OPINIÓN

La recuperación no alcanza para superar los desequilibrios fiscales y jaquea al gradualismo

El gradualismo macrista se acentuó y dejó más evidente que el primer y mayor desafío sigue siendo el enorme gasto público y el desequilibrio fiscal.

El horizonte económico de la Argentina no está claro. En el 2017, el gobierno de Mauricio Macri logró retomar el crecimiento, reducir la inflación, sostener el programa de actualización de las tarifas y obtener un sólido resultado electoral. Pero la reforma tributaria, la previsional, el acuerdo con las provincias, la reducción de subsidios, parte de los ajustes de tarifas y otras bajas del gasto se pospusieron para después de las elecciones de octubre pasado.
Con lo cual, el calendario de reformas y muchas otras medidas económicas se pasaron para este año.
El gradualismo macrista se acentuó y dejó más evidente que el primer y mayor desafío sigue siendo el enorme gasto público y el desequilibrio fiscal.
Los anuncios de diciembre último, con un giro de la política monetaria y el resultado fiscal que informó el ministro Nicolás Dujovne, con un sobrecumplimiento de la meta, aparecen como medidas de corrección adecuadas, a pesar de lo cual los interrogantes siguen presentes.
En 2018, la baja del déficit primario debe ser de un punto del PBI en un año que no habrá ingresos por blanqueo, y está previsto aumentar las transferencias a las provincias, en particular de Buenos Aires e iniciar el plan de reducción de la presión tributaria.
No es ninguna novedad que existe una gran dificultad para cerrar los números fiscales.
Los desequilibrios macroeconómicos de la Argentina son muy significativos. Los dos principales heredados del kirchnerismo son el enorme rojo previsional y los subsidios al transporte y la energía.

El rojo externo, en definitiva, es el termómetro de la escasa competitividad de la Argentina.

El Gobierno inició el desmantelamiento de los subsidios a la energía, arreglando buena parte del problema.
Pero agravó el del sistema jubilatorio con la ley de Reparación Histórica de 2016, que ahora intenta revertir con la Reforma Previsional y otros cambios.
En el medio, la política de endeudamiento que sostiene el gradualismo, comenzó a generar otra dificultad.
El taxímetro de los intereses de la deuda está subiendo a razón de unos 100.000 millones de pesos al año. De manera que, en términos macro los intereses empezarían este año a representar otro de los grandes problemas fiscales.
Las críticas al gradualismo son viejas, aunque ahora se han renovado.
Carlos Melconian, con militancia en el oficialismo, declaró en estas semanas que “no se puede continuar con esté déficit fiscal” y que el “gradualismo es inacción, una fantasía”. Fausto Spotorno, otro economista, sostuvo que “hoy tenemos un gradualismo ‘más gradual’ del que teníamos antes”.
Este año la mayoría de los consultores esperan un crecimiento del 3%, que si bien no sería una expansión fuerte, ocurriría luego de casi una década de estancamiento.
Es una buena noticia. Pero esta recuperación no alcanza para despejar el horizonte fiscal y la estrategia gradual, que se sostiene en una esperanza de crecimiento del nivel de actividad por los próximos 5 años.
El presidente Mauricio Macri estaría avanzando con más énfasis en la contención del gasto y quizás con otras decisiones.
La baja del personal estatal en esas prioridades y también el gasto en salarios.
Otro déficit que coloca en problemas a la Argentina es el externo. El desequilibrio de la cuenta corriente estuvo cerca de los 5 puntos del PBI en el 2017, y seguramente no cambiará de tendencia este año.
Las exportaciones del complejo agroindustrial no alcanzan para compensar el resultado negativo de la industria, los gastos en turismo y el pago de los intereses de la deuda.
La mejor situación de Brasil puede ayudar a que no empeoren los números, pero no a revertirlos. El resultado actual no se le puede atribuir al gobierno del Macri, aunque hubo un error de diagnóstico: no ocurrió la avalancha de inversiones externas anunciadas.
El mundo miró con optimismo a la Argentina en el 2016, pero esperando las reformas que la hicieran sustentable en el largo plazo.
El FMI, al que se le presta algo más de atención ahora, recomendó al Gobierno que acelere las reformas y la baja en el gasto.
El rojo externo, en definitiva, es el termómetro de la escasa competitividad de la Argentina.
Las exportaciones no aumentan desde hace seis años y con pocas excepciones, la industria tiene enormes dificultades para ganar mercados en el exterior.
El dólar caro forma parte del mismo combo de dificultades.
No es la primera vez en la historia que la Argentina llega a un desequilibrio externo de esta magnitud. En el pasado, las crisis resolvieron el rojo con violentos cambios en la distribución del ingreso. En el futuro, es posible que haya una recomposición progresiva.
Aunque habría que señalar al menos dos aspectos. Que este déficit externo hace más vulnerable al país a los vaivenes del mundo, y que en el mediano plazo, una salida no traumática significará un tipo de cambio más alto, un menor nivel de actividad o una combinación de las dos.