El divorcio no es sólo entre el Reino Unido y la Unión Europea. El divorcio global es más traumático que el Brexit. Coincide en tiempo y forma, pero, más allá de eso, el único hilo conductor es la protesta de las sociedades contra los gobiernos y, cual mar de fondo, contra el sistema. El oasis en el cual vivía Chile, versión Sebastián Piñera, se convirtió de pronto en un polvorín por el aumento de la tarifa de un servicio público, el metro, como ocurrió con el combustible en Ecuador y en Francia o, el colmo, con la pretensión de gravar un impuesto sobre las llamadas de voz de WhatsApp en el Líbano. Nadie previó los estallidos.
La ira popular aguijonea la víscera más sensible, el bolsillo, pero también brota por otros motivos, como el acuerdo alcanzado por Boris Johnson en Bruselas para rubricar el Brexit, la caprichosa intención de declarar la independencia de Cataluña, el rechazo de los ciudadanos de Hong Kong al avasallamiento de China, el clamor de los haitianos contra el presidente Jovenel Moïse, la disolución del Congreso en Perú, las sospechas de fraude en las elecciones de Bolivia, las marchas en Pakistán en solidaridad con el pueblo de la región de Cachemira que disputa con India o el final de los gobiernos eternos de Sudán y Argelia.
En varios países de América latina, la crisis concuerda con elecciones y referéndums entre 2017 y 2019. En el año bisagra, 2018, hubo cambios y ratificaciones de gobiernos. La rutina democrática o autocrática, según corresponda, no se vio alterada, pero el malestar económico deterioró el vínculo entre la población y sus representantes, con derivas autocráticas, como las de Nicaragua, Venezuela y, dictadura al fin, Cuba, o sesgos autoritarios, como el de Brasil. La desafección mezcla la fatiga democrática, donde la hay, con la convulsión global.
El ciclo de las declamadas políticas progresistas y estatistas dio paso a gobiernos liberales y conservadores. No hubo escalas en medio de una creciente desigualdad con bolsones de pobreza y fisuras entre ejes que van más allá de la izquierda y la derecha. La diversidad contra la homogeneidad o el nacionalismo contra la globalización, así como los intereses privados contra el cambio climático. Una clase media más robusta y, a la vez, más vulnerable destapó la olla a presión que caldeaban en Chile las protestas estudiantiles y las dirigidas contra las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), legado de la era Pinochet.
El aumento del boleto del metro resultó ser la chispa. La gota que desbordó el vaso. El país quedó bajo toque de queda con represión, muertos, heridos, detenidos, saqueos y destrozos. El gobierno de Piñera, como el del ecuatoriano Lenín Moreno, el del francés Emmanuel Macron y el del libanés Saad Hariri, dio marcha atrás. Tarde. El anuncio del golpe al bolsillo destapó otras ollas. Las de salarios bajos, empleos precarios, pensiones indignas, salud desatendida, educación costosa y delito en alza. El descontento se agrava frente a los privilegios de los políticos y las denuncias de corrupción de los carabineros y los militares.
La carestía de vida, con un incremento excesivo de la vivienda y de las tarifas de luz frente al retraso del ingreso, asiste al malestar. Esa guerra contra un enemigo sin rostro, según la lectura precipitada de Piñera, coincidió en tiempo y forma con enardecidos de otras latitudes. ¿Pretenden voltear al gobierno? ¿Liquidar el sistema? Con muchachos al frente, ¿añoran revoluciones fracasadas y dictaduras brutales que no padecieron? O, acaso, ¿son solidarios con sus mayores y se imaginan en las mismas o peores dentro de unos años? Albert Einstein, padre de la teoría de la relatividad, no sabía cómo iba a ser la tercera guerra mundial, pero la cuarta, decía, iba a ser con piedras y lanzas. Tal cual.
(*) Periodista, dirige el portal de actualidad y análisis internacional El Ínterin, es conductor en Radio Continental y en la Televisión Pública Argentina.
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