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Ben Johnson.
OPINIÓN

Johnson, culpable

Se cumplieron treinta años del récord de 9s79 de Ben Johnson en los 100 metros de los Juegos Olímpicos de Seúl ’88.

El aniversario pasó casi desapercibido. El lunes 24 de septiembre se cumplieron treinta años del record de 9s79 de Ben Johnson en los 100 metros de los Juegos Olímpicos de Seúl ’88. La marca conmovió al mundo. “Big Ben” llegó a la meta con su brazo derecho al cielo y sobrando el esprint final de “King Carl”, Carl Lewis, su rival célebre y destronado. “Este record -dijo Johnson en la conferencia de prensa- durará cincuenta años, quizás cien. Pero si alguien lo quiebra rápido, no importa, porque lo que nadie podrá quitarme jamás es la medalla de oro”. Era 24 de setiembre de 1988 y Johnson estaba equivocado. Le quitaron también la medalla tres días después. El 27 de setiembre de 1988. Treinta años de lo que suponíamos sería un antes y después.

Los cien metros de Seúl ´88, con el doping de Ben Johnson, marcaron, según se dijo siempre, un antes y un después en la historia del atletismo mundial. ¿Lo hicieron realmente?

A las 2.58 del día 27, el periodista argentino de la Agencia France Presse (AFP), Osvaldo Ciezar, casi el único a esa hora en la sala de prensa de los Juegos, porque estaba planificando un paseo turístico, atiende el teléfono. Es el corresponsal de AFP en Seúl. Cuenta que estuvo esa noche en una reunión social. Y que el director del principal diario de Corea del Sur contó a dos embajadores que la tapa de la edición que saldría a las 7 de la mañana informaría del doping de uno de los finalistas de los cien metros. No tenían el nombre, pero sí la sustancia (estanolozol). Y la fuente, inobjetable, era el laboratorio antidoping de los Juegos. Ciezar llamó de inmediato a Michel Henault, encargado de la cobertura olímpica de AFP. Coincidieron que el dopado no podía ser otro que Johnson. A las 3.31, treinta y tres minutos después de la primera llamada, AFP lanzó el flash que Ciezar escribió en su máquina Olivetti, en tiempos sin computadoras y sin internet: “Ben Johnson descalificado por doping”. Quince horas después, el príncipe belga Alexandre de Merode, jefe antidoping del Comité Olímpico Internacional (COI) confirmaba todo ante 2.500 periodistas. Y ante el mundo en TV. Ningún otro doping igualaría tamaño escándalo hasta 1994: Diego Maradona en el Mundial de Estados Unidos.
En Canadá, apenas después de la carrera, el primer ministro Brian Mulroney había hablado de “noche maravillosa” para el país y el diario Toronto Star había titulado “Ben Johnson un tesoro nacional”. Tras el doping, Johnson pasó a ser “jamaicano-canadiense”. “Muchas gracias, tú bastardo”, escribió el Ottawa’s Citizen. Peor aún, con el tiempo, los cien metros de Seul ’88, que habían sido señalados como “la mejor carrera de la historia”, porque cinco atletas corrieron por debajo de los diez segundos, pasaron a ser “la carrera más sucia de la historia”: no era solo Johnson, sino que seis de los ocho finalistas de esa prueba corrieron sospechados de doping, con positivos antes o después de esa prueba. ¿O acaso “King Carl” Lewis, que en su autobiografía escribió que sabía que Johnson estaba dopado porque vio sus ojos amarillos en la línea de largada, no había también él registrado tres positivos en controles internos previos realizados por el Comité Olímpico de Estados Unidos (USOC)? ¿Acaso no dio positivo luego el tercer integrante de aquel podio, el británico Linford Christie? ¿Y no tuvieron luego sanciones por doping Dennis Mitchell, Desai Williams y Ray Stewart?


Lewis argumentó que él no fue sancionado en su momento porque más de un centenar de atletas estadounidenses también habían dado positivo en controles internos antes de ir a Seúl. Como era Estados Unidos y no la ex URSS o la Rusia actual a nadie se le ocurrió denunciar entonces “doping de Estado”. Más ridícula fue la explicación de Mitchell, quien afirmó que su doping de testosterona de 1998 se debió a que era su cumpleaños y tuvo sexo cuatro veces con su mujer. Johnson, que había superado con éxito 16 controles seguidos entre 1986 y 1988, dijo alguna vez que no fue tan tonto como para doparse bajo riesgo de ser agarrado en pleno Juego Olímpico. Y que siempre sospechó que su muestra fue saboteada por Andre Jackson, un gran amigo de Lewis que, efectivamente, estaba dentro de la sala antidoping cuando se realizó el control, sin ningún tipo de autorización para estar allí.
El sitio web de Johnson (ben979.com) se actualizó por última vez hace cinco años y su empresa Ben.979 Enterprises ya no existe. Los cien metros de Seúl ’88, con el doping de Johnson, marcaron, según se dijo siempre, un antes y un después en la historia del atletismo mundial. ¿Lo hicieron realmente? ¿No fue acaso hace solo dos años que cuatro altos dirigentes de la Federación Internacional de Atletismo fueron expulsados por cobrar dinero a cambio de encubrir casos de doping? ¿No fue la propia titular de la Comisión Antidoping de Jamaica la que denunció también dos años atrás gruesas fallas en los controles internos del país del gran Usaín Bolt? ¿Y cuál será la razón, si no es política, para que la Federación de Atletismo que ahora preside Sebastian Coe insista en mantener suspendida a Rusia y piense diferente respecto de Kenia, no obstante la gran cantidad de positivos de sus fondistas en los últimos años? “Doping masivo en Kenia -concede la Federación- pero no institucionalizado”. ¿No nos habían dicho que Seúl ’88 era un antes y un después?

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