Nuestro primer reflejo ante el miedo es buscar explicaciones y soluciones fáciles que nos quiten la incertidumbre que genera la pandemia de Covid-19.
Ante circunstancias como las que nos tocan atravesar en este momento, las personas reaccionamos de acuerdo a nuestra historia personal y colectiva. Algunos asumen una versión “paranoica”: búsqueda de culpables externos, acusaciones al “otro”, llámense “minorías”, “inmigrantes”, “chetos”, “chinos” o “turistas”. Otros, asumen una actitud de “falso optimismo” y así sesgan la información que circula y actúan sin responsabilidad, con la idea de que nunca me va a pasar.
Las formas autoritarias de abordar las enfermedades no lograron buenos resultados en el pasado, no condujeron a grandes descubrimientos, ni a ninguna revolución científica, solo trajeron violencia e incluso genocidios.
Ambas actitudes tienen el respaldo de dirigentes y medios de comunicación de todo el mundo que con irresponsabilidad especulan sobre el futuro. Los dirigentes de la ultraderecha europea atacando las políticas de inmigración y asociando a los extranjeros con la llegada del coronavirus o, por caso, los presidentes Donald Trump, Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador, tratando con desidia la pandemia. Sin evidencia científica, presumen que no tendrá graves efectos sobre la salud de su población. La historia de las enfermedades nos dice que no se puede ser optimista sin prevención.
Por esto, la responsabilidad de los dirigentes es fundamental ante el desafío que significa el control de la pandemia y de cómo la sociedad realiza su mejor esfuerzo para mitigar sus inexorables efectos, que mediremos en vidas humanas, secuelas de enfermos y severas restricciones sociales y económicas.
En este sentido, la epidemia cuestiona la idea de “control” de los humanos sobre la naturaleza, asociada al desarrollo científico y la prevalencia de la razón, que, sumados a las instancias de colaboración, apertura y solidaridad, han sido los grandes impulsores del desarrollo del bienestar de la sociedad.
Este cuestionamiento habilita la idea de “aislarnos”, “separarnos”, “levantar muros”, “cerrar fronteras” y sus tentaciones inevitables de construir acciones y discursos nacionalistas y autoritarios.
Y aquí radica otro de los desafíos: debemos enfrentar esta crisis sosteniendo los valores de la democracia. Como nos enseña la historia, las formas autoritarias de abordar las enfermedades no lograron buenos resultados en el pasado, no condujeron a grandes descubrimientos, ni a ninguna revolución científica, solo trajeron violencia e incluso genocidios.
En términos del historiador Yuval Harari, vivimos la tensión entre “vigilancia totalitaria y aislamiento nacionalista”, o la “solidaridad global”.
No podemos reemplazar la ciencia con la fe, así como no hay una fórmula “Argentina” para enfrentar ninguna crisis. Esta es una idea que responde a las peores tradiciones de nuestro país que ya vivimos en tantas oportunidades, con convocatorias a épicas surrealistas que terminan en catástrofes políticas, sociales, económicas y hasta militares.
Esta circunstancia dispara procesos históricos donde, quienes mejor interpreten este presente, serán quienes en mejor situación estarán para enfrentar el futuro. Debemos insistir en la colaboración científica internacional, que es la verdadera esperanza de encontrar nuevas soluciones (como vacunas y antibióticos) que han permitido más que duplicar la esperanza de vida de la humanidad.
Como sostiene Marcos Novaro, “…mientras más tiempo pasa y se agrava la crisis sanitaria y económica, más queda en claro que los países que mejor lidian con la emergencia no son las dictaduras estatistas ni los populismos radicalizados, sino las democracias con Estados eficientes…”, testimonio que ofrecen la República Federal Alemana y los países escandinavos, por señalar a aquellos que en forma más eficiente han tratado la cuestión.
Resolver esta contingencia, y las que vendrán, requiere de más y mejor democracia y de la más amplia cooperación internacional.
(*) Rector de la Unnoba.
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