Mauricio Macri adoptó un discurso agresivo contra la oposición, lenguaje que adoptó toda la dirigencia oficialista, siguiendo las instrucciones de Durán Barba.
PANORAMA POLÍTICO NACIONAL

El Gobierno apuesta a la ideología, a la espera del repunte económico

Juntos por el Cambio abroquela al electorado anti-kirchnerista y el peronismo insiste con su versión más edulcorada.

La Primera Sección Electoral viene siendo en los últimos años la que balancea el mapa político de la Provincia. Por eso los intendentes de esa región del Norte y el Noroeste del Conurbano saben que en sus distritos habrá resultados ajustados, distintos a los que se esperan en la Tercera Sección –de predominio kirchnerista- y en el interior bonaerense, donde pisa fuerte el oficialismo.
En dos municipios de la Primera Sección, uno gobernado por Juntos por el Cambio y otro por el Frente de Todos, la fórmula Fernández-Fernández supera al binomio Macri-Pichetto por entre 4 y 8 puntos, según las encuestas reservadas que manejan los intendentes. Pero la ecuación cambia en la pelea por la Gobernación: en uno de estos distritos, María Eugenia Vidal está arriba de Axel Kicillof; en el otro, la diferencia que tenía a su favor el ex ministro de Economía se achicó en forma ostensible.
Claro que, a la hora de la verdad, dentro del cuarto oscuro, el comportamiento histórico del electorado bonaerense indica que tenderá a imponerse la elección de la boleta unificada de candidatos nacionales y provinciales, por lo cual podría promediarse la performance electoral de Macri con la de Vidal; y la del tándem Alberto-Cristina con la de Kicillof. Hasta el momento, ese esquema beneficia a la oposición, pero el oficialismo viene en remontada.
En el peronismo esperaban que esto sucediera: las encuestas de hace dos o tres meses –antes de la confirmación de las listas- daban claramente arriba a los referentes opositores, en buena medida por la situación económica. Pero con el inicio formal de la campaña hacia las PASO, la alianza Juntos por el Cambio empezó a tomar vigor, a caballo de un discurso endurecido y dirigido esencialmente contra el kirchnerismo.

El valor de la “libertad”
En la tesis de Marcos Peña y Jaime Durán Barba, los electores originales de Cambiemos volverán a votar por Macri y Vidal si el oficialismo logra hacer sonar la música adecuada. “Tenemos que convencerlos que está en juego la libertad”, aleccionó el jefe de Gabinete en la reciente cumbre nacional de Parque Norte, donde también bajó línea el asesor ecuatoriano. Contra la crisis, el Gobierno profundiza el sesgo ideológico que interpela a sus seguidores.
Salvo Macri, que no está cómodo en la arena de la doctrina política, los demás referentes del oficialismo encararon la campaña en esa dirección: Pichetto apuntó contra la “conformación marxista” de Kicillof; Vidal advirtió que si gana el Frente de Todos, en realidad “gobernará La Cámpora” porque “el proyecto es Máximo 2013”; Elisa Carrió dijo que Cristina viaja a Cuba para reunirse con emisarios de Vladimir Putin, el presidente ruso.
La escalada discursiva viene dando resultados para el Gobierno, ya que galvaniza a su electorado y pone a los descontentos con la política económica ante la disyuntiva de no terminar votando a una fuerza política cuyas prácticas repudiaron en el pasado. A tal punto, que el kirchnerismo viene de caer en las elecciones de 2013, 2015 y 2017 en territorio bonaerense. En el medio perdió la Presidencia y también la Gobernación.
Por eso el peronismo pone en cancha este año una estrategia distinta y se presenta remozado: el candidato principal es Alberto, no Cristina; y sumó a Sergio Massa después de años de distanciamiento. La autocrítica que hizo el PJ bonaerense tal vez no sea explícita, pero en la elección de sus principales candidatos la está expresando. La excepción a esta lógica es Kicillof y por eso mismo el Gobierno apunta sus cañones contra el ex ministro. En el fondo, lo que la dialéctica oficial intenta encarnar en Kicillof, como contrafigura, es la defensa del rumbo económico que lleva el país desde que Macri llegó a la Casa Rosada en 2015.

