Los últimos días fueron angustiantes para el presidente Mauricio Macri. Al duelo por la muerte de su padre, Franco le siguieron malas noticias para la Argentina en el plano económico. El dólar volvió a instalarse como un protagonista de la realidad nacional y el Gobierno se mostró aturdido, sin poder hilvanar un mensaje claro a la población. Mientras que la dirigencia oficialista ya no oculta sus dudas sobre el futuro de Cambiemos y la oposición se envalentona.
Macri ya atravesó otros momentos complicados durante su gestión, pero la diferencia con el actual es que se acortan los tiempos: hoy tendrá lugar en Neuquén el primer test electoral importante del año y no se espera una performance destacable de la coalición oficialista. A tal punto, que la Casa Rosada permaneció distante del cierre de campaña en esa provincia, hasta donde viajaron más los radicales que el PRO.
La fuerza que se construyó en torno al liderazgo de Macri reunirá mañana en Parque Norte a su mesa directiva nacional. Allí se verán las caras la gobernadora María Eugenia Vidal, el alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta y el jefe de Gabinete, Marcos Peña, quien estará a cargo del cierre del cónclave partidario; con lo cual, se aguarda que baje una línea política a la que los principales dirigentes del PRO se aferrarán para conjurar la incertidumbre que los invade.
El Presidente necesita del respaldo de sus seguidores y por eso mismo saldrá de esa cumbre una ratificación plena, que se podría resumir así: “Macri es nuestro candidato”, dirán a coro Vidal, Larreta y Peña. Pero lo cierto es que las dudas atraviesan a Cambiemos en modo de pregunta y no de afirmación: ¿Qué debería hacer el Presidente para alejar el fantasma de la derrota electoral, que se agiganta cada vez que el dólar se mueve por factores que no controla el Gobierno?
La crisis del sector externo ya se llevó puestos a dos presidentes del Banco Central, Federico Sturzenegger y Luis Caputo, mientras que el actual titular de la autoridad monetaria, Guido Sandleris, tiene un margen de maniobra acotado al acuerdo que firmó Nicolás Dujovne con el Fondo Monetario Internacional. El ministro de Hacienda viajará a Washington y el jueves próximo se reunirá con Christine Lagarde, la directora del organismo cuyo auxilio financiero es clave.
El plan de Dujovne
De hecho, el Gobierno aguarda como un bálsamo un próximo desembolso de 11.000 millones de dólares, para articular una estrategia que le permita contener la cotización de la divisa norteamericana. En círculos financieros se especula con la posibilidad de que Hacienda licite –utilizando parte de esos fondos- unos 50 millones de dólares diarios, desde ahora hasta fin de año, para descomprimir la presión alcista. Claro que, para eso, necesitará la autorización del FMI.
Dujovne tiene en su agenda de su viaje a Washington otro encuentro determinante, el que mantendrá con el secretario del Tesoro norteamericano, Steven Mnuchin. Ya se sabe que la intervención personal de Donald Trump, el presidente de los Estados Unidos, fue decisiva para que el FMI accediera a rescatar a la Argentina cuando se le cerró el financiamiento internacional. El apoyo político de la Casa Blanca a Macri es realmente un activo con el que cuenta el Presidente.
Por eso sonaron las alarmas en la Cancillería cuando la embajada norteamericana en Buenos Aires filtró algún descontento por el coqueteo del Gobierno argentino con China, que se evidenció en la cumbre del G20 a finales del año pasado.
Si bien Trump inició en esa misma cumbre global un acercamiento a Xi Jinping, el presidente chino, su política comercial sigue siendo muy agresiva y reclama alineamientos estrictos.
El Gobierno también lidia con eso cuando negocia con el FMI. El Fondo Monetario viene dando muestras de su preocupación por el caso argentino. Pero sus requerimientos técnicos pueden no encajar con las necesidades políticas de Macri.
Tanto es así, que el techo de la banda en la que se mueve el dólar se ubica actualmente en los 50 pesos, un valor que de ser alcanzado, pondría en tela de juicio las chances del Presidente de obtener su reelección. Cambiemos necesita, por el contrario, un escenario de relativa estabilidad.
En la dirigencia oficialista ya prácticamente se disiparon las expectativas de que la economía se reactive en los próximos meses. A tal punto, que la campaña de Cambiemos se basaría en dos pilares argumentales: la lucha contra la corrupción, con la que emparenta sobre todo al kirchnerismo; y la idea de que la sociedad debe hacer un “sacrificio” para dejar atrás el populismo y alcanzar una prosperidad genuina. Los dos ejes se conectan en la dialéctica gubernamental.
Corcoveo radical
Los socios radicales de Macri advierten que con eso no alcanza. La cúpula de la UCR viene de reclamar al Gobierno que revise su política tarifaria y que apure beneficios para las pymes, como medidas “excepcionales” para procurar algún bienestar a sectores afectados por la crisis económica. El partido de Alem e Yrigoyen se encamina hacia una Convención nacional que será muy caliente en términos políticos. El Gobierno tiene dos meses para desactivar esa bomba. Los radicales ya blanquearon que quieren discutir con el PRO la integración del binomio presidencial. Esto es, que estarían dispuestos a continuar con su apoyo político a Macri, pero reclamarían la candidatura para el cargo que ahora ocupa Gabriela Michetti. Mientras tanto, siguen dando señales de auto-preservación: el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, anticipó para el 9 de junio las elecciones en la provincia norteña, despegándolas del comicio nacional.
El corcoveo radical también se hace notar en Córdoba, donde el intendente de la ciudad capital, Ramón Mestre (hijo), resiste la avanzada para consagrar a su correligionario Mario Negri como candidato a gobernador. Ese chisporroteo interno podría costarle caro a Cambiemos en territorio mediterráneo, donde se cimentó su victoria nacional en 2015. Pero también hay que decir que la dirigencia cordobesa nunca fue mansa a los designios de Buenos Aires, por tradición histórica.
El peronismo también experimenta esa conducta: Córdoba fue, por orden del gobernador Juan Schiaretti, la única provincia que no envió representantes al Congreso nacional del PJ, que sesionó días atrás en el microestadio porteño de Ferro.
Allí fue ostensible la vocación del kirchnerismo por saltar la tranquera del sectarismo en el que se encerró cuando estuvo en el poder, para volver a convocar a un proyecto de unidad tanto a los gobernadores como a dirigentes como Sergio Massa. “Nuestro adversario no está en el movimiento, sino en Casa de Gobierno”, afirmó en un encendido discurso el presidente del PJ, José Luis Gioja.
La intención real del kirchnerismo es que los convocados “no se sigan escapando y tengan que posicionarse”, admitió uno de los dirigentes que estuvo en el palco de Ferro. La jugada se puso en marcha en momentos en que la oposición inicia una fase expansiva, a caballo de los problemas económicos que sacuden al presidente Macri.
La raíz política de la crisis queda así en evidencia, como la fractura social cada vez más expuesta.
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