En un contexto actual donde toda la sociedad vive atravesada por la cuestión mediática y dicho proceso implica una reconstrucción de la realidad (en el mejor de los casos), el gobierno y la oposición quedan expuestos en su necesidad y obligación de comunicar.
Vivimos una increíble transformación de nuestras prácticas sociales y culturales. La mediatización produce distintas consecuencias. La creciente influencia de la cuestión audiovisual así como la relevancia de la imagen como vehículo de comunicación nos ofrece un espectáculo digno de análisis.
Las redes sociales se convierten en el sitio por excelencia de reproducción de acontecimientos de la maquinaria política. En la práctica, el “hecho” en sí mismo se ve condicionado por la necesidad de reproducirlo para la gente. Un caso muy claro es el manual de timbreo por el cual los responsables de comunicación del gobierno actual le indican a sus militantes las formas de producir los contenidos. Planos, enfoques, cercanía, gestos y miradas conforman un instructivo para que el hecho (real o ficticio) tenga su rebote mediático efectivo en la reproducción masiva.
En cada práctica discursiva política, la mediatización implica la incorporación de registros significativos. Esto es, lisa y llanamente dedicar esfuerzos extras para que lo que se exhibe funcione como mensaje para la sociedad. Claramente estos esfuerzos no están relacionados solamente con el oficialismo sino que el cuerpo opositor, en sus diferentes formas, también acondiciona el “hecho” de modo utilitario. Situaciones personales, asistencia a actos públicos, cercanía con la gente y otras yerbas componen este registro de sentido.
Cada vez son más los soportes tecnológicos que se ponen a disposición generando una nueva discursividad. Una situación que traza una frontera entre “lo real” y “lo representado” como efecto necesario para la reproducción. La mediatización de “lo político” obliga a deformar el hecho para que se adapte a lo mediático.
Somos espectadores de un show politico y esto no significa que todos los mensajes sean falsos sino que deben adaptarse para reconstruir la tan necesaria credibilidad. Se trata de una nueva forma de hacer propaganda, no es el fin de “lo politico” sino de una nueva etapa donde la circulación a escala masiva demanda formas que antes sólo operaban en el programa de Bernardo Neustadt o en el esfuerzo cuerpo a cuerpo. Con respeto, solo es comunicación. Los dejo, suena el timbre y puede ser Mauricio.
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MARKETING APLICADO
Timbreo y otras yerbas
La política como espectáculo.
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