Desde que a principio de mes la Argentina empezó a entender que la pandemia del covid-19 llegaría inexorablemente a nuestro país con su devastador censo de muertes, Alberto Fernández asumió la centralidad que nuestro sistema presidencialista le otorga a la primera magistratura, actuó con rapidez y eficacia con el objetivo primario de contener y aplanar la curva de contagios que permitiera ir acondicionando el estragado sistema de salud argentino y que este no colapse cuando llegase el pico de contagios, procurando así evitar la catástrofe humanitaria que acontece en otros países como Italia y España.
Asimismo, el Presidente tomó medidas económicas para alivianar las urgencias de aquellos que más necesitan, lo que en la Argentina actual supone una vastísima porción de la población.
Todo ello le valió el reconocimiento de la enorme mayoría de la población que ha respaldado la totalidad de sus decisiones con un inédito apoyo.
“El poder lo dan los votos… después hay que ejercerlo”, dice un viejo aforismo de la política y lo que ha hecho el Presidente es ejercer el poder. Ejercerlo con firmeza pero también con templanza y un fenomenal sentido de la “ética de la solidaridad” que la compleja composición de nuestro tejido social amerita.
Sin embargo, el éxito de la primera etapa del abordaje de la pandemia es apenas el comienzo de un gravísimo problema que nadie puede saber a ciencia cierta cuánto se prolongará ni dimensionar cuáles serán, a la postre, sus nefastas consecuencias humanitarias, económicas y sociales. El Presidente lo sabe, pero también lo saben los personeros del odio que mientras asisten atónitos a la inédita aprobación que obtiene el Presidente esperan pacientes el momento de poder dar otro zarpazo de su garra derecha, apelando a sentimientos de angustia de la población y a legítimos reclamos respecto de las deudas que aún mantiene la democracia argentina, inoculando con cinismo su siempre envenenado mensaje de antipolitica.
La derecha encontró en el explícito enojo del Presidente con el empresario Paolo Rocca (uno de los hombres más ricos del mundo, que en plena pandemia decidió despedir de sus empresas a 1400 trabajadores) la oportunidad perfecta para la contraofensiva, desempolvando su visceral desprecio por las políticas públicas de bienestar de un Estado presente e infundir solapadamente su estrategia contra la única herramienta que hace aquello posible: la Política.
Esta vez, la reacción antipolítica tomó la forma de cacerolazo contra los funcionarios púbicos, intentando cooptar el hábito de solidaridad y reconocimiento que la población espontáneamente venía manifestando en forma de aplauso hacia aquellos que se encuentran en “la primera línea de batalla” intentando teñirla con el único sentimiento que realmente conocen: el odio.
La derecha es astuta, es cínica, es paciente, y tiene espaldas económicas para resistir agazapada todo lo que dure la noche de la peste. Sabe también que será una noche larga y dura en la que la gente común sufrirá demasiado, en muchos casos desesperará, se angustiará y perderá por momentos la confianza, y es ahí precisamente donde la antipolítica de la derecha abyecta se vuelve más peligrosa, cuando se disfraza de justo reclamo. Por eso cuidemos al Presidente. Cuidemos a la Política. Cuidémonos a nosotros mismos.<
Jose L. Itoiz.
DNI 25.564.520
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