Proyectar variables económicas en el medio de una pandemia que se acelera y tiene rebrotes, que pulverizó a la economía global y trastocó todo no es fácil. Entre esas variables está la inflación. Algo que importa más en ciertos países, como Argentina, que en otros (la mayoría) donde los precios son estables hace años, o décadas. La primera fase de la pandemia ha sido deflacionaria en todo el mundo y decenas de países están viendo cómo caen sus precios. Incluso en Argentina hubo un efecto en esa dirección: tras el 3,3% de marzo, abril dio 1,5%, mayo 1,5% y junio, según Orlando Ferreres, 1,6%. Hasta mayo, Indec captó una suba de precios de 11,1%. Según Ferreres, el primer semestre cerró en 13% y la interanual corre en 43,8%. Es poco para la Argentina de los últimos años. Son niveles similares a los que había antes de que “pasaren cosas”. El problema aparecería en la segunda fase, cuando la economía empiece a tomar calor a medida que se relaja la cuarentena. Otro factor que preocupa, y no solo a los monetaristas, es que el BCRA está emitiendo todo la diferencia entre un gasto primario que vuela e ingresos que se desploman. Hasta ahora, dice Federico Moll (Ecolatina), “hay una dicotomía porque la inflación sigue baja, pero con un desequilibrio monetario en ascenso que complica las perspectivas hacia adelante”. La cuarentena, sugiere, contiene la inflación mensual, pero genera desequilibrios a futuro. Según Ecolatina, el IPC de 2020 se ubicará entre 40-45%. En la banda baja, representaría una reducción de casi 15 puntos contra el 53,8% del 2019. Moll dice que la clave es el tipo de cambio oficial, “el que va a marcar la cancha”. La intención del BCRA parece clara: que vaya “despacito”. La gran duda es si podrá mantenerlo. Por ahora, pudo. Hacia adelante, considera que sería “ideal” un acuerdo social, como el que se insinúa, pero que deberá incluir “consistencia monetaria porque sino no hay incentivos para firmar”. Guido Lorenzo (LCG) es más optimista. “La inflación de 2020 posiblemente se ubique bien por debajo del 40%”, dice ante El Economista. “Su desaceleración solo puede ser explicada por la caída de la actividad y un mercado de trabajo poco dinámico que contiene que la emisión no redunde en más inflación. Sumado a esto, las anclas cambiarias y tarifarias están reprimiendo inflación”, agrega. “El interrogante es el carácter estructural que está adoptando el déficit fiscal. Si bien con un repunte de la actividad mejorarán las cuentas públicas es necesario dar muestras de convergencia fiscal. Caso contrario, el señoreaje en algún momento se traduce en inflación. Quizás sea una ventana de oportunidad para corregir el nivel del tipo de cambio y ubicarlo en una zona más competitiva porque el pasaje a precios es más lento en esta coyuntura”, agrega. “Actualmente, no preocupa tanto el número de inflación en sí mismo, sino que se corrijan los desequilibrios fiscales y monetarios para saber la evolución a futuro. Es necesario realmente un plan en algún momento que coordine expectativas, sino reinará el desorden y la baja de la inflación será transitoria y fácilmente se revertirá. No es el momento adecuado para presentar ningún plan seguramente, pero sí sería ideal saber que el Gobierno está trabajando en ello”, concluye. Matías Carugati (Seido) trabaja sobre un escenario binario. “Para el segundo semestre, la dinámica va a depender casi exclusivamente de la capacidad del BCRA para mantener el mercado de cambios (oficial) bajo control”, dice. “Eso nos abre dos escenarios binarios. En un extremo, los desequilibrios económicos son tan grandes (particularmente, el aspecto monetario) que se ‘filtran’ al mercado de cambios, a pesar de controles más estrictos y una regulación cada vez más enrevesada. El salto del tipo de cambio oficial generaría un shock inflacionario que podría derivar en una inflación del 50% anual para fines de 2020. En el otro extremo, el BCRA se ‘aprovecha’ de la situación provocada por la