
No se puede, ni se trata de volver a los coronabonos. La solución es otra: un sobre de 750 mil millones de euros, a repartir entre los 27, conformado por 250 mil millones en préstamos reembolsables y… 500 mil millones en subsidios del BCE.
La propuesta es muy fuerte porque sus impulsores son Alemania y Francia. Casi imposible que no se apruebe. Claro que los detalles serán discutidos al máximo. De todas formas, como a la propia canciller Merkel le encanta recordar: un acuerdo entre Alemania y Francia no es suficiente para una decisión unánime europea, pero un desacuerdo la torna imposible.
¿Y por casa?
Fronteras adentro, el coronavirus modificó todo. Desde el hábito merkeliano de no utilizar la televisión hasta la austeridad en las cuentas nacionales. Alemania fue, durante varios años, pionera en materia de superávit fiscal. No era la única, pero sí la más significativa. Junto a ella, los Países Bajos y Suecia, dentro de la UE. O Corea del Sur, Suiza, Noruega, Taiwan, Nueva Zelandia, fuera de la UE, países a los que, no de casualidad, les va bien.
Pero con la pandemia, la austeridad quedó atrás. El gobierno salió al rescate de empresas y puestos de trabajo y atendió hogares sin ingresos para lo que recurrió a la emisión monetaria.
Es que para el presente año, la caída del Producto Bruto Interno alemán se estima en 6,3% con un repunte para el 2021 del 5% y recién un retorno al crecimiento neto en 2022. El todo, siempre y cuando la demanda resulte estimulada, sin un traslado a precios.
Como en Alemania no se suele confiar en la magia ni en las amenazas sin sentido, para evitar el traslado a precios, el gobierno propuso al Parlamento una rebaja del 19 al 16% de rebaja en el IVA general y del 7 al 5% para productos de primera necesidad y… libros.
Alemania y el mundo
Antes de la pandemia, el gobierno alemán intentó algunas aperturas, en lo que va del año, más allá de su prioridad de la UE. Así, la jefa de gobierno viajó a Sudáfrica, primer partenaire comercial africano de Alemania, y a Angola, país petrolero por donde sustituir los envíos rusos.
Precisamente con Rusia no son pocas las dificultades que sobrelleva el gobierno alemán. Primero, y ante todo, el ciber espionaje sobre dependencias oficiales y sobre empresas líderes. El 7 de mayo pasado fue descubierto un “hackeo” sobre el mismo Parlamento alemán. Fue de tal gravedad, acumulativa por cierto que, una semana después. la propia canciller Merkel denunció públicamente la autoría oficial rusa. En concreto, la responsabilidad del GRU, el Servicio de Inteligencia militar ruso.
Visiblemente hastiada, la canciller aseguró que “todo esto me hace mal. Trato de mantener las mejores relaciones con Rusia y del otro lado existen pruebas tangibles que son los servicios de inteligencia rusos los que hacen estas cosas”.
Frente a Rusia, Alemania también exhibe su preocupación por la participación, encubierta a medias, en la guerra civil libia. Es que el tema llegó a manos alemanas como subproducto de los distintos grados de involucramiento de los posibles actores en dicha guerra civil.
Rusia y Francia, de un lado. Turquía, del otro. Rusos y turcos con armas y mercenarios, en el primer caso, armas y soldados en el segundo. Grecia totalmente enemistada con Turquía. Francia, Reino Unido y Estados Unidos, poco creíbles por su participación en la guerra contra el ex dictador Muamar Khadafi. Italia, ex potencia colonial. Solo quedaba Alemania como creíble.
Así, el gobierno alemán convocó a una conferencia de paz sobre Libia con el único objetivo de hacer respetar el embargo de armas decretado por las Naciones Unidas, la no intervención de potencias extranjeras y la adopción de un cese el fuego. Todo dijeron que sí. Pero antes de 48 horas, todos volvieron a las andadas.
Además, Alemania, Francia y el Reino Unido intentan salvar aquel acuerdo con los iraníes dado que los tres países –además de Estados Unidos, China y Rusia- estamparon sus firmas.
Si la canciller Angela Merkel muestra un hartazgo frente a la mala fe del presidente ruso Vladimir Putin (67 años), tampoco deja de mirar con recelo las bravatas y las decisiones unilaterales del presidente Trump. Al punto que, en un momento dado, llegó a amenazar con no asistir a la video conferencia del Grupo de los 7 (G7), los países más industrializados.
Como originariamente estaba prevista de manera presencial en Camp David, Estados Unidos, el presidente Trump suspendió la videoconferencia y la pasó para “el otoño”. Dolido, dijo que el G7 “era obsoleto” y que quería invitar a Rusia, Corea del Sur, Australia e India.
Seguramente, sin hacerlo público, en la intimidad de su casa, la canciller federal Angela Merkel sonrió.
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