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Mauricio Macri sabe que la desaparición del submarino ARA San Juan provoca un impacto social de proporciones que puede afectar su imagen.
PANORAMA POLÍTICO DE LA SEMANA

Otra semana en el país de los imponderables

Por primera vez en los casi dos años que lleva en la Casa Rosada, Mauricio Macri había empezado a cosechar lo que con tanta dificultad sembró al comienzo de su gestión. Cambiemos venía de ganar las elecciones legislativas y el Presidente aprovechó el envión para instalar una agenda de reformas que, ahora sí, fijarían un rumbo claro para su administración de cara a 2019.
Resuelta la disputa política porque el veredicto de la ciudadanía fortaleció al oficialismo y disgregó a la oposición, Macri se concentró entonces en la faz económica, en un país cuyo nivel de actividad se encuentra estancado desde 2011 y que tiene, por consecuencia, un 30 por ciento de su población bajo la línea de pobreza. La llave para las reformas fue el pacto con los gobernadores, que reconocen en voz baja que la emisión monetaria no soluciona los problemas, después de la emergencia económica.
Esta semana se registrarán consecuencias directas de ese acuerdo: los senadores debatirán los cambios propuestos en materia previsional y fiscal, tendientes a controlar el gasto público tanto a nivel nacional como en las provincias y a reducir impuestos que desalientan la creación de empleo privado. Hay y habrá debate acalorado, pero todo gira en torno a los planes oficiales.
De hecho, las mayorías parlamentarias no discuten proyectos alternativos y la oposición más cerrada se limita a un intento de bloqueo sobre iniciativas contra las cuales aglutina masa crítica, como es el caso de la reforma laboral. La marcha convocada para el miércoles frente al Congreso por gremios como Camioneros, Bancarios y las CTA podría ser una demostración contundente.

El control de la agenda
Más allá de esas controversias, lógicas por cierto, el Gobierno tenía el control de la agenda y así pensaba llegar hasta fin de año. Sin embargo, cualquier planificación puede verse alterada ante hechos inesperados como los que, de tanto en tanto, conmueven a la Argentina. La desaparición del submarino ARA San Juan provoca, en ese sentido, un impacto social de proporciones.
Se trata, en efecto, de ese tipo de hechos que ponen a prueba el liderazgo de un mandatario. El propio Macri lo comprendió así cuando se presentó el fin de semana pasado en la base naval de Mar del Plata, donde comenzaban a concentrarse los familiares de los 44 tripulantes. Y luego cuando se dirigió, en dos oportunidades, al edificio Libertad de Retiro, sede de la Armada.
Allí el Presidente se mostró involucrado con la operación de búsqueda del submarino y, en la segunda visita, dejó algunas definiciones que van moldeando su forma de ejercer el poder. Por caso, cuando pidió “no aventurarse a encontrar culpables” y aguardar los resultados de una “investigación seria”. Lo cierto es que desde 1983 las fuerzas armadas están presupuestariamente castigadas y era previsible que las penurias económicas pasaran una factura aun cuando las razones directas del siniestro puedan tener causales de orden técnico.
Ese mismo viernes se comunicaron los resultados oficiales de la autopsia realizada sobre el cuerpo del artesano, que determinó que murió ahogado y por hipotermia en el río Chubut. El Gobierno fue acusado –en medio de la campaña electoral- de haber “desaparecido” a Maldonado por medio de la Gendarmería. El propio Presidente y sus funcionarios padecieron aquel embate.

