“En mi distrito, Cristina mide 43 puntos”, suelta como quien no quiere la cosa un intendente del PJ bonaerense, con la vista clavada en el plato de salmón al roquefort que pidió para almorzar en un restaurante de Puerto Madero. Hace un silencio, para medir el impacto de sus palabras entre los demás comensales, que no le rebaten los números. Y entonces arremete con un análisis desolador sobre la realidad económica y social del Conurbano. “Algo va a pasar”, vaticina en tono profético.
Las palabras del jefe comunal no deben interpretarse como las de un integrante más del “Club del helicóptero”, la imagen sarcástica que utiliza el oficialismo para catalogar a todos aquellos que, de algún modo u otro, verían con buenos ojos que Mauricio Macri no completara el mandato de cuatro años, tal como sucedió con todos los presidentes no peronistas desde 1928. Pero en el PJ y sectores afines, desliza el intendente entre bocado y bocado, se impone la “teoría del desgaste”.
¿En qué se basa esa teoría? En la presunción de que el rumbo económico que sigue el Gobierno nacional no puede sino más que seguir afectado la imagen presidencial y por consecuencia, minar las posibilidades de reelección en 2019.
El “efecto scioli”
Con menor énfasis, ese diagnóstico se proyecta hacia María Eugenia Vidal, aunque en su caso admiten en el peronismo que se beneficia del “efecto Scioli”, una ironía con la cual describen a los gobernadores enfundados un traje de amianto.
El intendente, que ya va por el café, advierte que el PJ no es la izquierda y que, por ende, no propicia una revolución –léase interrupción del orden constitucional- sino que debe apuntar a reciclarse para encarnar el descontento que, según afirma, brota espontáneamente en los barrios del Conurbano. “Tenemos el mismo discurso que el año pasado, contra el tarifazo y los aumentos de precios. La diferencia es que antes no nos daban ni la hora y ahora nos escuchan”, comenta.
En ese punto empiezan los problemas de la oposición, aunque el intendente no lo admite mientras se despide sin responder en forma convincente a un interrogante clave: ¿Cómo se articulará el peronismo en el principal distrito del país para recuperar el poder que perdió en 2015, justamente como consecuencia de su derrota en la Provincia? Ahí emerge la figura de Cristina Kirchner como un factor aglutinante en el Conurbano, pero de fuerte disgregación para el PJ del interior del país.
La grieta opositora
Los gobernadores justicialistas no quieren saber nada con que la ex presidenta vuelva a ser la jefa del peronismo. Salvo alguna aislada excepción, como la del formoseño Gildo Insfrán –que el jueves presidió junto a José Luis Gioja la primera reunión de la mesa de acción política del PJ en la sede partidaria porteña, ya que la nacional sigue intervenida por Luis Barrionuevo-, la gran mayoría de los mandatarios peronistas diagraman un armado electoral que no incluye a la actual senadora.
Y no se esfuerzan por ocultar esa antipatía, forjada al calor del maltrato político al que fueron sometidos especialmente durante el último gobierno kirchnerista (2011-2015). Tanto es así, que el pampeano Carlos Verna –cuya intervención fue clave para la sanción de la legalización del aborto en la Cámara de Diputados- recibió días atrás en Santa Rosa a Sergio Massa, al mismo tiempo que el tucumano Juan Manzur era el anfitrión de un encuentro de legisladores del Peronismo Federal.
Ese grupo es el que conduce Miguel Pichetto en el Senado y que ahora está en vías de integración con el massismo en la Cámara baja. A tal punto, que en la fotografía junto a Manzur apareció Graciela Camaño, jefa del bloque del Frente Renovador. A este entramado se agregan los salteños bajo la conducción del gobernador Juan Urtubey. Y también los cordobeses que hace años cuentan con una dupla de poder en el mandatario Juan Schiaretti y su antecesor José Manuel de la Sota.
