La parábola del brasileño Marín
Viejo dominador de la Conmebol (en poder repartido con Argentina), Brasil tiene acaso en la figura de José María Marín, el símbolo de la crisis que hoy le ha hecho perder peso en el fútbol sudamericano. Lo dicen muchos en Brasil, donde sugieren que Argentina sí recuperó el poder que había perdido tras la muerte de Julio Grondona. Y que allí están, sino, el Independiente de Hugo Moyano, suegro de Chiqui Tapia, y el River de Rodolfo D’Onofrio, amigo de la casa. Brasil, en cambio, asistió en los últimos días al caso Marín. El presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) de 2012 a 2015 que fue sentenciado a cuatro años de prisión en Estados Unidos. Lo condenó la jueza Pamela Chen en el marco del escándalo FIFAGate, cuya próxima sentencia será también en los próximo días y tocará al paraguayo Juan Ángel Napout, ex presidente de la Conmebol.
Hay algo paradójico en el caso Marín. Exjugador profesional por un breve período, y también fugaz gobernador de San Pablo (de 1982 a 1983), Marín siempre fue un recuerdo pésimo para buena parte de la sociedad brasileña. Era diputado de Arena, un partido creado por los militares que tenían el poder, cuando el 23 de octubre de 1975 denunció en el Congreso que había infiltración comunista en el estatal Canal 2, de TV Cultura. Textual, dijo Marín: “Más que nunca hay que actuar, para que reine otra vez la tranquilidad en los hogares de San Pablo”. Dieciséis días después de su discurso, Vladimir Herzog, editor de TV Cultura, fue asesinado.
Una jueza de Brooklyn condenó ahora a Marín por recibir coimas millonarias a cambio de ceder derechos de TV. Podría haber sido sentenciado por hasta 24 años. Por su edad le dieron cuatro.
Experiodista de la BBC en Londres, filósofo y docente, Herzog, de 38 años y dos hijos, ofreció él mismo ir por su propia cuenta a la seccional 36, en el barrio de Paradiso, cuando la policía lo fue a buscar en pleno cierre de su programa. La policía lo vistió de prisionero y lo metió en una sala donde había otros dos presos encapuchados. Uno de ellos, Rodolfo Konder, terminó siendo testigo clave. Escuchó descargas de tortura eléctrica y gritos desgarradores durante una hora y media. Contó que, como Herzog temblaba, él mismo lo “ayudó” a escribir una “confesión” de su militancia comunista. Que la tortura siguió y Herzog no resistió. Los torturadores quisieron simular suicidio. Le pusieron los pantalones alrededor del cuello, tomaron fotos y dijeron que se había ahorcado.
¿Qué hizo entonces Marín? Defendió al torturador. “No entendemos cómo un policía de este calibre -decía Marín dos días después en el Congreso-, un hombre que dedicó toda su vida a luchar contra el crimen, arriesgando su propia vida y la de su familia, no recibe la admiración que merece. El pueblo de nuestra ciudad debería sentirse orgulloso de él”. Se refería a Sergio Fleury, jefe policial en San Pablo y célebre torturador de la dictadura. Marín recobró notoriedad pública cuando asumió en la CBF tras la caída por corrupción de Ricardo Teixeira. Era otro Brasil. Democrático. La presidenta Dilma Rousseff (también ella torturada por la dictadura) creó una Comisión de la Verdad. Ivo, hizo de Herzog, inició una dura campaña para obligar a Marín a renunciar. No podía creer que ese hombre estuviera a cargo de organizar el Mundial que Brasil celebraba en 2014. Juntó miles de firmas de apoyo en la web. Reclamó a Rousseff y a la FIFA. “Tiene las manos manchadas de sangre”, “soplón de la dictadura”, lo acusaron manifestantes frente a su propia casa. Marín sobrevivió. Hasta que, un año después del Mundial, llegó el FBI a la casa de la FIFA.
Los propios documentos desclasificados en Estados Unidos confirman que las dictaduras que sufrió América del Sur en los años ’70, Brasil incluido, recibieron ayuda y aliento de Washington. Por eso es paradójico que, casi medio siglo después, su caída haya sido provocada también desde Estados Unidos, superpolicía global, con leyes y medios que le permiten investigar en cualquier lugar del mundo, especialmente cuando se siente damnificado, como le sucedió cuando la FIFA le dio a Qatar el Mundial 2022. Una jueza de Brooklyn condenó ahora a Marín por recibir coimas millonarias a cambio de ceder derechos de TV. Podría haber sido sentenciado por hasta 24 años. Por su edad le dieron cuatro.
Marco Polo del Nero, sucesor de Marín en la CBF, vive refugiado en Brasil para no ser también él detenido por el FBI. Ya debió dejar el cargo. Su reemplazante en el último Mundial, Antonio Carlos Nunes de Lima, un ex oficial del Ejército, llegó a Rusia con sus 80 años de edad. Toda la Conmebol, en sintonía con los nuevos tiempos, había acordado que daría su voto como sede del Mundial 2026 a Estados Unidos-México-Canadá. Coronel Nunes, como se lo conoce, traicionó el acuerdo y votó por Marruecos. Dijo que se equivocó. Cuentan en Brasil que Del Nero, protegido por una jurisprudencia que impide su extradición, sigue manejando en las sombras el fútbol de su país y fue clave para que Rogerio Caboclo sea nuevo titular de la CBF. Son sombras que no llegan a una Conmebol enojada con Brasil. Las inclusiones indebidas no son solo de los jugadores. Hay muchos dirigentes que podrían anotarse en esa lista.