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Alberto Fernández, mientras arma un bloque regional, prepara un plan de gobierno en sigilo, con la idea de aprovechar la sorpresa política en el inicio de la nueva gestión.
PANORAMA POLÍTICO NACIONAL

El gabinete de Alberto F., la incertidumbre económica y la revolución de la clase media

La indefinición del presidente electo en la designación de sus ministros no genera confianza, mientras que su llegada al poder será en medio de la convulsión social en Sudamérica.

En la Casa Rosada no salen del asombro. Tras aquella foto entre el presidente saliente Mauricio Macri y el entrante Alberto Fernández, no hubo ni una sola reunión formal para concretar la transición. La demora obedece a la estrategia del Frente de Todos de armar un plan de gobierno en sigilo, con la idea de aprovechar la sorpresa política en el envión inicial de la nueva gestión. Aunque la indefinición provoca un notorio aumento de la incertidumbre económica.
Mientras Alberto F. no confirma a ningún integrante de su próximo Gabinete –él argumenta que Macri lo hizo una semana antes de asumir en 2015 y “nadie lo cuestionó” por eso-, lo cierto es que siguen saliendo dólares del país que estaban en los colchones o en cajas de seguridad.
Claro que en el peronismo reunificado achacan toda la responsabilidad por la crisis económica a la administración que está por terminar. Y a diferencia de lo que hizo Macri cuatro años atrás, preparan un minucioso informe sobre el estado del país para dejar las cuentas claras en los días previos al recambio de gobierno. Los datos se irán conociendo en distintos ámbitos, pero el escenario central de la batalla dialéctica se montará en el Congreso de la Nación.
Allí, las espadas legislativas del FdT irán desgranando estadísticas con las cuales justificarán los proyectos que Alberto F. reclamará ni bien ponga un pie en la Casa Rosada: la declaración de la emergencia económica –una herramienta a la que apela el peronismo en el poder-; el aval del Congreso para iniciar una renegociación de la deuda con el FMI y con fondos de inversión privados que tienen bonos argentinos; y la habilitación de sesiones extraordinarias durante el verano.
El calendario legislativo, sobre el que conversaron Emilio Monzó y Sergio Massa en la reunión de transición en la Cámara de Diputados, ya consigna algunas certezas: el 20 de noviembre llegarán al recinto los proyectos de la Ley de Góndolas y de Alquileres, mientras que entre fines de este mes y principios de diciembre tendrán lugar las juras de los nuevos diputados y senadores. Y el 21 de diciembre será el turno del Presupuesto 2020, que tendrá que rehacer el próximo gobierno.

El escenario regional
Por afuera de este esquema, Alberto F. parece más volcado a las relaciones internacionales. Viene de una visita a México en la que el presidente Manuel López Obrador sigue convencido en la inconveniencia de asumir un liderazgo latinoamericano. Y acaba de festejar la liberación de Lula da Silva en Brasil. Incluso, lo invitó a su asunción el 10 de diciembre. Alberto F. está involucrado en el armado de un nuevo polo progresista en la región, a partir de lo que se denomina Grupo de Puebla.
En el hilado fino de ese foro que ayer sesionó en Buenos Aires se encuentra el dirigente chileno Marco Enriquez Ominami, que fue tres veces candidato a presidente del país trasandino, sin suerte electoral. Pero que tiene mucho predicamento sobre Alberto F. Una frase del presidente electo argentino lo dejó en claro: “El milagro chileno es que los chilenos no hayan reaccionado antes”, sostuvo flanqueado por ex presidentes como la brasileña Dilma y el colombiano Samper. Sin embargo, según la CEPAL el 10 por ciento de los chilenos viven en la pobreza. Una cifra que envidian en muchos países latinoamericanos.
De todos modos, anticipó que hablará con el presidente chileno Sebastián Piñera –considerado un aliado natural de Macri- y advirtió que pese a la mala relación que tiene con Bolsonaro, la Argentina y Brasil reúnen el 70 por ciento del PBI sudamericano y no pueden darse el lujo de distanciarse. Pero en lo inmediato, la preocupación del futuro presidente y de su probable canciller Felipe Solá es una reunión del Mercosur que está agendada el 5 de diciembre.
Ese día, en Brasilia, Bolsonaro y Macri tenían previsto avanzar en la baja del arancel externo común del bloque regional, con una lógica tendiente al libre comercio y a la firma de un TLC con Estados Unidos. Como se trata de una decisión resonante, sería de esperar que el presidente saliente no la firme sólo cinco días antes de terminar su mandato. “Los vínculos internacionales no pueden estar dominados por la ideología”, suele repetir Alberto F. a sus colaboradores.
No obstante, el presidente electo hace gala de su propia ideología. “Con Lula libre van a soplar otros vientos en Brasil”, afirmó ayer en otra estocada a Bolsonaro. El caso del ex mandatario brasileño que estuvo preso por acusaciones de corrupción –tiene dos sentencias en primera y segunda instancia- fue tomado por el kirchnerismo como un espejo de lo que podría suceder con Cristina Kirchner, sometida a diversas investigaciones judiciales, algunas muy avanzadas.

Más señales ambiguas
Alberto F. tuvo una visión muy crítica cuando estuvo alejado de Cristina y luego se convirtió en uno de sus principales defensores, lo que terminó de convencer a la ex presidenta de ofrecerle la candidatura del FdT. Ahora como presidente electo, sigue dando señales ambiguas: su ministra de Vivienda podría ser María Eugenia Bielsa, quien marcó distancia de la corrupción K; pero ayer habló con Hebe de Bonafini (señalada por Sueños Compartidos) sentada en la primera fila.
Algunos mensajes tampoco colaboran con la vuelta de página que necesita dar Alberto F.: Julio de Vido dijo desde la cárcel que los gobiernos peronistas no pueden avalar la existencia de “presos políticos”. Pero en el caso del ex ministro de Planificación –que durante 12 años controló la obra pública nacional- el propio kirchnerismo le dio la espalda cuando le quitaron los fueros de diputado, algo que nunca sucedió con Cristina en el Senado.
Alberto F. considera, tal como lo escribió en varios artículos, que los cuestionamientos a la ética de los gobiernos de izquierda abrieron las puertas al surgimiento de referentes de derecha como Bolsonaro, Piñera o el propio Macri en la Argentina. Algo parecido sucede tardíamente en Bolivia con las protestas contra Evo Morales, tras una reelección objetada en términos de transparencia. La novedad es que el sujeto político de las revueltas está identificado con las clases medias.
En Chile, la vanguardia de las protestas que jaquean a Piñera son los profesionales y estudiantes endeudados con los bancos que costean sus carreras universitarias. Muchos de ellos surgieron de familias de trabajadores que se esforzaron para darle a sus hijos un futuro mejor. Se trata de demandas de segunda y tercera generación, que ya sufrió el PT en Brasil luego de incorporar a la clase media a millones de personas. En la Argentina, ese fenómeno lo encarnó Cambiemos.
La prueba está en el 40 por ciento de los votos que retuvo Macri pese a que su gestión económica profundizó la crisis. El peronismo incurriría en un error si, en medio de esta convulsión regional, reflotara su visión histórica sobre la clase media: que se trata de desclasados y “tilingos” que aspiran al estilo de vida de los adinerados, pese a que no los invitan a la cúspide social. En el 8 por ciento que le sacó de diferencia a Macri, Alberto F. debe contar a los independientes de pensamiento crítico. En ese sector radica justamente la posibilidad de construir un puente por encima de la grieta.

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