En la última saga de Avengers, Thanos, un gigante capaz de derribar al mismísimo Increíble Hulk, acumula poder persiguiendo una colección de gemas con poderes fantásticos, que se esconden en los distintos planetas del universo.
Cuando el villano de Marvel eventualmente consigue las seis piedras del infinito, tiene tanto poder que puede terminar con la mitad de la humanidad con un solo chasquido de sus dedos. Entonces las personas empiezan a desintegrarse a la vista de todos, hasta que en pocos instantes no quedan pistas de su existencia.
Una cosa parecida acaba de pasar esta semana con las siete plagas que, cual profecía de Nostradamus, amenazaban caer sobre el sistema financiero. No hubo corralito, no hubo cepo, ni tampoco explotó la bomba de las Lebac, cuya cuenta regresiva generó tanto pánico como codicia.
La principal razón por la cual el sistema no explotó es que esta vez, a diferencia de buena parte de la historia de los últimos 70 años, hay un tipo de cambio flexible que opera en la práctica como una válvula de escape que permite que la economía se acomode a las nuevas condiciones internacionales.
Lo cierto es que Argentina venía gastando muchos más dólares de los que generaba; la cuenta corriente del balance de pagos mostró en el 2017 un déficit de 4,8% del PBI y todo parecía indicar que ese número sería incluso mayor en 2018.
No solo hubo 5.500 millones de dólares más de importaciones que de exportaciones, sino que la cuenta de servicios, sobre todo por el déficit turístico, sumaba otros 10.000 millones de rojo y, aunque el país recibió flujos de inversión de cartera por cerca de 9.000 millones, la formación de activos externos, más popularmente conocida como compra de dólares para atesoramiento, ascendió a 22.000 millones de verdes, muy cerca del récord del 2008.
En castellano, la venta masiva de bonos y acciones que vimos en el último mes, señalaban que el financiamiento que había permitido semejante déficit se cortaba y que el país ya no podría gastar tantos dólares más de los que generaba; es preciso entonces producir más divisas y consumir menos. La corrección puede producirse a garrotazos, con cepos, controles a las importaciones y exportaciones a punta de pistola, o con un precio que corrija los comportamientos en líneas con las nuevas condiciones.
No está claro todavía si un dólar de 25 alcanza (o sobra) para frenar parte de las importaciones, fomentar las ventas externas, desalentar la compra de dólares para atesoramiento e incentivar el ingreso de inversiones del exterior, pero queda claro que todo eso tiene más chances de ocurrir ahora, que con el billete valiendo $17,50 como en diciembre pasado.
Las exigencias del fondo
También es evidente que los clásicos planes de ajuste que normalmente solicitaba el Fondo a países que tenían tipo de cambio fijo no son necesarios ahora. Esto no quiere decir que el FMI nos regale el dinero y que no nos pida que aceleremos el gradualismo, pero históricamente el paquete de medidas tenía que lograr que el ajuste hiciera lo que el precio del dólar no podía hacer.
La Gobernadora usó una analogía, con la que acuerdo parcialmente, para graficar los problemas del gradualismo; dijo que era como viajar a Mar del Plata: “tan rápido como sea posible para llegar, pero tan lento como sea necesario para no chocar”.
Coincido en que cerrar el déficit fiscal es como viajar a La Feliz, pero hacerlo de forma gradual es como sacar un pasaje en el lechero. El rumbo es el correcto, pero el colectivo se aleja del camino principal en numerosas oportunidades, para que todos puedan subir, exasperando los ánimos de los que ya están sentados.
A las cuatro horas de viaje recién estamos en Dolores y cuando llegamos a Las Armas, el ómnibus se rompe y hay que bajar a esperar un par de horas que llegue el auxilio.
Todavía no sabemos cuáles serán los ajustes fiscales que ofrecerá el gobierno, pero está claro que el colectivo no podrá seguir entrando en todos los pueblos.
El Presidente dio una pista esta semana, cuando dijo que se tenían que terminar los regímenes jubilatorios de privilegio y es probable que con la sorpresa del buen resultado de la primera licitación de obras por el sistema PPP, el gobierno acelere la transición de la inversión pública en infraestructura, al mecanismo de participación pública-privada.
¿Se desactivó la bomba?
La otra gran pregunta es si no volverá a ocurrir lo mismo en el vencimiento del mes próximo. Es importante entender aquí, que casi la mitad de las LEBACS fueron emitidas por el Banco Central para comprar los dólares de sus reservas, con lo cual no solo esas letras están respaldadas con activos duros, sino que con cada devaluación aumenta la cobertura, porque sube el valor de las reservas y se licúan los pasivos nominados en moneda local.
Que el resto de las LEBACS terminen siendo un problema o no, depende de la evolución de la demanda de dinero y la tasa de interés.
Si la economía crece y la inflación baja, aumentará la demanda genuina de liquidez por parte del público y por lo tanto ya no será necesario que el Banco Central renueve completamente cada vencimiento de letras.
El crecimiento y la estabilidad achican la bola de nieve. La estanflación, por el contrario, agranda el problema.
En general, los factores fundamentales quedaron mejor después del ajuste del dólar. Las expectativas de insostenibilidad cambiaria cedieron y ya no tiene tanto sentido apostar a una nueva corrida.
Los factores psicológicos también perdieron fuerza, por la misma razón que los habitantes de la aldea ya no acuden a los llamados del pastorcito mentiroso.
En julio de 1999 muchos esperaron “el gran rey del terror que (supuestamente) vendría del cielo”, pero, aunque todos los años se repiten las profecías, ya nadie ajusta su comportamiento en base a las cuartetas de Michel de Notre Dame, más conocido como Nostradamus.
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