Descontadas la gran influencia de Marcelo Gallardo en tanto conductor y estratega, y la vinculación recíproca entre jugadores y equipo, en el ascendente River de estos días, la figura del uruguayo Nicolás De La Cruz se recorta con nitidez.
Una muestra, acaso tan añeja como el fútbol profesional, de que los tiempos de maduración son imposibles de prever, caprichosos y arbitrarios.
Se alude, ciertamente, a los tiempos de maduración en la cancha que emanan de las derivas que exceden al juego mismo y de las cuales se carece de un manual de instrucciones.
“Cada uno es cada uno y cada uno es como es”, sentenciaban nuestros mayores en clave de pura redundancia y a la vez de certeza profunda.
Desandemos el camino: De La Cruz llegó a River con veinte años recién cumplidos y aureola de fino entendedor del juego, apto para filigranas y pases de medio gol o llegada al área con detalles de terminación.
Pero en sentido estricto se trataba de apostar a quien había despuntado en Liverpool de Montevideo y en los seleccionados juveniles de su país.
¿Cuánto hubo que esperar para que ese pichón de buen jugador estrechara la distancia entre lo potencial y lo real?
Meses más, meses menos y partidos más, partidos menos, hubo que esperar un año largo y unas cuantas decenas de partidos.
Mérito de Gallardo por saber esperarlo en un club, River, que como todo grande es remiso a las cómodas cuotas y mérito primordial y sustancial del protagonista directo por asimilar su falta de estado de forma, de sintonía, más un cierto descreimiento de la afición.
Como quiera que hayan sido la dinámica transitada por De La Cruz, las vicisitudes, el puente que lo separaba de esta versión, sus modos de hoy representan un pilar inestimable del River más intenso y fluido de que se tenga memoria en el de por sí venturoso ciclo de Gallardo y, si se quiere, por qué no, una contribución de genuina calidad al fútbol argentino propiamente dicho.
No abundan, escasean más bien, jugadores que como el montevideano en cuestión ofrezcan buenas decisiones en diferentes lugares de la cancha; alternativas solidarias, positivas, creativas, la facultad de hacer al equipo un poco o bastante mejor de lo que es y a la vez nutrirse del conjunto.
La pregunta de rúbrica, pues, cae de madura: ¿habrá llegado a su techo el oriental De La Cruz?
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