ENFOQUE

Inicio 2020 y las estrellas

George Lucas fue un visionario de la industria de los contenidos. Sin dudas. Para filmar su primera trilogía de Star Wars no contaba con la tecnología que quería: por eso tuvo que inventar cámaras, formas de montaje audiovisual y hasta creó un sistema de sonido propio. Pero lo que aseguró que la franquicia se transformara en un objeto de culto nada tuvo que ver con los trajes, las naves espaciales; ni siquiera con la gloriosa música del compositor John Williams.
El secreto fue bastante simple: las primeras entregas de la película contaban una historia sólida. Lucas se basó en los principales mitos de la cultura occidental (la autoridad paternal, los deseos reprimidos, el camino del héroe redimido), para formular un storytelling poderoso que trascendería generaciones. Algo que el mismo director no pudo repetir en sus producciones posteriores. Y que más tarde, el emporio Disney no estuvo ni por asomo en condiciones de lograr. ¿Por qué?
Porque las primeras tres películas eran apasionadamente intrigantes. Nos proponían una trama incompleta, repleta de baches, sutiles insinuaciones, personajes complejos y secretos que sólo lograríamos comprender con el tiempo. Adelantada a su época, la primer entrega (el Episodio IV), comenzaba con un estado de cosas ya planteado. Y por cierto, en el año 1978 nos preguntábamos: ¿por qué empieza en el cuarto capítulo? Algo que entendimos varias décadas más tarde… Las últimas tres o cuatro películas de la franquicia necesitaron explicarnos todo en los primeros diez minutos. Para que no hubiera incertidumbre alguna. Allí radica su naturaleza plana, simplona y artificiosa. ¿O será que nosotros, como sociedad, no soportamos más las incógnitas y precisamos una historia ya resuelta de antemano?.

Redefinir-nos
El tiempo es un invento humano que nos permite organizar nuestro ciclo biológico. No se verifica diferencia material concreta entre el día 31 de diciembre y el 1 de enero. Pero sí existe una distancia psicológica enorme. Si hemos transitado un mal año, el próximo siempre nos redime. Si hemos postergado proyectos o sueños, tenemos delante la oportunidad de concretarlos. Y si hemos perdido la frescura, la creatividad y la capacidad de asombro, podemos de(construirnos) nuevamente y recuperarlas.
Ya no se trata de la proclamación de la autopercepción, autodeterminación o autoproclamación de la propia autonomía. Sino de una búsqueda mucho más fundamental, la del sentido personal en el existir. Un camino que suele estar jalonado por mayor cantidad de dudas que de certezas. De incompletitudes –como las de George Lucas- y de la necesidad de actos de fe que trascienden el imperio de la racionalidad y nos devuelven al instinto, a nuestro estado natural de gracia.
Star Wars no deja de ser una película. Memorable por cierto, pero es tan solo una película. La vida presenta otras exigencias. Aun así, valga la reflexión cinéfila para reconstruir nuestras ganas de mirar hacia las estrellas y pensar un futuro distinto. Porque allí, en una galaxia muy lejana, están las preguntas que nos impulsan a seguir latiendo cada 365 días. Muy feliz año para todos.


(*) Decano de la carrera de Ciencias de la Educación y Comunicación Social de la Universidad del Salvador.