Es relativamente fácil imaginar la escena. Detrás de un atiborrado escritorio con libros, se halla sentado el famoso detective inglés muy atento en leer una carpeta forrada en fino cuero negro en cuya tapa, con letras doradas, se lee “América del Sur. República Argentina. Su enigma”. En un sillón cercano está el doctor Watson, su inefable amigo. Holmes lee y fuma su enorme pipa cargada con tabaco turco.
“Te noto ensimismado”, dijo Watson. “No es para menos”, respondió Holmes. “En esta carpeta hay muy interesantes informes sobre este lejano país de América del Sur”, dijo Holmes sin apartar la mirada sobre esas hojas que llevaban las firmas de distintas personalidades argentinas, por ejemplo, Florencio Escardó, René Favaloro, Arturo Frondizi, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Mariano Grondona, Adolfo Bioy Casares y varias firmas. “Es curioso - dijo Holmes – cuanto más leo acerca de los argentinos, siento una extraña sensación de sorpresa, estupor y contrariedad”. Holmes prosiguió: “Leyendo sobre los hechos del mes de junio de 1803 leo que Buenos Aires fue atacada por nuestras fuerzas que la tomaron fácilmente. Luego en lucha de reconquista un valeroso francés de apellido Liniers logró vencer a los invasores”. “Y qué es lo curioso”, indagó Watson. “Que pocos años después a este Liniers lo fusilaron los mismos que lo habían aclamado”. “Pasionales”, dijo Watson. “Poco confiables diría yo” -subrayó Holmes-.
“Acá leo – estimado Watson – que los argentinos tienen a un nombre que es intocable. Se llama San Martín y es General. Pero cómo serán sus connacionales que casi olvidado por los suyos, no quiso desembarcar del barco en que había arribado a Buenos Aires y prefirió ir a vivir o morir a Europa. Curioso", musitó Holmes. “Y también veo que cuando los argentinos no se ponen de acuerdo sobre los nombres de las cosas, todo lo arreglan poniéndole San Martín”… “Y– acotó Holmes – un hecho parecido ocurrió con un gobernador, hacendado muy rico y de carácter fuerte, llamado Rosas o Rozas, que después de defender la integridad del territorio nacional, lo derrocaron y tuvo que refugiarse aquí con nosotros. Holmes sigue leyendo y dice: “Leo que con un tal Juan Perón pasó más o menos lo mismo”. “Ese hombre fue el presidente de los argentinos”, terció Watson. “Efectivamente -dijo Holmes-, tengo entendido que el hombre que gozaba del apoyo de todo el pueblo pero se metió con la Iglesia y sectores de la oposición y un marino de apellido Rojas, que había sido el custodio de su comitiva a España se levantó en armas y con el viejo crucero Belgrano bombardeó la destilería de YPF y terminó derrocando a Perón que se refugió en una modesta cañonera de bandera paraguaya y también después concluyó viviendo en España”. “Son contradictorios los argentinos – dijo Watson. “Sí – contestó Holmes – por lo tanto reúno otro carácter, son espasmódicos”.
“Acá tengo un informe que firma un tal Frondizi. Fue presidente de la Argentina. Un hombre recto, inteligente, serio. Pero trataron de derrocarlo en varias oportunidades. Parece que influyó la cercanía de su hermano Silvio, hombre de la izquierda y terminaron derrocándolo”. “Si era inteligente” -dijo Watson- había que echarlo”. “Elemental”, contestó Holmes, los inteligentes molestan.
“He aquí un informe interesante sobre la música popular argentina”, dijo Holmes. “Se llama tango pero pocos saben por qué. Parece que nació en barrios de extramuros de Buenos Aires y de a poco fue ganando el centro e incluso las clases altas. Un tal Güiraldes – dice aquí – tuvo mucho que ver, lo llevó a París y ahí lo bailó. Parece que por ese entonces los argentinos vivían pensando en París y en todo lo que fuese francés”. “Son extranjerizantes”, acotó Watson. “Todo hace suponer que sí”, contestó el detective. “La prueba está – dijo – que después el rock norteamericano apagó al tango con la ayuda de ritmos colombianos. Es un pueblo poco nacional. “Lo sumamos como carácter”, preguntó Watson. “Probablemente” fue la lacónica respuesta de Holmes. “Pero – agregó el investigador – está el culto del coraje”. “Qué es eso”, dijo Watson. “Algo que investigó un tal Borges – dijo Holmes. Si a un argentino lo insultan, parece que hay que insultarlo dos veces, porque el aludido se envara y dice “repetí eso que dijiste, repetí”. Yo pregunto; ¿para qué? Si escuchó claramente que le decían que era un estúpido de mierda ¿para qué quiere que se lo digan dos veces? “Tal vez – dijo Watson – para ver si se arrepiente o quizás para dar tiempo a que intervenga un tercero y se termine el lío. El informe también menciona el caso del que amenaza “decile que cuando lo encuentre le voy a romper el alma”, ¿por qué lo manda a decir por otro? No entiendo, dijo Holmes. “Suena a fanfarronería, dijo Watson. “Entonces tenemos otro carácter”, dijo el detective – fanfarrón.
“Este informe habla de una mujer que ingresó a la Historia argentina habiendo nacido en un pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires. Se llama María Eva Duarte y fue la segunda esposa de Perón. También esto es curioso – dijo Holmes – todavía discuten en qué pueblo nació esta joven. Dos profesionales sostienen tesis opuestas, uno es un doctor Mac Donnell y el otro es Diego Abdala. Afortunadamente discuten civilizadamente como corresponde a profesionales. Aparentemente – Watson – en ese país hay muchos argentinos que son abogados porque aquí hay un informe de un tal César Fernández Moreno que afirma que él es abogado pero que solo dos o tres argentinos no lo son… volviendo sobre esa joven, debió haber sido muy especial porque millones de argentinos la veneraron e incluso la santificaron y muchos le rezaban pidiéndole milagros. Es para reflexionar”, concluyó Holmes mientras recargaba su humeante pipa. Y agregó: “Hay informes acerca del deporte nacional de los argentinos. Aquí dice que es el pato pero si uno lee atentamente verá que la pasión argentina pasa por nuestro fútbol. Y algo también muy curioso – acotó el detective – tiene un estadio al que llaman “La Bombonera” donde afirman que el pasto habla, las tribunas tiemblan y en donde jugar, dicen los adversarios, es una experiencia formidable. Habría que hablar con las autoridades de ese club para saber de qué está hecho y tratar de tener uno igual aquí en Londres.
De pronto Watson dice: “Bueno Holmes, ¿a qué conclusión has llegado?” Holmes cierra la carpeta, se pone de pie, mira por el ventanal que da sobre el east Thames y contesta: “A ninguna en particular, sin dudas es un país de permanente formación y con gente espasmódica, acomodaticia, con poco sentido de patria y unidad y fanfarrona. Habría que aguardar años para otros informes complementarios”.
Y el afable doctor Watson agrega: “Pero nosotros no lo veríamos… “Mejor – contestó Holmes – tú sabes querido amigo que yo soy muy exigente. Jamás lo aprobaría…”
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