Amalgamar fuerzas e historias distintas, aunque todas provengan del tronco del peronismo, no es nada fácil para la oposición. Las procedencias también inciden: el PJ de Córdoba plantó bandera con su reclamo para que la capital federal y la provincia de Buenos Aires se hagan cargo de las empresas Edesur, Edenor y Aysa, como una forma de achicar el déficit de las cuentas nacionales, cuyo ajuste exige el acuerdo con el FMI. Pero el peronismo de la Provincia rechaza ese planteo.
Tanto, que un grupo de intendentes del Conurbano –uno de quienes expresa su pensamiento en esta columna- se fotografió con el secretario general del gremio Obras Sanitarias, José Luis Lingeri, en señal de apoyo a la continuidad de Aysa en la órbita nacional, una postura compartida con la administración de Vidal. Así quedó en evidencia que el peronismo tiene su propia grieta, que separa al PJ bonaerense del interior del país. Y que su dilema político reside en esta Provincia.
La interna oficialista
La coalición gobernante Cambiemos no aprovecha esos desencuentros peronistas porque está sumida en sus propios inconvenientes. A los problemas económicos que saltan a la vista, se endosan internas que son el resultado de distintas miradas para salir de la crisis. El presidente Macri pivotea entre esos grupos en pugna y oscila entre una receta política –que impulsa un acuerdo de gobernabilidad con el PJ- y una opción dura sostenida en el “purismo amarillo”.
En la semana que pasó, pareció más cercano a la fibra original del PRO, una fuerza que se concibió a sí misma como una alternativa para enfrentar a la “vieja política”. En esa línea insisten Marcos Peña y el asesor Jaime Durán Barba, aunque el jefe de Gabinete retrocedió un par de casilleros en el entorno presidencial. En cambio, ganaron influencia Vidal, el alcalde porteño Rodríguez Larreta y el ministro del Interior, Rogelio Frigerio. También Emilio Monzó, el presidente de la Cámara baja.
Pero a estos funcionarios, que son más dialoguistas con el PJ, les juega en contra cada declaración crítica que hacen referentes de esa fuerza y del massismo, que provocan fastidio en el Presidente. Elisa Carrió, la jefa de la Coalición Cívica, agrega inestabilidad a la interna de Cambiemos. En los últimos días, pasó de recomendar a la clase media que entregue propinas, a jugar con la idea de que maneja a la UCR desde afuera. Dos pifiadas, una de orden económico y otra política.
Carrió lanzó además una advertencia a los empresarios más poderosos del país, nucleados en el G6, para que no le saquen el cuerpo al Gobierno. Es que en el oficialismo están preocupados por la disconformidad creciente de sectores que apuntalaron a Cambiemos desde antes del 2015, como la jerarquía de la Iglesia católica –ahora enojada por el debate del aborto- y la “familia militar”, que manifiesta descontento por el retraso salarial, lo que llevó a suspender el tradicional desfile por el 9 de Julio.
El debilitamiento de la alianza que Cambiemos estableció con distintos sectores de la sociedad llega en un momento inoportuno, ya que acaba de comenzar el segundo semestre con pronóstico económico reservado y el Gobierno se ve además obligado a ejecutar un recorte que rondará los 200.000 millones de pesos en el Presupuesto 2019.
Por eso, los ciudadanos que apoyaron a Macri para que sacara a Cristina Kirchner del poder, se preguntan ahora si no la está trayendo de regreso. Pero lo cierto es que según las encuestas la política de mayor opinión favorable es María Eugenia Vidal. La sigue Macri, a pesar del desgaste de los últimos tres meses y recién a unos diez puntos del Presidente, aparece Cristina Kirchner, que no logra proyectarse fuera del Gran Buenos Aires.
Los gobernadores peronistas no tienen una figura que los aglutine y que tenga peso en los distritos de la Provincia de Buenos Aires y la ciudad de Buenos Aires, donde vota casi el 50 por ciento del padrón electoral.
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