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ENFOQUE

Las lágrimas de Erlina

La conocí en los cursos de poesía que yo dictaba en la Capital Federal hace ya largos años. Era de cabellos rubios, alta, delgada pero dando sensación de fortaleza. Más bien silenciosa, tomaba apuntes con suma atención. Muchos jóvenes y no tan jóvenes, se daban cita en aquella institución de la calle Uruguay.
Una tarde mientras yo aguardaba comenzar con mi tarea, se me acercó una joven y me dijo “profesor, usted es escritor y me gustaría comentarle una historia si me promete que la va a publicar”. Le dije que sí, sin saber si efectivamente podría ser publicada. Se sentó a mi mesa y comenzó su relato.
Allá por mil ochocientos y tantos, la goleta Vernon, de bandera holandesa, pero con tripulación alemana, naufragó frente a las costas de la Patagonia. Muchos murieron en el mar y pocos ganaron tierra. Uno de los que se salvó se llamaba Carl Steffen. Hombre joven y fuerte, se dedicó a tareas del campo y entre ellas, debido a que llegaban barcos de Europa, con mercadería que aquí no se fabricaba, comenzó a vender faroles, muy útiles por cierto en esas latitudes. Después agregó la venta de alpargatas de yute y botas de cuero. Más tarde herramientas agrícolas y así sucesivamente otros rubros hasta ver formar un capital y comprar tierras. Contrajo matrimonio con una mujer irlandesa de cuya unión nacieron tres hijos.
Uno de estos hijos se radicó en Alemania, en donde lo sorprendió la primera guerra mundial 1914-1918. Logró sobrevivir a esta sangrienta conflagración. Se casó terminada la guerra con una mujer alemana, naciendo hijos varones y una niña. Uno de ellos de nombre Heindrich, dotado de patriotismo y deseoso de vengar a su patria, se enroló en la Wehrmacht del III Reich alemán. Durante la segunda guerra se destacó luchando en el frente occidental, alcanzando el grado de capitán. Había contraído matrimonio con Fryda Almucht, teniendo un hijo y una hija. Cuando Alemania estaba completamente diezmada y vencida militarmente, se rindió. Heyndrich tomó entonces una terrible determinación: mató a su esposa y a sus hijos, aunque otro hijo del matrimonio que se encontraba en Reims se salvó de la determinación paterna y terminada la guerra se dirigió a la Argentina. El entonces gobierno del gral. Perón lo acogió como a tantos alemanes que eligieron nuestra tierra para vivir. Perón siempre había admirado al régimen alemán. En 1936 siendo Tte. Cnel. Fue enviado a Alemania para que informara acerca de la enorme transformación que había logrado ese país de haber sido derrotado y ocupado. Parte del informe de Perón tomó estado público a través de una prensa germanófila de gran divulgación en todo el país. 
Este sobreviviente se radicó en la provincia de Córdoba en donde contrajo matrimonio con una joven oriunda de la provincia. Una hija luego se radicó en la Capital Federal y quedó embarazada de un hombre del que mi informante no tenía muchos datos o no quiso dármelos. Nació una niña que ya en la adolescencia mostró una belleza que no desmerecía a sus ancestros.
“¿Qué sabe de esta chica?”, pregunté. La joven se incorporó de su asiento. Observé que unas porfiadas lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
Me miró como a través de una neblina y me dijo que esa joven se llamaba Erlina. Le pregunté de qué origen era ese nombre y me contestó que de la mitología escandinava. Entonces le pregunté por su nombre, dado que yo tenía muchos cursantes y no recordaba los nombres de todos, y me dijo: Erlina, Erlina Steffen.
Pero entonces usted es… Me dejó con la frase trunca en los labios. La joven había ganado la puerta de salida y se mezclaba entre la gente. Salí y le grité que la vería en el curso. 
Sin darse vuelta, levantó una mano y no la vi más.
Bueno esa es la historia. Me volví a mi mesa, repasé los apuntes y me quedé meditando un montón de cosas. Pensé en las conductas humanas y en los disparadores que la modifican tanto para la crueldad como para lo heroico.
No sé si la historia, Erlina podrá leerla en alguna parte. Pero no me olvido de sus lágrimas.

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