Gendarmes y marinos
Macri mantuvo en su cargo a la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, pese las acusaciones que  apuntaban en su contra y sólo el transcurso del tiempo la dio la razón. En tanto que su respaldo a la cúpula de la Armada registra la misma lógica política, no obstante lo cual el Ministerio de Defensa ya dejó trascender que a fin de año el almirante Marcelo Srur, jefe de la fuerza, será pasado a retiro junto a otros mandos militares.
En rigor, el Gobierno tenía previsto –antes del incidente del submarino- un recambio de los jefes de las Fuerzas Armadas, tanto en la Marina como en el Ejército y la Fuerza Aérea. El plan sería orientar el rol militar hacia los nuevos “desafíos y amenazas” que tiene el país, según la definición que dio Marcos Peña, el jefe de Gabinete. Esto es, al combate del narcotráfico y el terrorismo.
No se trata, por ende, de un mero relevo de generales, almirantes y brigadieres en la cúpula de las FF.AA, sino de encontrar a los jefes dispuestos a llevar adelante ese cambio de objetivo. En círculos castrenses hay cierto rechazo a ese realineamiento, con el argumento de que fracasó en otros países. Pero en lo que todos coinciden es en que la actual situación de las fuerzas es muy precaria.
A tal punto, que más del 80 por ciento del presupuesto destinado a la defensa se consume en el pago de salarios y solamente el 4,5% fue utilizado este año al mantenimiento de naves como el ARA San Juan. En medio del ajuste fiscal que proyecta el Ministerio de Hacienda, esos números podrían ser más preocupantes aún en 2018. Y ni hablar de la compra de nuevo equipamiento. Las fuerzas armadas son demasiado caras para tenerlas sólo como un símbolo y deberían tener los elementos para cumplir con su función.

Los aviones de la discordia
Una rencilla entre la Fuerza Aérea y la Armada luego de que el Gobierno adquiriera seis aviones de entrenamiento en los Estados Unidos ejemplifica esta situación: los marinos querían al menos dos aparatos para la aviación naval, a sabiendas de que tendrían nulas chances de conseguir otros. La cartera de Defensa zanjó la discusión de modo tal que la Marina se quedó con las manos vacías.
De todos modos, la situación de la Fuerza Aérea no es holgada ni mucho menos. El mes próximo deberá brindar protección desde el aire a la reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que sesionará en Buenos Aires. Y el año próximo tendrá que hacer lo propio con la cumbre del G20, a la que asistirán los presidentes y autoridades de los principales países del mundo.
Por cierto que la seguridad de un evento a semejante escala excede la capacidad de despliegue de la defensa nacional. Pero a juzgar por lo que está sucediendo ahora mismo en aguas del Atlántico Sur con la presencia de militares de potencias mundiales como los EE.UU, Rusia y la propia Gran Bretaña, la cooperación internacional parece ser un signo de la época que llegó para quedarse.
Una situación similar, pero menos visible, se está registrando en materia de inteligencia. Como sucede en otros campos de acción, la administración de Cambiemos actúa en sentido inverso al que lo hacía el gobierno anterior, que tenía una política aislacionista. La reinserción internacional de la Argentina es, tal vez, el único andarivel que Macri no transita con el mentado gradualismo.

Principio de solidaridad
El inusual operativo de búsqueda del ARA San Juan así lo ratifica, sumado a que –como sostuvo la ex canciller Susana Malcorra- “en el mar hay un principio de solidaridad histórico” que va más allá de los intereses nacionales. Se trata de una reacción humanitaria frente a hechos potencialmente trágicos que movilizan una fibra sensible. Y que tienen consecuencias en el ánimo de la sociedad.
En este contexto, en el Gobierno estiman que cualquier encuesta que se realice por estos días en materia política y social, podría captar la desazón colectiva que provoca el extravío del submarino y el drama de sus tripulantes. Macri tiene ahora la imagen más elevada desde que llegó a la Casa Rosada, pero podría verse afectado si su actuación no queda a la altura de las circunstancias.
Por eso el Presidente se esforzó en superar el enojo que le generó la filtración de la interna entre el ministro de Defensa, Oscar Aguad, y los altos mandos de la Armada a los que en principio acusó de haberle retaceado información sobre el estado del ARA San Juan. Así se interpretó que se haya mostrado junto al funcionario, que es su amigo personal, y al almirante Srur para cerrar filas.
Macri ejerce, en medio de esta situación, su rol de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Los familiares de los tripulantes y la sociedad en general requerían que rompiera el silencio y diera un paso al frente, tal como lo hizo. En el país de los imponderables, el liderazgo presidencial es necesario frente a lo inesperado. Pero debe afrontar también que pudo ser un accidente evitable.

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