El hermano mayor es el que se queda a cargo del hogar cuando nuestros padres no están.
El hermano mayor prueba primero nuestros regalos, pero nos deja jugar con las cajas, para que sepamos el valor de las cosas simples.
El hermano mayor nos muestra el escondite del revólver de nuestro padre y nos enseña su funcionamiento para que, a los cinco años, aprendamos a conocer y respetar las armas de fuego; es el único que nos pone en compota el ojo, dos veces, para que aprendamos a defendernos.
El hermano mayor nos conduce por techos, cornisas y tapiales a conocer el otro lado de la manzana, para que no temblemos, recién embarcados en la fragata Libertad, cuando nos ordenen trepar al carajo; escucha nuestras confidencias para exponerlas después en la mesa familiar, para que comprendamos la gravedad de nuestras acciones.
El hermano mayor, cuando aprende a manejar, nos muestra sus nuevas habilidades llevándonos a fondo en Torino por caminos de tierra con nuestros amigos, para que conozcamos el pánico, y no nos atrevamos a repetir la experiencia.
El hermano mayor, cuando crecemos, nos acompaña física o espiritualmente en nuestras aventuras, para que nos animemos a más; tiene el supremo sentido de la Justicia de nuestro padre, por encima de todo y más allá de todo.
El hermano mayor nos alienta a luchar contra dragones, sabiendo que vamos a perder, pero peleando para ganar, y a veces ganamos, para que otros hermanos mayores enseñen que lo importante es la lucha, que si claudicamos, o nos aliamos al enemigo, aunque creamos haber ganado, hemos perdido.
El hermano mayor espera que le pidamos consejo, verifica que cumplamos lo aconsejado, pero le cuesta aceptar el nuestro; comete errores, para que sepamos que no somos inmortales.
El hermano mayor corrige nuestros escritos hasta hoy. Gracias “Pico”, por ser mi hermano mayor.
Adolfo Athos Aguiar (1956-2019).

OPINIÓN
COMENTARIOS