Cuando Axel Kicillof comenzó a recorrer la Provincia por sugerencia de Cristina Kirchner hace algún tiempo, se asomó a un territorio que conocía desde el otro lado del mostrador. Cuando le tocó ser ministro de Economía de la Nación, cada dos por tres escuchaba los planteos y las súplicas de los funcionarios de Daniel Scioli que, además de pedirle ayuda financiera, le transmitían los malabares que debían hacer para pagar sueldos y garantizar la gobernabilidad en un distrito acechado por las urgencias.
El destino y la voluntad popular depositaron en Kicillof la potestad de administrar el comando de la provincia más grande del país. La más influyente, también.
Pero paradójicamente, el distrito históricamente más postergado en materia del reparto de recursos federales. El gobernador electo conocía estos padeceres bonaerenses. Pero ahora, con una extensa campaña sobre el lomo, los palpó in situ.
Esa realidad lacerante agravada por la crisis económica impone decisiones de todo tipo. Atender la emergencia social y resolver la situación de muchísimas Pymes que cerraron o que tambalean jaqueadas por la recesión, son sólo algunas de las medidas urgentes que aparecen al tope del listado de demandas imperiosas.
Hay, por supuesto, muchas más. Pero difícilmente se pueda dar satisfacción a la esperanza colectiva alumbrada en las urnas en relación a Kicillof si no se resuelve o al menos se morigera la injusta discriminación que sufre la Provincia.
Sobre este aspecto el mandatario que asumirá el 10 de diciembre deberá encarar una negociación con el gobierno nacional en busca de esa reparación. Sin fondos suficientes ni recursos a la altura del extenso abanico de necesidades, dar respuesta a la compleja situación edilicia de las escuelas, a las carencias de los hospitales, al enorme déficit en materia de obras de infraestructura o de saneamiento o a las reivindicaciones salariales de los 600 mil empleados públicos, el desafío será mucho más cuesta arriba.
Uno de los primeros retos para el gobernador electo será el de equilibrar esa balanza desigual. Una provincia que aporta casi el 38 por ciento del PBI nacional, recibe alrededor del 22 por ciento de fondos coparticipables.
“Se viene una etapa de reconstrucción de la Provincia. Empieza a gestarse un gobierno diferente”.
Esa inequidad manifiesta requiere de una reparación que había logrado en parte María Eugenia Vidal, pero que la transferencia de los subsidios a las tarifas del transporte y la energía por parte de la Nación virtualmente neutralizó.
Se sabe que Alberto Fernández analiza una serie de variantes sobre este tema. Algunas de ellas ya habrían charlado con Kicillof. Se habla de una detracción de los recursos que recibe Capital Federal para distribuir entre las provincias y una parte de esa torta se la llevaría Buenos Aires. ¿Unos 40 mil millones de pesos? Se verá. Otra de las urgencias, acaso la que demande decisiones imperiosas, tiene que ver con la deuda bonaerense.
El equipo del Frente de Todos vino advirtiendo que Vidal terminará con una deuda cercana a los 11.924 millones de dólares y que uno de los mayores problemas era que el 77 por ciento de esas obligaciones había sido tomada en moneda extranjera. Ese perfil de deuda inquieta porque con cada devaluación aumenta el volumen de las obligaciones. Preocupa además que en enero haya un vencimiento de 570 millones de dólares que parece imposible de afrontar sin una renegociación.
Kicillof deberá adoptar otras decisiones de fondo para uno de los problemas recurrentes: el de la inseguridad. Ya afronta sugerencias. Los intendentes del Conurbano tendrían intenciones de tener una mayor injerencia a través del manejo de las Policías locales. Se verá si desanda el camino de la actual gestión provincial que decidió concentrar el manejo de la fuerza más voluminosa del país con cerca de 90 mil almas.
El capítulo de la gobernabilidad y el equilibrio político debería anotarse entre los desafíos del ex ministro de Economía. Algunos de esos retos comenzarán en breve. Kicillof corrió con el almanaque a las distintas tribus el peronismo que reclamaban definiciones respecto de la integración del gabinete. El gobernador electo dijo una y otra vez que no abordaría ese debate hasta que no pasaran las elecciones y ese tiempo concluyó. Kicillof deberá poner a prueba una todavía desconocida muñeca política para mediar entre apetencias de grupo y necesidades de gestión.
Tendrá que atender otro frente: el que surgirá desde la Legislatura. Allí también deberá mediar entre tropa propia y aliados por las autoridades de las cámaras. No es lo único: deberá construir los consensos necesarios para garantizarse gobernabilidad.
Ironías del destino y de la política, es altamente probable que esa negociación deba realizarla con la propia Vidal, que conservará una tropa de legisladores importante aún en la derrota.
COMENTARIOS