Asesinas

Quiero agradecer al ciudadano argentino Jorge Bergoglio, más conocido por su nombre de fantasía, papa Francisco, por emitir insistentemente declaraciones retorcidas y espeluznantes que me hacen la vida más fácil, dándome tema para escribir. No agradezco, en cambio, la ira que esas declaraciones me producen (comparar el aborto con las prácticas del nazismo, decir que las familias que no están formadas por hombre y mujer no son familia, etcétera), pero, como decía mi abuela, todo no se puede. El 10 de octubre, durante su audiencia semanal en la plaza de San Pedro, le habló a una multitud sobre el quinto mandamiento: no matarás. Blanco y sentado, refiriéndose al aborto dijo: “Yo les pregunto: ¿es justo quitar la vida a alguien para resolver un problema? ¿Qué piensan ustedes, es justo?”. La multitud, quizás por no entender que el Papa esperaba una respuesta, quizás porque el tono de arenga no es habitual en los líderes de la religión que él profesa, permaneció muda. Entonces el Papa preguntó, ahora en tono imperativo: “¿Es justo o no?”. La multitud reaccionó rápidamente y bramó a coro: “¡¡¡Nooo!!!”. Él, contento, insistió: “¿Es justo pagar a un sicario para resolver un problema?”. Y la multitud volvió a bramar, otra vez a coro: “¡¡Nooo!!”. Sicario es persona que mata a alguien por encargo de otro, lo cual hace a ese otro tan asesino como el ejecutor. Subido al broadcasting global, sabiendo perfectamente lo que hacía, el Papa llamó a las mujeres que abortaron, abortan y abortarán -y a sus parejas, cuando las hubiere- asesinas, y buscó, para hacerlo, la complicidad de su rebaño. Las que abortaron, abortan y abortarán tuvieron que escuchar la afrenta en silencio y por televisión. Fue un gran momento. Un momento en el que uno se pregunta: ¿no es así como se arenga a una jauría, no es así como se alienta a los que están dispuestos a linchar?