pandemia y evita mayores sobresaltos con el tipo de cambio oficial combinando un crawling-peg algo más rápido (al menos, superior a la inflación mensual), un cepo bien estricto y una demanda de dinero temporariamente más alta. En este caso, la inflación mensual se mantendría bien baja y no nos sorprendería ver que el año termine con 33% de inflación”, dice. Serían más de 20 puntos menos que en 2019. “La extensión de la cuarentena, los estrictos controles cambiarios y la regulación para desinflar la demanda de dólares de sectores productivos nos llevan a pensar de que el Gobierno está tratando de ir al ‘extremo tranquilo’. ¿El costo? Una actividad bien deprimida. Y el tiempo que se gane tendría que ser bien aprovechado porque los desequilibrios de fondo no desaparecen cuando pasemos del 2020 al 2021. Después, como siempre, están los riesgos que pueden terminar empujando la dinámica hacia el ‘extremo negativo’”, advierte. Desde Econviews, Andrés Borenstein pondera el cierre del primer semestre. “La inflación cerrará el primer semestre de 2020 en torno de 13,2-13,3%, un registro muy bueno dada la trayectoria reciente de Argentina”, expresa. “Sin embargo, en el segundo semestre no se espera que continúe en registros tan moderados pese a que los precios regulados seguirán congelados y se haya prorrogado el programa de Precios Máximos. Los argumentos para esperar una inflación que podría duplicarse parten de que la emisión monetaria fue y continuará siendo generosa porque no hay otra alternativa para financiar el déficit. Si bien el BCRA ha venido esterilizando buena parte de la emisión, el M2 creció más de 100% en el último año. Es esperable que en este contexto también se acelere el ritmo de depreciación nominal del peso, algo que en Argentina tiende a pasar a precios muy rápido. ¿Qué podría mejorar el pronóstico? Una cuarentena más larga que, si bien complicaría aún más a la economía, le sacaría presión a la inflación. En este escenario sería difícil también que los salarios puedan ser una fuente de presión para los precios”, agrega Borenstein y estima un IPC de 45% para 2020. “Estimar la evolución de las variables en este escenario es muy complejo y, si a eso sumamos lo delicada que es la situación social, la prudencia debería regir más que nunca la comunicación de nuestras estimaciones como economistas”, dice, como introducción, el asesor económico Claudio Caprarulo, que prefiere hablar de tendencias. “Sin ningún shock inesperado en esta nueva economía, hasta que no se resuelva la renegociación de la deuda y el fin de la cuarentena en el AMBA, se va mantener la tendencia de abril y mayo. O sea, la variación mensual en el nivel de precios nacional debería continuar por debajo de 2019 y, en conrceto, menos de 2,5% en junio y en julio. Ahora bien, una vez que se libere la actividad económica en el AMBA y se cierren las negociaciones con la mayor parte de los bonistas hay dos variables que van a definir la nueva tendencia. Por un lado, la actualización de los contratos que, por la incertidumbre, se frenaron negociaciones en todos los ámbitos. Lo que abre una ventaja para reducir una de las causas de la inflación: la inercia. Si el Gobierno logra la difícil tarea de coordinar expectativas puede generar una caída en el nivel de la inflación aprovechando la tendencia de los últimos meses. Será fundamental para eso la dinámica esperada en la cotización del dólar. La segunda variable a tomar en cuenta va a ser como se resuelva la puja distributiva. El problema más grande de la pospandemia no es la inflación sino el aumento de la pobreza, la caída en el salario real y el nivel de empleo. Lo lógico sería que aumente la conflictividad. El Gobierno está dando señales positivas planteando discutir un ingreso universal. Más allá de cuál sea la solución, lo importante es que se está anticipando al problema”, agrega.
(*) Opinión publicada en eleconomicsta.com.ar
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