Sindicatos en la mira
En ese marco puede entenderse que el Gobierno haya aprovechado algunos desbordes sindicales, como una pelea a tiros entre dos facciones por el control de un frigorífico del Gran Buenos Aires, para enrostrarle a la sociedad lo que podría descontrolarse si el peronismo regresara al poder. El siempre cuidadoso alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta se salió del libreto para hacerlo notar de una forma que no figura en el manual de modales del PRO.
Otro sindicalista, el bancario Omar Palazzo, fue blanco de las críticas gubernamentales cuando trascendió su intención de agremiar a los empleados de Mercado Libre, la compañía más importante del país, cuyo CEO Marcos Galperín es presentado por el presidente Macri como un ejemplo del empresario que puede contribuir a la modernización de la estructura laboral argentina.
En un hipotético segundo mandato de Macri, la disputa entre el Gobierno y los sindicatos pasará por la reforma laboral, incluida en el paquete del acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea; y prometida por el Presidente a empresarios que reclaman en esquema para poder contratar y despedir personal más flexible que el actual.
Otras dos reformas estructurales ya están en la mesa de discusión: la previsional -sobre la cual conviene seguir de cerca lo que está sucediendo en Brasil, donde el presidente Jair Bolsonaro ya la envió al Congreso-; y la impositiva. La particularidad del caso es que el Gobierno las llevaría adelante con mayor celeridad ante el fracaso del “gradualismo” del primer mandato, aunque también la oposición se vería en la necesidad de avanzar en esa dirección.
La muerte del ex presidente Fernando de la Rúa refrescó a los argentinos lo difícil que puede ser para un gobierno proponer una reforma laboral sin contar el músculo político necesario para sancionarla y llevarla a la práctica. Pero también vino a recordar que Macri será el primer presidente no peronista que termine su mandato desde Marcelo T. de Alvear en 1928, lo cual representa un activo para el jefe de Estado.

El factor económico
Los planes para un eventual próximo mandato no alumbrarán nunca si el Gobierno no logra sortear el próximo desafío electoral. La estrategia de Peña y Durán Barba de cargar la campaña en términos ideológicos -para lo cual la figura de Pichetto le viene como anillo al dedo al oficialismo- lleva como trasfondo la necesidad de ganar tiempo a la espera de un repunte de la economía. “Cuanto mejores sean los resultados electorales, más sencillo será sostener un círculo virtuoso”, sostuvo el ministro Nicolás Dujovne.
El funcionario que lleva la relación con el FMI –clave en el andamiaje económico del Gobierno- blanqueó lo que se entiende como una expresión de deseo: la paz cambiaria se mantendrá si Juntos por el Cambio obtiene un resultado decoroso en las PASO, pero no está garantizada si el peronismo llega a imponerse con holgura. En las cuentas que hace el oficialismo, cuanto más cercanas queden las fórmulas Macri-Pichetto y Fernández-Fernández el 11 de agosto, mejor clima económico habrá de cara a las elecciones generales de octubre. 
Entonces, podría acentuarse la baja de la inflación y lograrse el aumento del nivel de actividad en algunos sectores de la economía. El Gobierno completaría el cuadro fogoneando el consumo con créditos de la ANSES y de la banca oficial.
El peronismo, por su parte, se encuentra ante un dilema de difícil resolución: “Cuando nosotros dejamos de acusarlos de neoliberales, ellos nos acusan de marxistas”, reflexionaron en el bunker de Alberto Fernández. El tono más conciliador que utiliza el candidato opositor se topa así con una diatriba furibunda del oficialismo. Hasta Cristina Kirchner, que no es justamente una moderada, se quejó ayer: “Ellos generan violencia”, dijo en su reaparición, en un acto en Santa Cruz.
La paradoja de la grieta, agudizada al extremo para fomentar la polarización, es que de ambos lados en pugna sienten como una afrenta esa violencia simbólica.