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OPINIÓN

La empatía, clave contra la Aporofobia

La Aporofobia es uno de los fenómenos sociales que viene tomando relevancia durante este último tiempo, y esto tiene que ver, principalmente, con que se le ha dado un nombre para ponerlo sobre el tapete y lograr educar a las nuevas generaciones para contrarrestar el odio y el rechazo que se ha generado por cierto sector de la sociedad.
Pero bien, ¿qué es la Aporofobia?  Según la filósofa contemporánea Adela Cortina, es el fenómeno y/o conductas que generan el rechazo al pobre, a las personas sin recursos. Parece una brutalidad o algo impensado. Sin embargo, el análisis de la catedrática se funda en hechos que se fueron dando en Europa, los cuales afirman que existe y que, tristemente, en algunos casos se ha cobrado la vida de algunas personas. 
A nivel general, sin duda, los casos más aberrantes y grotescos de Aporofobia producidos son los dados por la migración mediterránea, en los cuales hemos sido testigos de los miles de muertos, consecuencia inmediata de la falta de empatía de los países europeos. En este sentido, podemos encontrar que a los países que deberían recibir a los inmigrantes les molesta que sean pobres, no solo inmigrantes o extranjeros. 
Europa recibe extranjeros todo el año, pero de esos que sí pueden desembolsar euros en los negocios y generar actividad en el consumo interno, a esos sí se los recibe con gusto, pero a los pobres que buscan una mejor vida se los deja morir en el mar. Queda claro que lo que molesta es la situación de pobreza y no la procedencia. Esa situación de pobreza que en el ideario colectivo aporofobo sería la causante del malestar de la sociedad.
Pero por qué hoy escribo sobre este tema, que hasta el momento solo caractericé con hechos del Viejo Continente, porque tristemente, en nuestro país y en nuestra ciudad, no estamos lejos de esto; incluso los fenómenos aporofóbicos ocurren muy a menudo y van desde insultos y etiquetas denigrantes hasta por ejemplo brutales ataques a personas en situación de calle (en mayo de 2019 un grupo de asesinos roció con nafta y prendió fuego a una persona que dormía en la calle). 
En estos largos años de recorrida barrial, he sido testigo de actos denigrantes a través de las redes, cuando se exponía sobre la situación de un barrio o de la precariedad en la que algunos/as vecinos/as desarrollan su vida. Desde el “son negros”, “se inundan por sucios”, “no sirven para nada”, entre otras barbaridades. Tratos inhumanos que lamentablemente se transmiten de generación en generación, criando a los jóvenes bajo un discurso meritocrático y estigmatizador, que apunta a generar la superioridad de los "bien situados" por sobre las personas que son atravesadas por la pobreza. Una pobreza intergeneracional, en un país como el nuestro donde la distribución siempre ha sido desigual.
Haciendo hincapié en esto último, hace unos días leía notas de diversos portales de noticias y obviamente a veces me entretengo apreciando algunos comentarios. Me detuve un momento y leí dos notas, donde diferentes grupos de vecinos/as reclamaban al Estado: por un lado, nota de 2019, vecinos acampando por más de 40 días en la plaza por un hábitat digno (derecho humano consagrado por la ONU, avalado en nuestra Constitución); por el otro, una de este año, el campo se reúne y propone un paro. Dos grupos de vecinos/as, reclamando cada uno lo que le compete, pero la diferencia reside en el rol que ocupa cada uno en la idea de las clases sociales, siendo esta el principal factor para menospreciar un reclamo y avalar el otro. ¿Qué grupo creen que fue atacado sin piedad y con enunciados agresivos, e incluso deseándoles la muerte? Lamentablemente, el de los vecinos/as que exponían sobre la vulneración de derechos; a los demás se los felicitaba, se los alentaba a no aflojar, que lo que tienen es “mérito” de su trabajo. Perdón, los/as vecinos/as también trabajan e incluso algunos son empleados de estos patrones que, por los miserables sueldos que perciben, no logran satisfacer las necesidades indispensables. 
Este cruel fenómeno no es de ahora, viene de hace tiempo, pero según mi análisis, lecturas y recorridas por los barrios, estos últimos cuatro años lo fueron acrecentando, o quizás el creer pertenecer a ese grupo que gobernó con un discurso donde los privilegios son para unos pocos, hizo sentir superiores a muchos y creerse con la posibilidad de despachar su odio públicamente y sin censuras, total, tenían una gobernadora que expresaba que los pobres no llegan a la Universidad. Triste pero real, el discurso de la meritocracia tomó un rol demasiado fuerte en la sociedad, alimentó el odio y fraccionó aún más a nuestra población. 
Hoy tenemos la obligación de sanar ese odio, de generar programas educativos que permitan reflexionar a nuestros/as niños/as, producir oportunidades para los/as pibes/as de los sectores más vulnerados, acompañar los procesos de integración socio-urbana para que todos/as seamos una sola ciudad, y podamos compartir los recursos sin distinción. No tengo dudas que la clave es la educación, en la casa, en las escuelas, clubes y organizaciones, pero la herramienta fundamental es la empatía: es el acercarse, el ponerse en el lugar del otro, es el acompañar las luchas, es el tender una mano, abrazar si hace falta o simplemente generar ese sentimiento de compromiso. Está en nuestras manos transformar nuestra sociedad, el odio no nos ha llevado a ninguna parte, debemos trabajar para que todos/as puedan vivir en una sociedad más justa y más igualitaria.


(*) Referente de la ONG Don Ito.

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