Alberto Fernández cumple hoy cinco meses de gobierno. No lo dice, pero probablemente sea este el tiempo más complicado de su vida. “Me siento como un jugador de ajedrez con 20 partidas simultáneas”, llegó a decir el Presidente sobre su breve experiencia al comando de un país en terapia intensiva en materia económica, social y sanitaria en la que ordenó una prolongada cuarentena que, a su juicio, se verifica exitosa.
El confinamiento de la sociedad argentina, que mañana pasará a una nueva fase más relajada en todo el país a excepción del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) y el Gran La Plata, es justamente una de las partidas que Fernández juega a la par de la negociación por la deuda externa; al proyecto de poder llegar a construir un incierto liderazgo dentro del oficialismo con una contrafigura de peso como Cristina Kirchner; y a la relación que intenta forjar con la oposición.
La implementación de la cuarentena se convirtió en el elemento catalizador de la administración del Frente de Todos. Alberto F. enfrenta crecientes demandas para reactivar la economía, atendibles porque la actividad está por el piso y se perjudican tanto las familias como las empresas. Pero cuenta con el apoyo de un sector mayoritario de la sociedad, que le teme al contagio del virus COVID-19 y que valora que el Presidente no haya dudado en priorizar la salud de la población.
Sin embargo, el acierto inicial del jefe de Estado va tomando la forma de un cuello de botella, en especial en el Gran Buenos Aires, que es el problema irresuelto de la Argentina. Los intendentes del Conurbano plantearon con severidad ante el Gobernador Axel Kicillof la realidad que les preocupa: no están dadas las condiciones para aflojar la cuarentena en esa región y fue ese el mandato con el que el mandatario provincial llegó a Olivos el viernes por la tarde a su encuentro con Alberto F. y el alcalde porteño Rodríguez Larreta.
Sin testigos presenciales, los tres estuvieron reunidos antes del anuncio de la extensión de la cuarentena hasta el 24 de mayo. Luego salieron para reeditar una foto que marca la impronta de Alberto F. y para blanquear que el combate central contra la pandemia se dará en el AMBA.
El temor del trío radica en las villas: se multiplicaron los contagios en la 31 de Retiro y la 1-11-14 de Flores en CABA; en el Conurbano rezan para que el virus no entre en unos 1.500 asentamientos. Pero lo cierto es que, al menos con el coronavirus en danza, los ruegos no serían una solución. Tal vez, una presencia más firme del Estado y un trabajo más a fondo con los testeos, sean estos hechos por las municipalidades, la Provincia o la Nación, serían más efectivos.
La deuda, con destino incierto
En medio de esta situación, el Presidente afronta otra partida decisiva junto a su ministro de Economía, Martín Guzmán. La propuesta del Gobierno para reestructurar la deuda externa en dólares fue aceptada solamente por el 20 por ciento de los bonistas, lo cual obligó al Palacio de Hacienda a extender el plazo de una eventual negociación para evitar el default. El escenario es tan delicado que un vocero gubernamental se sinceró: “Ahora esperamos la mano de Dios”, dijo.
La ayuda celestial que espera el Gobierno no es otra que la del Papa Francisco, de quien se aguarda un pronunciamiento público en los próximos días. No está claro que vaya a tener un efecto sobre los bonistas, pero en la lógica oficial la acumulación de respaldos es positiva: por eso se festejó el apoyo de Roberto Lavagna –cerebro del último canje exitoso en 2005- y el propio Presidente salió a cuestionar los reparos que pusieron los empresarios del Grupo de los 6.
El ruido interno por la baja aceptación de la propuesta –que reclama tres años de gracia para retomar los pagos y una quita sustancial del interés de los bonos- derivó en el alejamiento de Lisandro Cleri, jefe de la Unidad de Reestructuración de la Deuda en moneda extranjera, en una salida elegante hacia el Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) de la Anses. Pero el rigor, el funcionario había tenido diferencias con la forma en que Guzmán lleva la reestructuración.
El ministro de Economía cuenta con el aval del Presidente, que ayer lo recibió en Olivos, aunque se juega mucho al resultado de la operación. Guzmán no es el único miembro del Gabinete que está en la mira de los distintos sectores del oficialismo: otro señalado es Nicolás Trotta (Educación), en su caso por gobernadores e intendentes que le atribuyen impericia de gestión. “Firmamos un convenio por notebooks y nunca pudo precisar cuántas enviará”, deslizó un jefe comunal.
El peso político de Cristina
El reacomodamiento oficialista es la tercera partida simultánea que disputa el Presidente. La designación de Fernanda Raverta en Anses y de Andrés Larroque en Desarrollo bonaerense dejó en claro que La Cámpora se impuso al “intendentismo” al menos en los últimos movimientos gubernamentales.
La balanza se inclinó para el lado del camporismo, por el peso específico de Cristina. El ministro del Interior, Wado de Pedro, una de las espadas de la Vicepresidenta en el Gabinete nacional, habría advertido a más de un intendente que el armado territorial no debe excluir al kirchnerismo. La designación de Larroque, el lugarteniente de Máximo Kirchner, fue un claro mensaje a quienes pretenden avanzar con el “albertismo”, con o sin guiño presidencial.
Paradójicamente, menos contratiempos se le presentan a Alberto F. para diseñar la relación con la oposición. El fracaso de Mauricio Macri en conseguir la reelección hizo que Cambiemos se desdibujara hasta su actual versión de Juntos por el Cambio, una alianza en la que ninguno de sus componentes reconoce liderazgos unificadores. De ahí que el Presidente obtenga una ganancia al resaltar la figura de Larreta, a quien presenta como un opositor razonable para saltar la grieta.
Pero esta cuarta partida simultánea que juega Alberto F. se topa con un juego de pinzas: por un lado tiene a Cristina que no tolera la alianza –aunque sea circunstancial- con el alcalde porteño; y por el otro andarivel se ubican los sectores más duros de JxC, encarnados en Patricia Bullrich y Miguel Pichetto, que no le reconocen a Larreta entidad para erigirse en referente opositor. El jefe de Gobierno porteño cuenta, no obstante, con el apoyo de la exgobernadora María Eugenia Vidal.
El radicalismo, por su parte, está surcado por una interna entre los que quieren mantener la sociedad con el PRO –con el jefe parlamentario Mario Negri como figura visible- y los que impulsan la autonomía, que no quiere decir rompimiento, entre ellos Martín Lousteau. Las dificultades que tiene el Congreso para sesionar en tiempos de pandemia no se deben solamente a los problemas técnicos derivados del necesario distanciamiento entre los legisladores. También obedecen a las pujas internas de la oposición.
El camino hacia la “nueva normalidad”, tal como denomina el Gobierno a la fase anterior a la salida de la cuarentena, supone también que el Congreso encuentre la manera de funcionar.
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